Como portavoz del episcopado supo proyectar una imagen serena, sabia, sensata, moderada y positiva de la Iglesia a la sociedad
(José Manuel Vidal).- Se va el penúltimo de Tarancón. Se va el obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez, por la puerta grande, después de más de un año de prórroga y tras conseguir un sucesor de su cuerda, el actual obispo de Ciudad Rodrigo, Atilano Rodríguez. Entre ex auxiliares de Oviedo, marcados por Tarancón, Yanes y Díaz Merchán, anda el juego. Se van Don José, un pastor jovial y querido, el «obispo de los emigrantes» y llega Don Atilano, un prelado profundamente humano, espiritual y cercano. Un obispo-cura.
La ultraderecha católica, que había convertido a monseñor Sánchez en uno de sus blanco favoritos, proclamaba que el Vaticano no le iba a conceder ni un día de respiro. Y resulta que Roma le concedió casi dos años de prórroga.
Y lo más difícil todavía, Sánchez consiguió pilotar su sucesión, lo que habla a las claras de su prestigio en la Santa Sede, donde es miembro del Pontificio Consejo de emigrantes. En esa tarea de tener un sucesor de su cuerda le ayudaron sus conexiones en Roma y, sobre todo, el ex nuncio de Su Santidad en España y actual secretario de la Congregación de Obispos, Manuel Monteiro de Castro.
Se especuló, durante mucho tiempo, que el sucesor de Sánchez iba a ser el actual portavoz del episcopado, Juan Antonio Martínez Camino. Al final, se impuso la cordura y el sentido común pastoral. Sigüenza-Guadalajara ya tuvo un obispo-secretario en la persona de Don José y someterla de nuevo a un obispo con doble carga de trabajo y obligado a binar no parecía la mejor solución pastoral para la diócesis. Además, ese relevo podría interpretarse como una «bofetada» más del rouquismo al taranconismo en la cara del obispo alcarreño.
A sus 64 años, monseñor Atilano, en cambio, garantiza la continuidad e, incluso, la línea pastoral de fondo. Con su toque personal, lógicamente. Y con buenas dosis de realismo, cercanía, calidez humana y hondura espiritual. En Orense, donde también sonaba su nombre para suceder a Quinteiro, se quedan con la miel en los labios. Siempre se podrán consolar con el eventual nombramiento de Raúl Berzosa, cuya candidatura gana enteros para la ciudad de las Burgas.
Portavoz propositivo
Se va, pues, José Sánchez, un obispo nada común, que alcanzó el estrellato mediático en su época de portavoz del episcopado y de mano derecha del entonces presidente de la Conferencia episcopal, Elías Yanes. Juntos formaron un tándem moderado, abierto y dialogante. Don José tuvo la virtud de conseguir, durante su larga etapa de secretario de los obispos, mantener buenas relaciones con todos los periodistas que nos dedicamos a la información religiosa y, además, proyectar una imagen serena, sabia, sensata, moderada y positiva de la Iglesia a la sociedad.
Porque no hay que olvidar que el portavoz de la conferencia episcopal se convierte, de hecho, en la cara de la Iglesia española. Incluso por encima del presidente del episcopado.
A su buen hacer con los medios hay que sumar en el haber de Sánchez su dedicación pastoral a su diócesis, en la que trabajó a destajo, y, sobre todo, su entrega a la causa de los emigrantes.
Conoció la inmigración por dentro, como capellán de emigrantes en Alemania, y, desde entonces, convirtió este ámbito en su preocupación fundamental. Todos, tanto en Añastro como en Roma, le reconocen su valía y su preparación en el proceloso mundo de la inmigración, donde hay que combinar sabiamente anuncio y denuncia.
Por eso, en España, sus compañeros mitrados lo eligieron una y otra vez la frente de la comisión episcopal de migraciones. Y lo mismo hicieron las autoridades vaticanas en el Pontificio Consejo de migrantes e itinerantes.
Sin pelos en la lengua a la hora de defender los derechos de los inmigrantes y su presencia entre nosotros como una oportunidad para la sociedad y la Iglesia. Una presencia con todos los derechos y con todos los deberes. Una presencia en cuya acogida Sánchez ha alabado siempre el papel pionero de la institución eclesial.
Líder en la sombra
En el seno del episcopado, Sánchez cumplió, durante estas dos últimas décadas, el papel de líder en la sombra. Todos los obispos del sector moderado lo tienen como su referente y a él acuden en busca de consejo en multitud de ocasiones. Sánchez siempre fue con su verdad por delante y era de los pocos capaces de discrepar, en la Plenaria, del cardenal de Madrid, Rouco Varela, y de su línea conservadora.
Quizás por eso, nunca salió de Sigüenza-Guadalajara. Y, aunque él no buscase el «ascenso», su confinamiento en la sede alcarreña sonó, para muchos, a agravio comparativo. Sobre todo teniendo en cuenta que los anteriores y posteriores secretarios generales del episcopado fueron promovidos a importantes sedes. El anterior a él, Agustín García Gasco, se fue nada menos que a Valencia, una de las diócesis más importantes de España. Y su sucesor, al también saguntino, Juan José Asenjo, le fue confiada primero la diócesis de Córdoba, cuando aún disponía de Cajasur, y, después, la archidiócesis de Sevilla.
Un tanto relegado, desde su rincón de la Alcarria, Don José supo ejercer su magisterio y su carisma de líder de dos formas. Primero, aglutinando a un sector episcopal no tan reducido como algunos dicen (de hecho fue capaz de ganarle a Rouco la presidencia, hace 6 años, con la candidatura de Ricardo Blázquez). Un sector que, en estos momentos y ante el apabullante ejercicio del poder de Rouco y los suyos se encuentra resignado, desilusionado y recluido en los cuarteles de invierno de sus diócesis respectivas.
¿Un voto menos contra Rouco?
Las ‘malas lenguas‘ dicen que el hecho de que se le acepte la renuncia a Sánchez un mes antes de la Plenaria en la que Rouco se presentará, de nuevo, a la reelección como presidente del episcopado, es otra jugarreta del cardenal de Madrid. Para que se vea públicamente quién manda y qué les pasa a los díscolos.
Pero, ni Rouco es tan malo ni siquiera necesita servirse de estos trucos para auparse de nuevo a la cúpula de la Conferencia episcopal. Le sobran los apoyos y no tiene rival, por mucho que su fiel secretario, Martínez Camino, dijese ayer que «puede haber sorpresas» en las elecciones episcopales. La verdad es que Rouco será reelegido. Entre otras cosas, porque nadie se atreve a plantarle cara y él quiere jubilarse en pleno ejercicio del poder (y del servicio).
Don José también se convirtió en un referente para los sectores laicales españoles moderados, que van desde los religiosos a los movimientos de Acción católica, desde las Cáritas a las parroquias, que suspiran por una Iglesia de todos, donde se pueda respirar con libertad y donde todas las sensibilidades tengan carta de naturaleza y sean tenidas en cuenta. Porque no sólo de movimientos vive o puede vivir la Iglesia española.
Se va, con los galones del reconocimiento público y privado y el cariño de sus gentes, el penúltimo de Tarancón. El penúltimo de una línea de Iglesia abierta, dialogante y propositiva. La Iglesia del sí, la Iglesia samaritana, la Iglesia de la misericordia. Se va el penúltimo, pero todavía quedan los últimos. Que no son pocos. Porque esa sensibilidad eclesial forma parte del núcleo evangélico. Y, como tal, no debe ni puede morir.