"Las matemáticas te descubren que no tienen explicación para todo y aprendes a ver tus límites"
Una fría mañana de febrero. Son las siete. En la planta segunda de las dependencias privadas del Palacio Arzobispal, en casa del Arzobispo de Valencia, Carlos osoro, ha sonado el despertador. Y eso que ayer, como siempre, las luces se apagaron tarde, no antes de la una de la madrugada. Todas las jornadas se programan con antelación para evitar imprevistos. Pero la agenda de hoy es novedosa.
Se ha cumplido un año de su nombramiento como Arzobispo de Valencia y monseñor Carlos Osoro, por espacio de 24 horas, abre las puertas de su casa a LAS PROVINCIAS. El día será largo. Sin prisa, pero sin pausa. Ha cumplido con el aseo personal. Son las ocho y ya está listo para afrontar el día.
Un ascensor instalado con motivo de la visita del Papa conduce al domicilio del Arzobispo. Al fondo de una luminosa terraza desde la que se divisa el patio del Palacio Arzobispal, una puerta de madera color miel abre la casa. Su secretario particular, el sacerdote Álvaro Almenar, con gran amabilidad, recibe a la visita en el salón de la entrada. Todo es naturalidad. La generosidad en la acogida se respira en el ambiente. Pero no se ve a don Carlos, ¿dónde está? En la capilla.
Primer ejercicio
Al fondo del pasillo que recorre la casa se encuentra la capilla privada. La puerta está abierta y se le ve recogido en oración. Ofrece un amigable saludo de bienvenida. Con voz apacible invita a pasar. Está de rodillas ante el Sagrario en uno de los tres reclinatorios tapizados de color verde que pueblan el espacio reservado al primer ejercicio del día. El tono de las respuestas que ofrece a preguntas interesadas por conocerle ayuda a ir descubriendo a un hombre simpático, próximo, interesado por mirar a los ojos.
-Es lo primero que hago todas las mañanas, rezar.
-¿Cuánto tiempo dedica?
-Una hora y media.
Esta sólo es la oración de la mañana. El día traerá nuevos momentos de recogimiento, pero también de oración compartida. Y la misa. «Tiene un entierro y presidirá una Eucaristía en Alaquàs, en la parroquia de la Mare de Déu de l’Olivar», explica su secretario.
Don Carlos vuelve a quedarse solo en el oratorio. Hay que esperar la hora del desayuno en el salón. Es un espacio familiar. Sobre una mesa varias fotografías muestran al prelado con sus sobrinos y sus sobrinos nietos, «tiene dos». De una de las paredes cuelga la imagen que inmortaliza su encuentro con el Papa cuando lo nombró Arzobispo de Valencia. En otro rincón, una bella fotografía de la boda de los Príncipes de Asturias. ¿Por qué? Don Carlos concelebró la ceremonia. Era obispo de Oviedo.
Y cuadros. «Muchos los trajo de Oviedo». Recogidos en un marco, se leen versos de Santa Teresa de Jesús: «Nada te turbe, nada te espante…». Al fondo, el televisor y detrás, una puerta corredera que da paso «a su despacho particular. Desde allí se pasa al dormitorio». Y los relojes marcan las nueve y media. Es la hora de tomar fuerzas.
Desayuno
La hermana Teresa, responsable de administrar la casa, lo tiene todo preparado. Desde una inmaculada cocina blanca llega al comedor café con leche, zumo de naranja, jamón, queso, pan tostado y aceite. Don Carlos preside la mesa. Junto a su cubierto, sacarina y un complejo vitamínico. Toma pan tostado con aceite. «El café con leche, siempre sin azúcar», aclara la hermana, que solícita atiende a todos.
El desayuno suele ser el momento que, junto a su secretario, dedica a leer la prensa. Pero hoy este hombre que antes que sacerdote fue profesor de Matemáticas tiene invitados y se ha volcado en su atención. Ahora está más relajado. Es un momento ideal para la conversación.
-¿Qué se aprende de las Matemáticas?
-Te trazan una manera de entender la vida, te hacen muy humilde.
-¿Enseñan humildad?
-Sí. Te descubren que no tienen explicación para todo y aprendes a ver tus límites.
-En una ocasión defendió ante los medios de comunicación la obligación de la Iglesia de dar su opinión.
– La Iglesia debe tener su propia voz. Es cierto que no tiene soluciones técnicas para muchas cosas, pero sí una voz que es de Dios y debe decirlo.
-En sus primeras celebraciones llamó la atención que cuando finalizaban salía a saludar a los fieles.
– A la gente hay que mirarla a los ojos. Debe sentir el calor de su pastor. Tú notas cuando alguien te mira con cariño. Las miradas son importantes y un pastor debe mirar a los suyos.
El diálogo toma otros derroteros. Habla de cine. Le gusta, aunque desde que llegó a Valencia ve poco. «La Diócesis es muy grande. Hay mucho trabajo». Pese a ello, encontrará un rato para ver ‘Invictus’. Y no faltarán momentos para leer a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, sus preferidos. Pero sin olvidar a Delibes, de quien ha leído «casi todo».
Tampoco el deporte lo puede practicar con la frecuencia deseada. Es amante de los largos paseos. Entre bromas y sonrisas comenta que tiene una bicicleta «de esas pequeñas que hay ahora, pero todavía no la he podido estrenar».
-¿Conoce las Fallas?
-Las próximas serán las primeras que pase en Valencia como arzobispo. Estuve un año siendo estudiante, aún no era sacerdote.
Al preguntarle si la alcaldesa, Rita Barberá, le ha invitado al balcón para ver una mascletà se muestra sorprendido. Parece que no ha sucedido. Pero reacciona y responde:
-Será porque todavía es pronto.
El tiempo ha pasado volando. Don Álvaro lo advierte e indica que van a dar las diez y media. Hay que salir de casa para acudir al despacho, que se encuentra en la planta primera del área «pública» del Palacio Arzobispal. Ya por el pasillo, don Carlos se concede un momento para detenerse ante unos cuadros y explicar que son «una copia del Santo Sudario que se conserva en Oviedo». Busca el solideo y sale.
Mañana de visitas
El prelado baja primero. Hoy hay siete audiencias programadas. Y seguro que cae alguna más. Mientras, su secretario y la hermana Teresa muestran las sotanas de Don Carlos. Abren el armario de la habitación de invitados y allí está la de color púrpura, «la coral». La que lleva los ribetes rojos «se conoce con el nombre italiano de filettata». Sobre la cama está el maletín que guarda el alba y otros ornamentos necesarios cuando sale para participar en alguna celebración.
En la planta primera del Palacio Arzobispal, don Carlos ha empezado a recibir visitas. Amparo Ripoll, una colaboradora, va y viene por los pasillos sin parar. Reparte alegría. Mucha simpatía. Es experta en protocolo y se encarga de organizar las visitas, de indicar quién debe entrar sin dejar de atender el teléfono.
La sala de audiencias es la contigua al despacho del secretario. Mientras el arzobispo atiende visitas, don Álvaro se ocupa del correo, también del electrónico y de recibir nuevas solicitudes de visitas, entre otros asuntos. Llegó al palacio Arzobispal pocas semanas después que monseñor Osoro y relata que su puesto, tradicionalmente, se conoce con el nombre de «el familiar. La ersona que acompaña al Arzobispo, alguien de confianza».
Desde su mesa se ve el despacho de don Carlos. Está abierto. Ahí, indica el secretario, está colgada la «bula de su nombramiento como Arzobispo de Valencia». La Sagrada Familia preside la estancia y no falta una imagen de la Virgen de los Desamparados.
Acaban de dar las 12. Es mediodía, la hora del Ángelus. La actividad se detiene. El Arzobispo interrumpe las audiencias. Todos los despachos se quedan vacíos. El personal se dirige al vestíbulo del Palacio Arzobispal. «Hoy toca en latín. Otros días lo rezamos en castellano o en valenciano», apunta Amparo. Don Carlos preside la oración desde el pie de la escalera: «Ángelus omini nuntiávit Mariae…» Finaliza y todos a sus puestos.
Amparo recibe a una nueva visita y la acompaña a la sala de audiencias. De vez en cuando el arzobispo sale al encuentro de quienes acuden a hablar con él. «Es muy sencillo, amable», apunta la responsable de protocolo.
La comida, Un yogur y listo
Visita tras visita, el reloj ha avanzado. Son las dos de la tarde, la hora de la comida. En la planta segunda, en casa de monseñor Osoro, la hermana Teresa espera a los comensales. Llegan todos menos don Carlos. La hermana se preocupa. Hoy dispone de poco tiempo porque a las tres y cuarto tiene que salir para poder celebrar un entierro a las cuatro.
Menos mal que es «muy sencillo. No tenemos ninguna complicación para la comida: verdura hervida, merluza, lenguado y ternera». A veces le plantean innovar, pero no quiere.
Son cerca de las tres cuando llega el arzobispo acompañado del obispo auxiliar don Esteban Escudero. El menú incluye anchoas y queso en el aperitivo, una sabrosa sopa de primero. Patatas, verdura hervida y carne de segundo. Sobre la mesa agua y vino tinto, una botella conmemorativa del año Santo Mariano de Utiel.
Don Carlos no tiene tiempo. La insistencia de la hermana y de don Esteban consiguen que se siente unos minutos. Toma un yogur y poco más. Lo habitual es que después de comer «se tome dos cortados», pero hoy no será posible.
El entierro es a las cuatro y hay que desplazarse fuera de la ciudad. Desde que llegó a Valencia se hace presente en todas estas situaciones para estar cerca de las familias de los compañeros. Se levanta y sale del comedor. Minutos después vuelve. Lleva puesto el abrigo. Se disculpa y sale acompañado de don Álvaro. «Luego nos vemos».
José Fernando, el conductor, tiene preparado el coche desde esta mañana. A las cinco y media está de vuelta en el Palacio Arzobispal. Hay reunión con el patronato de una fundación. Todo discurre deprisa. A las siete y media está en Alaquàs para celebrar una misa. No viene José Fernando. Lo ha traído el párroco de la Mare de Déu de l’Olivar.
Tras la Eucaristía, que celebra en valenciano, pronuncia una conferencia sobre medios de comunicación en la que analiza su importancia para la evangelización. Y después una cena de confraternidad con los fieles. Allí despide con afecto a LAS PROVINCIAS. Ha sido un día repleto de actividad. Son las doce y media de la noche cuando llega a casa. Y queda el rezo de completas.