Genial, ocurrente, cultísimo. A Antonio Lorca le cautivó su desbordante personalidad, la sonrisa seductora de Javierre
Sacerdotes había muchos, pero curas sólo uno. «Javierre era simplemente el cura». Así lo recuerda Manuel Chaves, vicepresidente tercero del Gobierno, en la evocación que ayer hizo durante la presentación del libro de Antonio Lorca José María Javierre. La sonrisa seductora de la Iglesia (Sígueme).
El acto tuvo lugar en la Fundación Cruzcampo. La memoria de Javierre (Lanaja, Huesca, 1924- Sevilla, 2009) habría llenado la Catedral entera; la misma de la que Carlos Amigo Vallejo lo nombró canónigo «por burlón». «Así que te burlas de los canónigos; pues serás canónigo».
Fue Amigo Vallejo quien dos años después de ser nombrado arzobispo de Sevilla le encarga a Javierre que por segunda vez se haga cargo en 1984 de la dirección de El Correo de Andalucía. Es ese año y en ese periódico, Avenida de la Prensa esquina con Utrera Molina, donde se conocieron los dos nombres propios de la portada de este libro, con foto de Miguel Ángel Soler. No fue una relación fácil. «Debo de ser el único periodista del mundo», cuenta Lorca en su libro, «que ha recibido broncas nocturnas desde la habitación contigua a los aposentos del Papa».
El libro se lo dedica Antonio Lorca (Arahal, 1954) a Pepe y Marisa, el matrimonio que la Semana Santa de 1958 invitó a aquel curita aragonés a entrar en el salón de su casa y allí permaneció durante 51 años. Un tiempo evocado en el acto por Pablo Sánchez Fernández-Palacios, uno de los nietos del matrimonio que adoptó a Javierre.
Pablo reveló el contenido de unos papeles que dejó su huésped y abuelo adoptivo: «Desde que empecé a hacerme viejo, varios amigos me invitaron a escribir mis Memorias; siempre me negué». Lorca lo logró con tenacidad. «Aquí estoy: atrapado en su red», diría Javierre. Al fin y al cabo, residió durante medio siglo a dos pasos de la Maestranza, que el autor conoce muy bien como crítico taurino.
«Antonio sabe ver los toros desde la barrera». Chaves aludió a esa faceta de quien es director de comunicación de la Confederación de Empresarios de Andalucía. «En esta ocasión se ha arrimado con tino y con grandes dosis de tenacidad y valor». Con el apoyo que siempre prestó al proyecto la esposa de Lorca, María del Rosario Romero García.
Julio Cuesta, presidente de la Fundación Cruzcampo, definió a Javierre como «un hagiógrafo de la modernidad». Un hombre que no renunció a ningún soporte para evangelizar: los periódicos, la revista Tierras del Sur, la Gran Enciclopedia de Andalucía o la televisión, como primer director desde 1990 del programa de Canal Sur Testigos Hoy al que ayer representó como maestra de ceremonias Susana Herrera. Sacerdocio y periodismo, binomio que adornó a buenos amigos de Javierre como José Luis Martín Descalzo o Manuel de Unciti.
Hijo de un sargento de la Guardia Civil, José María Javierre fue un joven franquista que al salir del seminario de Huesca se convierte a la democracia en Roma. Uno de los escenarios de su biografía. Otro sería Múnich, donde lo conoció el jesuita Manuel Alcalá, fundador del Cine-Club Vida. «Sacerdote ortodoxo y rebelde» (Lorca), «amigo del progreso y más tradicional que un cuarteto de cuerda de Haydn» (Carlos Amigo Vallejo), «hombre de profundas convicciones humanistas y democráticas con las que adquirió riesgos de los que no siempre una sotana le podía blindar» (Manuel Chaves).
El ex presidente de la Junta lo conoció en la redacción de El Correo, en reuniones nocturnas para limar la página Laboral que hacía Eduardo Chinarro, otro cura singular. Para la próxima Feria del Libro, Amigo Vallejo podría repetir la pieza que regaló al auditorio. «Pasen, pasen y vean vuestas mercedes este maravilloso retablo de maese José María Javierre». Retablo con Severa Ochoa, Eduardo Saborido, Federico Fellini, Alfonso de Cossío, Vittorio de Sica, Plácido Fernández Viagas, el cardenal Segura, Carrero Blanco, Julián Marías o el cardenal Tarancón «del brazo de Utrera Molina».
Monseñor Carlos Amigo, cardenal emérito de Sevilla definió a Javierre como «cantaor sin música, poeta sin verso una sinfornía de amor, cariño y respeto a los demás». Alabó que diluía los problemas con su humor y sus cosas milagrosas: «Fue canónigo por burlón. Así que te burlas de los canónigos, pues lo serás. La Catedral le debía favores más grandes que la misma Giralda. Esos secretos que aparecerán en unas memorias que nunca pienso escribir».
Javierre pertenecía a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos a la que representó su director general, Jesús Rico. Autor de 36 libros. Todos hechos en Sevilla, menos la biografía de San Pío X, que escribió en Roma, «un best seller de los curas en el Vaticano». El mes próximo aparecerá su última biografía, la de Fray Leopoldo de Alpandeire.
Genial, ocurrente, cultísimo. A Antonio Lorca le cautivó su desbordante personalidad, la sonrisa seductora de Javierre. El cura, recordó el nieto de sus anfitriones, al que aquellos niños se imaginaban «jugando a los recortables«; que llenaba la casa de papeles, mapas y enciclopedias; que respiraba cada vez que la familia se iba de veraneo a Mazagón -acudía la festividad de San Luis de Francia a oficiar una misa familiar en la terraza, con la playa al fondo-, que le daba días libres o le subía los honorarios a las asistentas de la casa.