"Espero una Iglesia más orante que rezadora, más eclesial que eclesiástica, más secular que mundana"
A lo largo de toda su vida pastoral, Monseñor Juan María Uriarte (Fruiz, 1933) ha administrado sus palabras y sus silencios de acuerdo con su conciencia, sin pensar a quién iban a gustar o dejar de gustar. También obra así en esta entrevista, la primera que concede desde que hace quince meses cedió el báculo de la diócesis de Donostia a José Ignacio Munilla, probablemente el obispo más diferente a él que se pudo encontrar para relevarlo en Donostia. Serenamente consciente de que se encuentra no muy lejos de lo que llama «la hora de la verdad», sus respuestas, incluso a cuestiones delicadas, están impregnadas de una sinceridad que, sin duda, los lectores sabrán apreciar. Lo entrevista Deia.
Está jubilado, aunque esa palabra no nos acaba de cuadrar con su forma de ser…
Es una jubilación activa, tal vez en exceso. Invitado por muchos obispos de España, imparto conferencias, jornadas, ejercicios espirituales… He estado en Oporto, Lisboa, Chile, Ecuador… A mis 77 años largos, un tanto excesivo, creo yo. Demasiado activo. He escrito un libro, he colaborado en otros dos, tengo encargados otros dos más. O sea, que me faltan horas del día.
¿Echa de menos algo de su vida anterior?
La verdad es que no he sentido ningún síndrome de abstinencia en este tiempo. No sé si lo sentiré más tarde, pero ahora, junto al amor y al interés por las diócesis de San Sebastián, Zamora y Bilbao, el sentimiento predominante es el de liberación. Ser un hombre público en unos momentos delicados como me ha tocado ser, estar bajo el punto de mira no siempre muy benévolo de determinada prensa, vivir las presiones propias de los problemas intraeclesiales y de los problemas cívicos… Todo eso llega a agobiar a medida que pasan los años.
Ha mencionado Donostia, su último destino. La elección de su sucesor no estuvo exenta de polémica.
Es bien conocido por todos, ha sido un hecho público, que la inauguración del servicio pastoral de José Ignacio Munilla no fue fácil ni tranquila. La diócesis y él sufrieron intensamente. Yo lo que deseo ardientemente es que ese sufrimiento mutuo vaya aminorándose y que la comunión recíproca, que al fin y al cabo es la esencia de la comunidad cristiana, se vaya reforzando. Y también la comunión entre las diversas sensibilidades eclesiales y pastorales. Claro, comunión no significa siempre acuerdo; significa unidad sustancial dentro de la diversidad. Liderar una diócesis no es fácil; ni en Euskadi ni en ningún sitio.
Hoy todo ministerio episcopal es complicado, no solamente por la publicidad, sino también por la pluralidad existente dentro de la diócesis y también porque todavía no somos tan poco importantes que los medios no se interesen por lo que decimos, sobre todo si lo que decimos tiene algo que ver con problemas que preocupan a la sociedad.
¿Hasta qué punto debe intervenir la Iglesia en la resolución de esos problemas? Se le acusa tanto de injerencia como de exceso de pasividad.
Lo principal de la Iglesia es despertar el sentimiento religioso y la fe y despertar un clima de fraternidad. Eso es lo fundamental. Ahora, a la hora de realizar esa tarea, tiene que bajar, y bajar a las situaciones existentes, a los problemas existentes y ante ellos tiene que pronunciar una palabra que no debe ser impositiva ni autoritaria, una palabra que debe ser propositiva, una palabra que no debe ser tajante sino dialogante, una palabra que tiene que ser matizada y no contundente. Esa es la palabra que no debería herir y ofender. A mucha gente de buena voluntad ni le hiere ni le ofende, a no ser que haya intereses creados que hagan que si esa palabra me es favorable, me parezca magnífica y si me es desfavorable, me parezca detestable y considere que la Iglesia se está pasando. Es una tarea que un obispo tiene que asumir. Tiene que mirar a su conciencia, al Evangelio, a Jesús, a la doctrina social de la Iglesia y ahí tiene que fajarse guste o no guste porque el criterio de un obispo para hablar o para callar no es gustar o no gustar, aunque ha de tener la prudencia de no hostigar indebidamente.
¿Responde la Iglesia a las necesidades de la sociedad actual?
La Iglesia no está para satisfacer todas y cada una de las necesidades de la sociedad actual, que naturalmente tiene muchas instancias, gracias a Dios, que proveen para esas necesidades. Está para ayudar en todas aquello en lo que el ser humano crezca y la solidaridad y la justicia y la verdad resplandezcan. En ese punto la Iglesia tiene que colaborar, pero no se le puede pedir que sea el elixir mágico que resuelva todos y cada uno de los problema. Ahora, que la Iglesia necesita en este momento reformular su mensaje y repensar el modo de transmitirlo, eso también es cierto.
¿Y está ya en esa tarea? Estamos en un momento muy delicado de la Historia.
Desde luego. No estamos en una época de cambio, sino en un cambio de época. Y la Iglesia tiene que hacer un esfuerzo muy grande, como lo hizo en el siglo III, cuando tuvo que encarnarse en la cultura greco-romana, hoy tiene que hacer también un esfuerzo de ese estilo. Y ese esfuerzo es costoso. Hay siempre temores, frenos. Hay también a veces audacias excesivas. El acelerador y el freno no siempre funcionan con la debida armonía entre sí, pero esa es nuestra tarea y nuestra misión.
¿Qué Iglesia debe resultar de ese juego de acelerador y freno?
Yo espero una Iglesia más evangélica, más actualizada, más preocupada por la suerte del ser humano concreto, más volcada sobre los más pobres y los más desheredados. También más orante, más verdadera y profundamente orante, más orante que rezadora, más eclesial que eclesiástica, más secular que mundana. Yo espero una Iglesia así.
¿Y cree que llegará a ser así?
Nadie sabe cuál va a ser el curso de la Historia, pero uno tiene la esperanza puesta incluso más allá de la Historia. Es la esperanza más fundamental, aquella que Jesús vino a traer a este mundo y que uno procura vivir… pues con tentaciones también de desesperanza en más de una ocasión. Yo no soy inmune a ninguna de las tentaciones que tienen los creyentes de hoy. Además, si fuera inmune, me sentiría incómodo, porque me parecería que no sería capaz de entender a la gente en su verdadera problemática existencial y comunitaria.
Siempre ha tratado de acercarse a esa problemática, aunque le haya costado más de un disgusto…
Nadie me ha dado consignas. Yo he pensado, primera pregunta, cómo veo la situación. Segunda pregunta, ¿cuál es la tarea que debe realizar un hombre de Iglesia con la responsabilidad que yo he tenido? En función de eso, he decidido lo que tenía que decir, lo que tenía que callar, lo que tenía que hacer y lo que tenía que omitir. Y no he recibido consigna alguna, lo cual no significa que no haya recibido crítica alguna. Como tú sabes, he recibido muchas críticas. A lo mejor, hasta de esta entrevista sale alguna crítica. Pero siempre he actuado en conciencia. Muchas veces a uno le era mucho más cómodo callar que hablar y, sin embargo, tenía que hablar. Y en otros momentos me salía más espontáneamente hablar y decir algo que lo sentía muy vivo, pero pensaba que era evangélicamente más prudente no decirlo.
Esa conducta la ha aplicado en todo y, de modo especial, en la búsqueda de la paz para este pueblo.
¿La ve ahora más cerca?
Hace muy poco tiempo coincidí en un aeropuerto con una persona que ha sido un eminente político de este país y le hice esta pregunta, y él me contestó que sí, que creía que estamos más cerca que nunca de la paz. Yo también lo creo así. Yo creo que la antigua Batasuna ha dado unos pasos que son firmes y que a mi entender son creíbles, e incluso pienso que se puede decir que son prácticamente irreversibles. Comprendo que haya gente a la que le cueste ver esto. Lo comprendo perfectamente porque hemos vivido muchos años en los que no se daban estos signos de credibilidad. Sospecho que pueda haber alguno, incluso, a quien no le interese verlo. Yo sí creo que, dados esos pasos, está más cerca la paz. Y espero que venga el día en el que todos los ciudadanos de este país puedan acudir a las urnas para emitir su voto.
¿Y qué vendrá después?
Después va a haber debates, va a haber confrontaciones, va a haber zancadillas… No pensemos que, sin más, la vida social y política se va a purificar, va a sufrir una catarsis. Eso no lo pensemos. Pero al mismo tiempo, siempre será dentro de los cauces democráticos y pacíficos, lo cual ya es una gran cosa. No cabe duda de que ETA es una gran losa y una pesadilla, y que condiciona muchísimas cosas de la vida social. El hecho de que todos los grupos políticos acepten las vías pacíficas y democráticas va a transformar cualitativamente la política, eso sí, sin convertirla en una Arcadia feliz.
Hay un doble asunto que deberemos resolver: el perdón y la reconciliación.
Nadie en la sociedad puede exigir que las víctimas, sean cuales fueren, otorguen el perdón. Sin embargo, Jesús sí se lo pide a los cristianos. Se lo pide con unas palabras muy firmes y muy netas, que aparecen en el Evangelio una y otra vez. Ahora, una cosa es el perdón y otra la reconciliación. La reconciliación siempre es entre dos. Por consiguiente, no basta con que yo me quiera reconciliar. Hace falta que también la otra persona o el otro grupo se quiera reconciliar. El perdón no tiene por qué ser cosa de dos. Puede ser -y en cristiano ha de ser- unilateral. Yo he tenido que perdonar con costo por mi parte, con dificultad, a personas que creo que no me han tratado bien. E igualmente, he tenido que pedir perdón. También es verdad que quienes han ofendido, quienes han herido, quienes han roto derechos humanos, incluso el mismo derecho a la vida, es importante que reconozcan con suficiente claridad que realmente han actuado injustamente. Todo esto es impopular decirlo, pero lo ha tenido que decir la Iglesia, y por eso ha podido ser considerada como favorable a un bando o a otro, pero la Iglesia lo que no puede es meter debajo de la alfombra el mensaje de Jesús.
La violencia ha mediatizado la visión de la Iglesia vasca. Y, además de eso, ha tapado buena parte de su labor pastoral.
Con eso me he llevado sorpresas por parte de mucha prensa. A veces uno hacía reflexiones de corte antropológico, tocaba el tema de la mujer, de la dignidad de la mujer u otros asuntos antropológicos que no eran sino un bombón para un periodista sagaz y para una parte de la población. Sin embargo, pasaban totalmente desapercibidos porque había una especie de polaridad en aquella frase que se podía decir respecto a los presos, respecto a la tortura o respecto a ETA.
Y se dejaba de hablar de cuestiones fundamentales.
Fíjate lo que ha sucedido con un problema que nos preocupa a todos, como es la crisis económica. Los obispos del País Vasco y Navarra acaban de publicar una carta pastoral de Cuaresma que es, a mi entender, lo mejor que ha salido en el mundo católico. Lo mejor. Por el análisis de la crisis, por el conocimiento de esa crisis, por la manifestación de los valores en juego, por la claridad, por la capacidad interpeladora a todas las instancias de la sociedad. Y ha pasado casi desapercibida en los medios. Cualquier noticia del tribunal de no sé cuántos tiene más capacidad de atraer la atención de los medios de comunicación social.
A pesar de tener que lidiar con todos estos sinsabores, ¿se ha sentido útil en su labor pastoral?
Tengo que decir que cuando miro a mi pasado, incluso a mi presente, no tengo la sensación de inutilidad ni de estar vendiendo ilusiones y quimeras ni alimentando el imaginario soñador de la gente. Yo creo que si a esta sociedad le faltara el humanismo que proviene del Evangelio, le faltaría una gran cosa. Mis intervenciones han sido pensadas, pero no siempre habrán sido acertadas, y en más de una ocasión me habré quedado corto y en otras, me habré pasado. En esta última fase de la vida, que Dios quiera que sea larga, lo que quiero es mirar con nobleza y con sinceridad mi pasado y no hurtar tampoco las oscuridades o los puntos insuficientes que hay en ese pasado. Estoy en la hora de la verdad, en la hora en que uno quiere decirse la verdad, porque sabe que Alguien con mayúsculas se la merece y que algún día me va a preguntar cuál es esa verdad, la verdad de mi vida.