“Hacen falta cien años para digerir un Concilio. Y, para hacerlo, se pasa por varias fases: recepción, aceptación, crítica y equilibrio"
Temen que esté en peligro y que la actual situación eclesial conduzca a la desactivación del Concilio Vaticano II y de lo que representa en la Iglesia. La voz de alarma no la lanzan dos teólogos «rojos», sino dos de los obispos con mayor prestigio del episcopado español: Elías Yanes y Juan María Uriarte. «Me parece que hace falta defender el Concilio», afirmó, tajante, el ex presidente del episcopado y arzobispo emérito de Zaragoza. Como un eco, añadió el obispo emérito de San Sebastián, Juan María Uriarte: «En estos momentos, hay que defenderlo».
Ambos obispos participaron ayer en el Congreso internacional sobre el sacerdocio organizado por la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas. Uriarte, como ponente. Y Don Elías, como asistente. Tras la conferencia del obispo vasco, Yanes pidió la palabra y, con toda la autoridad moral que acumula tras tantos años de servicio a la Iglesia española en las más altas responsabilidades, dijo: «Me parece que hace falta defender el Concilio Vaticano II. Los concilios no se mantienen solos. No debemos dejarlo de la mano».
El ponente, monseñor Uriarte, agradeció las palabras de Don Elías y se sumó a su propuesta. «Hacen falta cien años para digerir un Concilio. Y, para hacerlo, se pasa por varias fases: recepción, aceptación, crítica y equilibrio. En este momento, hay que defender al Vaticano II«.
Entre el murmullo de aprobación de los numerosos asistentes al Congreso ante la advertencia de los prelados, intervino el teólogo Luis González-Carvajal, para darles las gracias por su «humildad y valentía», por atreverse a hablar claro y por creer «en el presente y en el futuro del Concilio y de la vida religiosa».
Obispos, servidores y siervos
En su ponencia, monseñor Uriarte, abordó el papel del obispo y su función jerárquica en la Iglesia. Una función marcada, a su juicio, por la «tensión dialéctica entre la diaconía y la autoridad».
Para el prelado vasco, el obispo ha de ser, según los textos bíblicos, «servidor y siervo«, dos características que se fueron perdiendo con el paso del tiempo y que rehabilitó el Concilio, definiendo al obispo como «el buen pastor que vino a servir, no a ser servido».
De ahí que la autoridad episcopal deba ser «fraternal, de diálogo franco y humilde, de predominio del amor sobre el miedo, de capacidad de comprensión, de saber pedir perdón» y sin resistencia a «aceptar el gobierno sinodal».
Para ser más exactos, Uriarte, adjudicó al obispo las siguientes características: «potestas, auctoritas, paternitas y fraternitas». Cuatro dimensiones que hay que combinar, pero entre las que debe tener «preferencia» la fraternidad.
Porque hay varias formas deficitarias de ejercer el episcopado. Una, caer en la tentación de «renunciar al polo de la autoridad». Otra, «enfundarse en la doctrina segura y aplicarla sin diálogo, sin paciencia y sin tacto». Esta actitud «crea repudio en la sociedad y contribuye al descrédito de la autoridad episcopal».
Obispo, «jefe y compañero»
Para Uriarte, el nombre que mejor cuadra al obispo es el de pastor, porque «es a la vez jefe y compañero» y combina la autoridad con la caridad y la misericordia. Eso sí, «la caricatura de la misericordia es el funcionario, que se convierte en caricatura de pastor, armado de intransigencia y de intolerancia».
El caladero de la misericordia protege, según Uriarte, a los obispos de «acentuar en exceso su papel de empresario«. Por eso, abogó por conjugar la fidelidad con la misericordia. Por ejemplo, en el caso «doloroso» de los divorciados vueltos a casar, que es «una verdadera cruz para los pastores».
Además de pastor, el obispo ha de ser «órgano de comunión» y, por eso tiene que cuidarla en la iglesia local, con religiosos, presbíteros y laicos. Recalcó, en este sentido, que, en contra de lo que piensan algunos obispo, «la vida religiosa no está en su atardecer» y reivindicó su presencia esencial en la Iglesia diocesana, sin que ello vaya en menoscabo de los nuevos movimientos laicales, a los que pidió «una mayor inserción diocesana».
Para ser puentes de comunión, los obispos han de ser, según Uriarte, «padres, hermanos, amigos y responsables«. Y eso no es nada fácil, por eso muchos curas se quejan. Y tampoco lo es la relación con los laicos, que «ha de ocupar un lugar destacado en la agenda del obispo». Y «no sólo para lanzarlos a la misión, sino para acompañarlos sin paternalismo».
«Ni Pedro es Pedro sin el colegio»
Signo de comunión diocesana y con el «entero colegio episcopal y con su cabeza». Porque, como decía Karl Rahner, «ni Pedro es Pedro sin el colegio» o, como decía Joseph Ratzinger en su época de teólogo, «una Iglesia que fuese sólo romana, dejaría de ser católica».
Según Uriarte, puede haber en este ámbito «una regresión a posiciones anteriores«, en las que «no siempre se respeta que los obispos no son sólo vicarios del Papa», asi como el «ejercicio libre de la libertad episcopal y de la colegialidad». Y lo mismo pasa con los órganos colegiados, como la Conferencia episcopal, que está «para ayudar a los obispos, no para sustituirlos».
Por último y sin tiempo para desarrollarlo, Uriarte concluyó señalando a los obispos como «testigos cualificados ante la sociedad«, con «estilo secular, samaritano y vinculado a la Palabra de Dios: su razón de ser y su actualidad».
En una de las primeras filas, José Rico Pavés, director del secretariado de la comisión episcopal para la Doctrina de la Fe y uno de los teólogos que denunció el libro ‘Aproximación a Jesús’ de José Antonio Pagola, al que el entonces obispo de San Sebastián concedió el nihil obstat. En la sala estaban también los dos teólogos, Santiago Guijarro y Santiago del Cura, que presentaron informes favorables sobre la obra del teólogo donostiarra. Casi todos los protagonistas del «caso Pagola» juntos.