Cada Causa tiene su propia maduración en el tiempo
Nacido en El Viso (Córdoba) el 21 de agosto de 1945, Fray Alfonso Ramírez Peralbo ingresó de capuchino en 1957. Se ordenó de sacerdote en 1970, en Sevilla. Hizo el proceso de los mártires capuchinos de Valencia, beatificados en 2001, y el de otro grupo de 32 mártires, que serán beatificados en una próxima magna beatificación. Este año, junto a Fray Leopoldo y Madre Purísima, ha llevado a los altares al Beato José Tous y Soler, capuchino y fundador de las Capuchinas de la Madre del Buen Pastor (Barcelona, 25 de abril). Además, es postulador de varias causas más.Lo entrevista Gloria Gamito en Abc.
-¿Qué siente al ver que coinciden en el tiempo las beatificaciones de Madre Purísima y Fray Leopoldo?
-Siento una inmensa satisfacción. Es cierto que el trabajo ha sido arduo y no exento de largas dificultades y muchos desalientos, pero al final del camino queda siempre la satisfacción y pronto se olvidan los malos momentos. La coincidencia en el tiempo de las beatificaciones, aún siendo muy gratificante, me ha supuesto un trabajo doble. Si a esto unimos mi trabajo en la Curia General de los Capuchinos en Roma, muchas veces hay que hacer malabarismos. Trabajando en estos últimos tres años en el proceso del milagro de Fray Leopoldo, en el proceso de Virtudes Heroicas y del Milagro de Madre Purísima, he visto que, si bien la santidad es poliédrica y reviste muchas facetas, en el fondo me ha impresionado el ver a los dos nuevos beatos como dos almas gemelas que han seguido el mismo y el único camino posible a seguir: la humildad, donde el subir consiste en bajar… Los dos han vivido muy nítidamente el mismo itinerario evangélico: es la mística del anonadamiento del Hijo de Dios, que también siguió su madre, María.
-Se da el caso de que una ha sido espectacular de rápida y la otra excesivamente lenta…
-En el terreno de la santidad no caben agravios comparativos. No hace muchos años, en España, se habló mucho y largo de una beatificación que tardó tan sólo 16 años. Cada Causa tiene su propia maduración en el tiempo. Yo no hablaría de «excesivamente lenta». Cuarenta y nueve años para una causa actual no es un tiempo excesivo viendo el itinerario que tantas causas siguen hoy en la Congregación de los Santos. Aún vive mucha gente en Granada que ha conocido a Fray. Leopoldo y lo recuerdan.
-¿Por qué se ha retrasado tanto el proceso de Fray Leopoldo?
-En el caso de Fray Leopoldo, la praxis de la Iglesia sobre los procesos era diferente a la de hoy y mucho más lenta. Se hacían dos procesos: el Ordinario Informativo y el Proceso Apostólico. El primero fue muy largo (de 1961 a 1975) debido a que coincidió con otros en la Diócesis y el Tribunal era el mismo. Luego se murió un juez y todo se paralizó. Además, los miembros del Tribunal que, normalmente eran canónigos, estaban exentos de asistir al coro y el tiempo que duraba el rezo canónico, lo dedicaban a escuchar a los testigos. Era muy breve por tanto el tiempo que cada día dedicaban a declaraciones, a veces unos tres cuartos de hora. Además, cuando finalizó el primer proceso de Fray Leopoldo, Pablo VI cambió la normativa de las causas e introdujo el hacer sólo un proceso, llamado «Cognitionalis» (de Conocimiento), y a Fray Leopoldo se le hizo este segundo (1983-1984). Todo ello hizo que el tiempo se alargara. Otros motivos que han podido influir en la duración temporal es que la figura de Fray Leopoldo ha crecido en conocimiento mundial infinitamente. Se ha hecho necesario crear una gran infraestructura para atender a tantos peregrinos como llegan a diario de todo el mundo hasta su tumba y, además, su causa abarca un extenso campo de obras sociales, con una residencia de ancianos que cumple ahora 30 años. Y, tal vez, otros factores hayan podido influir en lo que aquí pueda referirse a «lentitud».
-La de Madre María de la Purísima puede considerarse meteórica…
-Si la causa de Madre Purísima ha ido tan rápida (más rápida aún que la del beato, ya santo, referido antes) tanto en el proceso de virtudes como en el del milagro es porque ha tenido detrás a alguien que la ha sostenido, que ha estado insistiendo a tiempo y a destiempo, que no se ha desanimado ante las dificultades que ha encontrado, que no han sido pocas, ni pequeñas, que cuando una puerta se ha cerrado, ha llamado para entrar por otra. De no haber sido por esta constancia y tenacidad no se hubiera llegado a este gozoso momento que ahora todos vivimos. Y pido disculpas porque no soy yo el que tenía que hablar de todo este ingente trabajo, pero sí hay que dejar constancia de que la rapidez de la que ahora todos nos alegramos, ha conllevado muchos sinsabores, que no han supuesto para el postulador desánimo o desaliento, es cierto, pero sí quebraderos de cabeza muchas veces insalvables, pero, gracias a Dios, solucionados con éxito. Hoy, doy por bien empleado el tiempo y el trabajo que a esta causa he dedicado, porque la santidad diáfana de Madre María de la Purísima, convertida ya en «bienaventurada sonrisa de la Iglesia», lo ha merecido. Lo ha merecido también la Archidiócesis de Sevilla, en el primer año del pontificado de su nuevo metropolitano, el amado y muy querido don Juan José Asenjo Pelegrina, y lo merece también ese rebaño de almas, de hábitos pardos, que siembran de consuelo, con su servicio, tantos rincones oscuros de la sociedad sevillana y de tantos otros lugares, como lo hacen, diariamente sin desaliento, las Hermanas de la Compañía de la Cruz.
-¿No era un poco chocante que la tumba de Fray Leopodo sea en Granada desde hace años un centro de peregrinación y devoción y la Iglesia no se hubiese pronunciado?
-La Iglesia no se pronunciará jamás sobre la santidad de ningún cristiano sin que se cumplan los requisitos necesarios. Se podrá dispensar del tiempo para abrir el proceso, pero no de los trámites sucesivos (los casos de Madre Teresa y de Juan Pablo II son evidentes). Tengo que decir que por mucha amistad que tengo con personalidades de Iglesia de alto rango ninguno ha movido un dedo para mandar a estudio la Positio sobre las virtudes heroicas de Fray Leopoldo. Siempre se me decía que la causa se estudiaría cuando llegara a Roma un proceso de milagro. Sin embargo he visto que otras causas, sin milagro, han ido a estudio de las virtudes heroicas. Entonces yo pregunté al que era prefecto, cardenal Saraiva, el por qué de esta incongruencia y me respondió: que si yo quería que Fray Leopoldo se quedara sólo en Venerable, mañana mismo, me dijo, mandamos a estudio las virtudes, pero que si quería la beatificación, había que esperar a que llegara el milagro. De ahí la prisa que me dí en hacer el proceso del milagro en la Diócesis de Madrid. Y sólo cuando el 24 de noviembre del 2006 llevé las actas del proceso del milagro, al día siguiente se envió la Positio a los teólogos para el estudio y posterior declaración de las virtudes heroicas. A partir de ahí todo ha sido coser y cantar.
-¿Quién era Fray Leopoldo?
-Brevemente: era un «hombre de Dios», un fraile menor que, como Francisco de Asís, a fuerza de imitar a Cristo se había convertido en «otro Cristo pobre y crucificado». De él se podría decir lo de San Pablo: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Esta transformación fue larga y lenta en el tiempo, pero siempre lineal y transparente. Durante 35 años se llamó Francisco Tomás, era hijo de Diego Márquez y Jerónima Sánchez y nació en 1864 en el pueblecito malagueño de Alpandeire. Fue pastor y labriego. Con 35 años y, tras oír unas predicaciones a los capuchinos en Ronda con motivo de la beatificación del capuchino Beato Diego José de Cádiz, quedó tan cautivado que decidió «hacerse fraile como ellos». En 1899 vistió el hábito capuchino en el convento sevillano de la Ronda. A partir de ese momento, no tuvo otra meta que santificarse y lo hizo, como quería de sus hijos Francisco de Asís, «con el ejemplo de su vida». Durante 50 años fue limosnero en Granada y sacristán. Él, que se hizo religioso para santificarse en la soledad del claustro, fue enviado por la obediencia a librar en la calle la dura batalla del Evangelio. Pedía el pan mientras devolvía, a raudales, los dones de la bondad divina. A su paso por las calles de Granada, los campos y los cortijos florecían los milagros de la gracia de Dios. Y de religioso «buscador», se convirtió en religioso «buscado». Eran muchas las gentes de Granada que salían a su encuentro a la calle porque decían que «sólo verlo llevaba a Dios». Un día, pidiendo limosna, cayó rodando por unas escaleras y se fracturó el fémur; pero, en el hospital, los médicos descubrieron otras enfermedades que Fray Leopoldo había sufrido, en silencio y con serenidad admirable, largos años de su vida. Finalmente, tras tres años de sufrimiento murió el 9 de febrero de 1956. Benedicto XVI declaró la heroicidad de sus virtudes el 15 de marzo de 2008 y 19 de diciembre de 2009 el Papa aprobó el milagro que le abre la puerta de los altares.
-¿Cuál es el milagro aprobado?
-La curación de un lupus eritematoso sistémico, seguido de graves secuelas que pusieron en peligro de muerte varias veces la vida de la señora Ileana Martínez del Valle, agraciada por la intercesión de Fray Leopoldo. El lupus es una enfermedad por la que el organismo humano pierde todo su sistema de defensas. Sufrió la enfermedad cuando ella estaba de vacaciones en Marbella, en el Hotel Don Pepe, que regentaba Justo Sánchez Angulo (fallecido el pasado diciembre) y su esposa Marita Fernández, ambos de Granada y que habían conocido en vida a Fray Leopoldo. La invocación de toda la familia, personal médico, amigos y conocidos se dirigió, con verdadera fe a Fray Leopoldo y Dios hizo lo demás.
-¿Qué destacaría del proceso de Madre María de la Purísima?
-Si se refiere a su santidad, hay un hecho que me impactó profundamente, desde el primer momento en que la conocí por las biografías y luego ya por la marcha del proceso y es la seguridad, el aplomo y valentía con que esta mujer madrileña acepta, desde un primer momento, hacerse Hermana de la Cruz. Había estudiado en el Colegio de las Irlandesas, seguro que conoció la historia de su fundadora. Sin embargo le había impactado más el oír hablar en su casa a las Hijas de Santa Ángela de la Cruz cuando hacían la cuestación. La decisión estuvo tomada de manera tan firme y decidida que lo que impacta sucesivamente es la fidelidad diaria a su vocación, al carisma de la fundadora Santa Ángela, su perseverancia hasta el final, y, sobre todo, la alegría con que vivió su consagración al Señor. Con San Pablo había que decir de ella que la presencia de Dios en su vida fue tan deslumbradora que ya nada, ni nadie pudo separarla del amor de Dios que se le había manifestado en Cristo Jesús. Pero hay algo más. En un artículo sobre ella que me han pedido para la revista Ecclesia y, que aparecerá en el nº del 18 de septiembre, digo algo así: En Madre Purísima se cumple fielmente, pero a la inversa, el caso del joven rico del Evangelio que se acercó a Jesús en demanda de perfección y que, cuando oyó que, si quería ser perfecto tenía que vender todos los bienes y darlos a los pobres, se alejó entristecido. En la ya próxima Beata María de la Purísima se da el caso inverso, como digo: teniendo tantos bienes en su casa, ella los vendió todos para seguir pobremente a Jesús. Y siendo pobre, como Jesús, nos ha enriquecido a todos con su pobreza. La pobreza es una virtud liberadora y así la Beata María de la Purísima, nos enseña que, como dice la Palabra de Dios, «se es más feliz en dar que en recibir». Muchos hoy creen que el pobre no tiene nada que ofrecer a los demás, pero la verdadera pobreza, la pobreza evangélica de Jesús, libera, da, enriquece a todos con los dones de la bondad, la sencillez, la humildad, el amor, la sabiduría, el consuelo, la ternura… de Dios, de los que todo santo está lleno.
-¿Han sido muchas las anécdotas en los dos procesos?
-Sí, en la vida de los santos hay siempre un momento llamémosle «sublime». Es el santo poseído de la «locura de Dios», ese momento está referido siempre al Amor. El «amor no pasa nunca», dirá San Pablo. Si en Santa Ángela encontramos ese momento sublime cuando acerca sus labios a aquel pecho purulento de una pobre mujer enferma y ese beso de amor fue sanatorio, en Fray Leopoldo nos topamos con lo sublime en el caso de ese hermano enfermo y operado de peritonitis, que devuelve todo lo que toma y que, viendo cercano el final, pide los últimos sacramentos. El capellán del hospital se resiste y se opone a dárselos ¡he aquí el coraje y el amor de los santos! Fray Leopoldo le dijo: «Padre, ¿y si hubiese alguien dispuesto a tomarse lo que el hermano devolviera?» Ante semejante valor, el capellán se rindió y dio los últimos sacramentos al enfermo, y Dios quiso que no pasase nada. En Madre Purísima, sorprende esa tenacidad y constancia en ir delante de las hermanas, sobre todo jóvenes, con su ejemplo. Cuando visitaba a las personas enfermas o que vivían solas en cuevas en Villanueva del Río y Minas (Sevilla), al llegar a la puerta, pedía a la hermana que le acompañaba, que se quedara fuera, ella entraba, se arremangaba y limpiaba de piojos y lavaba a la pobre mujer enferma y aseaba la estancia comida de ratones y de insectos. Cuando el sol de la limpieza entraba allí, el amor de Dios por mediación de Madre Purísima, hacía el resto. Las anécdotas en ambos casos son muchas. En Fray Leopoldo tienen siempre el sabor de una florecilla, al estilo de las de San Francisco de Asís.
-¿Madre María de la Purísima y Fray Leopoldo tienen alguna conexión en su manera de ser santos?
-Sí, he dicho antes que veo en la santidad de ellos como a dos almas gemelas. Ambos se hicieron como niños, fueron sencillos como palomas, mansos y humildes de corazón, como Jesús, vivieron las bienaventuranzas, siendo pobres de espíritu, fueron compasivos y misericordiosos samaritanos con los dolores y las penas ajenas. En realidad, todo esto no son sino aspectos distintos que ellos vivieron del único y gran amor, el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones. Ambos hicieron visible en nuestro mundo atormentado el rostro bondadoso de la misericordia del Señor.
