Las dos sensibilidades unidas. Madrid y Barcelona, hermanadas de nuevo. Una cúpula púrpura por segunda vez en la historia
(José Manuel Vidal).- En el mes de agosto, Benedicto XVI vuelve a España, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Y el Papa quiere que los obispos españoles le reciban en estado de revista: perfectamente unidos hacia adentro y hacia afuera. Y ésa será la clave en torno a la cual van a girar las elecciones episcopales del próximo mes de marzo. Y para escenificarla se volverá a reelegir por un trienio al cardenal Rouco Varela como presidente, flanqueado, como vicepresidente, por el cardenal Martínez Sistach. Elecciones, pues, marcadas por la comunión, el color púrpura y, quizás, alguna transacción a medio plazo.
Roma sabe perfectamente que el episcopado español está dividido por la mitad en dos bandos o dos sensibilidades, como les gusta decir a los obispos. Por un lado, los conservadores, liderados por el arzobispo de Madrid, cardenal Rouco Varela. Por el otro, los moderados sin un líder claro, tras la decepción de la etapa en la que este sector eligió como su jefe de filas y consiguió apupar a la presidencia del episcopado al entonces obispo de Bilbao y hoy arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez.
Consciente de esta situación, Roma ha transmitido a todos y cada uno de los obispos españoles (a unos directamente y a otros, por medio de intermediarios, entre ellos el Nuncio Renzo Fratini) que el Papa quiere que el episcopado español cierre filas. Eso implicaría unas elecciones episcopales con una cúpula de consenso y que obtenga un amplísimo respaldo.
Una cúpula con hilo directo con el Papa y con la Secretaría de Estado, compuesta por los dos cardenales españoles de mayor peso: Rouco Varela y Martínez Sistach. Las dos sensibilidades unidas. Madrid y Barcelona, hermanadas de nuevo. Una cúpula púrpura por segunda vez en la historia. La primera fue la conformada también por el cardenal Rouco y el cardenal Carles de 1999 a 2002.
Una cúpula, además, con fecha de caducidad. El cardenal Rouco presenta su renuncia al Papa por haber alcanzado los 75 años precisamente este año, con Benedicto XVI en Madrid. Y el cardenal Martínez Sistach, tan sólo un año después, en el mes de abril del 2012.
Una cúpula de síntesis
Una cúpula de síntesis entre las dos sensibilidades, en la que Sistach moderará el talante mucho más conservador de Rouco, si es que el arzobispo de Barcelona decide implicarse y ejercer de vicepresidente, al menos hacia adentro, porque, hacia afuera, Rouco quiere todo el control.
Rouco y Sistach nunca simpatizaron excesivamente. Primero, porque ambos son especialistas en el mismo ámbito del derecho canónico y, por eso, han mostrado siempre la típica rivalidad entre colegas. Segundo y sobre todo, porque Sistach no comparte el concepto de liderazgo fuerte y exclusivo con el que ha jugado en las últimas décadas el arzobispo de Madrid. Ni su estrategia de bajar a la arena política e implicar a la Iglesia en la lucha partidista.
Además, en la CEE, el cardenal Sistach ha sido siempre más partidario de dar juego y repartir poder o servicio. Y, ante la dinámica opuesta de estos últimos años en Añastro, ha optado (como otros muchos prelados) por distanciarse y refugiarse en su archidiócesis y en la conferencia episcopal tarraconense.
Con la visita del Papa y la consagración de Barcelona como la ciudad del diálogo de la fe con la cultura moderna, Sistach ha ganado muchos enteros en la cotización eclesiástica y ya se codea con Rouco de tú a tú. Tanto en España como en Roma. Y en ambos sitios le piden, ahora, colaboración.
«Tú no eres de los nuestros»
Como es lógico, en el seno del episcopado no hay partidos, pero sí grupos de afines, que funcionan con sus lobbies y sus muñidores o recolectores de votos. Recientemente, me contaba un obispo una anécdota que refleja a la perfección esta situación, que es de ahora, de antes y de siempre, porque las mediaciones humanas son necesarias.
Ya en la época de la dictadura, la Iglesia burlaba el derecho de presentación de obispos con el nombramiento de auxiliares, que no tenían que recibir el plácet del Caudillo. Por esa vía, Tarancón y el nuncio Dadaglio fueron renovando el episcopado con prelados progresistas, afines al Vaticano II y a la Roma de Pablo VI. Jóvenes y bien preparados, estos obispos, al llegar a la CEE, comenzaron a unirse y a presentar candidaturas y listas para los puestos claves. Y los conservadores reaccionaron y comenzaron a imitarlos y hacer lo mismo.
Cuenta monseñor Dorado, obispo emérito de Málaga, que, en una de sus primeras participaciones en las elecciones episcopales, se le acercó un obispo mayor y muy conservador y le dijo: «Toma, ésta es nuestra lista». Y se fue. Pero a los pocos metros, se dio la vuelta, se le quedó mirando, regresó a toda prisa y le dijo: «Devuélveme la lista, porque tú no eres de los nuestros».
No hay presentación de candidatos ni carteles, pero sí listas informales de cada uno de los dos bandos. Circula ya entre los obispos la lista de Rouco, cuyo muñidor principal es su obispo auxiliar y mano derecha, Fidel Herráez. Los de la otra sensibilidad eclesial, es decir los moderados, todavía no han lanzado la suya, pero lo harán.
La lista de Rouco
En la lista de Rouco, que es la que cuenta y la que, en principio, más apoyos va a recibir, figura el cardenal Martínez Sistach para la vicepresidencia. Eso significa que este sector vuelve a marginar al actual vicepresidente, Ricardo Blázquez.
Otra novedad significativa de esa lista es que en ella no figura monseñor Juan Del Rio, para formar parte del Ejecutivo, en el que no lleva ni un trienio. Llama la atención que se quiera marginar a uno de los obispos de mayor prestigio e influencia en el gobierno y en la Casa Real, un líder nato y uno de los que más suenan, junto al arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, para suceder al cardenal Rouco.
Una afrenta ante la que los moderados, sin duda, no se quedarán quietos. Aunque, entre sus filas, el sentimiento predominante es la resignación, esperar a dentro de tres años, aglutinar fuerzas a intentar situarse en las presidencias de las comisiones episcopales, en la comisión permanente y en el Ejecutivo.
De éste máximo órgano decisorio del episcopado sale también Carlos Osoro por haber cumplido los dos trienios preceptivos. A no ser que lo elijan vicepresidente. Si no fuese así (y todo parece indicar que la vicepresidencia está reservada para el cardenal Sistach), otro eventual sucesor de Rouco quedaría fuera de la cúpula dirigente durante los tres próximos años.
Con esta bicefalia púrpura, la CEE presentará una nueva cara ante la sociedad. La lucha por la sucesión de Rouco y por el liderazgo de la Iglesia española se pospone a dentro de 3 años. Para entonces, se preparan los delfines. Y son varios. Desde el cardenal Cañizares, que podría regresar reforzado de la Curia, al arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, cuya cotización sube como la espuma, pasando por Juan del Río, el arzobispo castrense, amigo del Rey, o, incluso, por Jesús Sanz, el arzobispo de Oviedo, y Juan José Asenjo, el arzobispo de Sevilla.
La transaccional de Martínez Camino
Otra variable que podría reforzar hacia adentro y hacia afuera esta imagen de unidad episcopal y de buena imagen social sería la salida de monseñor Martínez Camino de la secretaría y de la portavocía del episcopado. Y es que, durante todos estos años, el secretario general se ha ido haciendo muchos «enemigos». Por sus maneras con ellos y, sobre todo, por la imagen que ofrece de la Iglesia. Hay muchos obispos preocupados por la falta de credibilidad social y la mala imagen de la institución que presenta el portavoz. Y, ahora, todos unidos piden su cabeza al cardenal Rouco.
Y Rouco parece decidido a ofrecérsela en aras de esa unidad o de ese bien mayor. Es decir, Rouco estaría dispuesto a establecer la siguiente transacción: su reelección presidencial por amplia mayoría a cambio de la salida de Camino de su puesto en la CEE.
Una resolución que no se llevaría a cabo de inmediato, sino en el momento en que queda vacante una diócesis de suficiente rango para Camino. Para ello, unos le colocan en Cádiz o en Alicante (en pugna con monseñor Vicente Juan de Ibiza). Otros, por el contrario, le sitúan de secretario en algún dicasterio romano.
En cualquier caso, una vez pactada la cúpula y la eventual salida de Camino, la lucha por el poder-servicio se situará en las presidencias de algunas comisiones episcopales. Por ejemplo, los moderados quieren descabalgar de la presidencia de Doctrina de la Fe al arzobispo de Granada, monseñor Martínez (a pesar de que sólo lleva un trienio) y substituirlo por un hombre más moderado, el obispo de Almería Adolfo González Montes, uno de los pocos grandes «teólogos» con los que cuenta el episcopado, tras la jubilación de monseñor Sebastián y monseñor Setién
Lucha también en la comisión de Vida Consagrada, de la que tiene que salir Jesús Sanz por haber cumplido los dos trienios preceptivos. Los conservadores apuestan por Demetrio Fernández, el obispo de Córdoba, y los moderados, por Ramón del Hoyo, el obispo de Jaén.
Pero lo decisivo será los nombres de los 7 integrantes del comité Ejecutivo. Tres de ellos (presidente, vicepresidete y secretario), en razón de su cargo. Y otros cuatro, elegidos por la asamblea. Ellos pilotarán la sucesión.