Los curas piden a monseñor Gil Hellín una mayor participación y transparencia en las grandes decisiones que atañen a la diócesis
(José Manuel Vidal).- El arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, estrena palacio. Un palacio elegantísimo, en cuya rehabilitación se han invertido 2.400.000 euros. En plena crisis. Hoy, a las 6 de la tarde, lo inaugura oficialmente junto al Nuncio de Su Santidad en España, Renzo Fratini. El coste de la rehabilitación y, sobre todo, lo que el palacio simboliza están provocando un profundo malestar entre gran parte del clero y de los fieles burgaleses, que reprochan al arzobispo su escoramiento a la derecha y su falta casi absoluta de transparencia y de participación en la gestión y en la toma de decisiones de la archidiócesis.
Los sectores críticos con el arzobispo subrayan que «en estos tiempos de crisis, resulta provocador que el obispo regrese al palacio del que sus predecesores, buscando una mayor encarnación y acercamiento al pueblo, se marcharon».
Fue, en concreto el arzobispo Segundo García de Sierra el que abandonó el palacio y se instaló en la que, hasta ahora, ha sido la casa del obispo. 30 años después, otro arzobispo vuelve al palacio.
En Burgos, no se critica tanto la restauración del palacio, construido a principios del siglo XX (1915-1918) por el arzobispo Cadena y Eleta sobre las ruinas del anterior palacio medieval, cuanto la enorme inversión realizada y, sobre todo, el simbolismo eclesial y social que encierra ese cambio.
Tanto los curas como los fieles no se oponen, pues, a que se restaure el edificio y se dedique a Casa de la Iglesia (para oficinas y despachos de las diversas delegaciones), como ya es el caso. Lo que critican es que el arzobispo viva en ese palacio como una especie de «jerarca del renacimiento«.
De hecho, son muchas las cartas de protesta de sacerdotes y laicos que circulan por la diócesis. Unas, públicas y de gente considerada conservadora, como la presidenta regional de la Sociedad San Vicente de Paúl. Otras privadas y dirigidas al clero.
De hecho, en estos momentos, la «amplia mayoría del consejo presbiteral y del consejo de pastoral están en contra». Y estamos hablando de los órganos colegiados de gestión de la diócesis. Del primero forman parte 33 sacerdotes elegidos por sus compañeros. Y del segundo, 80 personas, también elegidas por los fieles.
«Existe malestar y escándalo entre la gente sencilla»
Los fieles más críticos, aglutinados en la asociación ‘Iglesia Viva en Burgos’ son de los pocos que se atreven a discrepar públicamente. «Existe un malestar y escándalo en mucha gente sencilla cuando ve recuperar palacios como residencias, restaurar retablos y emprender reformas parroquiales fastuosas. Existe poca claridad y veracidad económica. No siempre hay una información fehaciente sobre gastos e ingresos a nivel parroquial y diocesano», explican.
Este colectivo ahonda aún más en las críticas y señala que Gil Hellín quiere suplir «las graves carencias formativas del pueblo de Dios con documentos, textos, catecismos… poblados de citas magistrales y escasos de Evangelio», que trabaja con modelos de iniciación cristiana «de tiempos pasados» y que ve las causas de los problemas eclesiales siempre fuera sin reconocer «errores y carencias propias».
Denuncian, asimismo, que en las prácticas pastorales se detecta un cierto «anquilosamiento y profesionalismo religioso» y las parroquias «más que auténticas comunidades son principalmente, dispensadoras de ritos y sacramentos».
Eso lleva, a juicio de los críticos, a un alejamiento de la vida real y cotidiana de la gente. «En ocasiones, la vida de los pobres apenas nos duele» y, de hecho, la respuesta de la Iglesia ante la crisis ha sido, en ocasiones, «paternal y asistencialista sin que se hayan puesto iniciativas más evangelizadoras».
Frente a este panorama, Iglesia Viva en Burgos propone fomentar una cultura del diálogo, «emprender una vuelta a Jesús y el Evangelio generadora de un estilo de vida nuevo y de pleno sentido», expresar las opiniones libre y responsablemente en todos los órganos de participación y afrontar los problemas reales de la diócesis.
Más en concreto, los movimientos de la Acción Católica se ofrecen para estos empeños «favoreciendo una opción real de toda la Iglesia por los pobres como signo de su verificación y autenticidad» e invitan a sumar esfuerzos y vincularse con Iglesia Viva en Burgos.
Los sacerdotes temen represalias
Con mayor dosis de miedo, los sacerdotes temen dar la cara públicamente. Entre otras cosas porque, según dicen, «el obispo utiliza la revancha para acallar a los críticos, sobre todo la revancha a la hora de los nombramientos de parroquias y demás cargos». Y aducen, para demostrarlo, un dato concreto: Desde que ha llegado a Burgos, Gil Hellín ha expulsado de la capital a todos los consiliarios de los diversos movimientos de Acción Católica, que hoy se encuentran dispersos por la provincia, con el objetivo claro de recortar su influencia y castigarlos con destinos alejados del corazón de la diócesis.
Fundamentalmente, los curas piden a monseñor Gil Hellín una mayor participación y transparencia en las grandes decisiones que atañen a la diócesis. Es decir, que no gobierne «con hechos consumados». Y citan varios ejemplos, en los que no hubo la más mínima comunicación, a no ser a toro pasado.
Uno de esos casos fue la creación de una parroquia dedicada a San José María Escrivá, que se confió al Opus Dei (la prelatura a la que pertenece el arzobispo), sin previa consulta del consejo presbiteral. Una decisión que algún sacerdote recurrió incluso a Roma.
El hecho sentó tan mal que el sacerdote Andrés Villar, profesor de Derecho Canónico interpuso un recurso primero ante los órganos diocesanos y, después, ante la Congregación del Clero de la Curia vaticana. Una vez que Roma falló a favor del arzobispo, el sacerdote explicó su postura en una carta a sus compañeros: «No estoy de acuerdo con la respuesta vaticana respecto a la interpretación de la norma y, menos aún, sobre lo ocurrido en el caso, pero acato la decisión».
De todas formas, alarmado por la situación, Andrés Villar ha vuelto a dirigir un escrito al obispo, a la Nunciatura y a la Santa Sede, denunciando la falta de transparencia económica del arzobispado en asuntos graves.
Otros motivos de malestar son la creación del seminario de los Kikos, los problemas en el Taller diocesano de restauración y en la Fundación San Pablo-Siloé o, incluso, los enfrentamientos del arzobispo con el alcalde de Burgos, el popular Juan Carlos Aparicio.
Los partidarios del arzobispo
Lógicamente, Gil Hellín también tiene partidarios. Sobre todo entre los movimientos a los que favorece con sus decisiones de gobierno, fundamentalmente los Neocatecumenales y el Opus Dei. Pero no sólo. Entre el clero ha causado extrañeza el elogioso artículo publicado en Diario de Burgos por el ex portavoz del episcopado y ex director de la BAC, Joaquín Luis Ortega, en el que defiende la vuelta al palacio episcopal: «García de Sierra sacó el Palacio de sus casilla y Gil Hellín lo ha devuelto a su función natural».
Eso sí, el propio Ortega pide que, ahora, «el palacio episcopal funcione como una auténtica ‘Casa de la Iglesia’. Con sus puertas abiertas a todos y alojando en su interior a cuantos servicios, grupos o iniciativas funcionan en el ámbito diocesano. Una realidad que es mucho más amplia que la Curia».
Pero eso es precisamente lo que le reprochan los críticos. Ayer mismo, el ecónomo diocesano, Vicente Rebollo, reconocía «la crítica, porque es llamativa la inversión», pero la justificaba señalando que «es más grande el servicio que se presta».
Estos días se encuentra en Burgos el Nuncio, Renzo Fratini, para participar en diversos actos. Hoy, presidirá la inauguración oficial del palacio de Gil Hellín. Mañana, día 12, asistirá a la celebración de milenario de Oña por la mañana y, por la tarde, a la profesión solemne de las veroniquesas en la catedral. El clero y los fieles esperan también que, además de participar en estos fastos, se interese por el malestar que reina en la diócesis. ¿Lo hará?