La comunión eclesial es don hermoso y tarea apasionante. Siempre tuvo el peligro de la fragmentación lacerante de quienes, aún amando a la Iglesia, equivocaron su camino y dañaron profundamente la unidad. Uno de los mayores dolores que la Iglesia ha tenido en su historia procede precisamente de esa fragmentación. Hoy sigue existiendo en el interior de la propia la Iglesia.
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