Revela sus encuentros con Pablo VI y Franco
(Pedro Ontoso, El Correo).- «El Gobierno sabe que el Episcopado va a publicar un documento colectivo, del que usted ha sido redactor. Tengo el encargo de pedirle que introduzca alguna frase que reconozca lo mucho que Franco ha hecho por la Iglesia. El Caudillo está ya viejo y agradece mucho el reconocimiento a sus servicios.Una frase del Episcopado que reconozca lo que ha hecho por la Iglesia, aunque sea solo de pasada, le dejaría bien dispuesto para dar a la Iglesia cuanto le pidiera». José María Cirarda se quedó «petrificado» cuando escuchó esta petición en el asiento del avión que le trasladaba a Madrid junto a otros obispos, aquel 8 de diciembre de 1965, día que finalizó el Concilio Vaticano II.
Se la hacía un ministro proveniente de los Propagandistas de Acción Católica, que había viajado a Roma a la clausura de aquel acontecimiento eclesial. «Por lo que veo –le contestó el prelado– ni usted, que proviene de la Acción Católica, ni el Gobierno, a pesar de su confesionalidad católica, se han enterado de lo que ha sido el Concilio. Su petición no tiene sentido».
Este episodio es uno de los muchos que relata José María Cirarda (Bakio, 1917) en su libro ‘Recuerdos y memorias’ (PPC) y revela las tensiones que jalonaron las relaciones Iglesia-Estado, entre el régimende Franco y el Vaticano, en una época muy convulsa, también, para la Iglesia de Euskadi. Franco mantenía el privilegio del nombramiento de obispos y la Santa Sede no escondía sus denuncias de la represión del Gobierno español.
Muchos sacerdotes, entre ellos numerosos vascos, plantaron cara al régimen– otros se vieron involucrados en la espiral violenta de ETA– y fueron recluidos en la cárcel concordataria de Zamora. Cirarda, testigo del bombardeo de Gernika y uno de los padres conciliares en el Vaticano II, tuvo que afrontar, sin buscarlo, una etapa de grave crisis en la diócesis de Vizcaya, entre 1968 y 1970, muy dividida y con claro riesgo de cisma.
Apenas dos horas después del fallecimiento del obispo de Bilbao, Pablo Gúrpide, el 18 denoviembre de 1968, la Santa Sede nombraba a Cirarda Administrador Apostólico de la sede vizcaína con plenas facultades de obispo residencial. La muerte de Gúrpide se produjo en circunstancias dramáticas. Más de 60 sacerdotes ocupaban el seminario «en abierta rebeldía» contra su obispo, quien, ya agonizante, dictó contra todos los curas encerrados la suspensión ‘a divinis’, una de las penas más graves del Derecho canónico, por las que les retiraba todas las licencias ministeriales para celebrar la eucaristía, confesar y predicar.
Cirarda se encontraba en Madrid para asistir a la asamblea plenaria del Episcopado. Dos horas después de que arrancara, le llamó el nuncio de la Santa Sede para comunicarle e lnombramiento, a lo que se resistió, dado que apenas llevaba dos meses en Santander. «La decisión está tomada en firme. No le hemos consultado, porque la urgencia es grande. El nombramiento ha sido hecho por telegrama. Tiene usted dos buenos vicarios en Santander. Dios le ayudará». Monseñor Dadaglio no dejó margen.
Comenzaban los años más duros para Cirarda, que tuvo que enfrentarse a un grupo importante e influyente de curas rebeldes, que se posicionaban de manera abierta y pública contra el régimen de Franco y a favor de los derechos «del Pueblo Trabajador Vasco»,pero que también contestaban la actuación de la jerarquía. Cirarda recuerda que parte del grupo más radical de los sacerdotes se había cuasi institucionalizado ya en 1967.
«Se autodenominó Gogortasuna, una contracción de un lema más amplio que decía Gogorkeriaren aurka, Gogortasuna, es decir, ‘Contra laviolencia, dura resistencia’».
ETA en el camino
Durante mucho años, Cirarda tuvo en su despacho una carpeta que decía en su portada: 9de abrilde 1969. Era el dia en que un etarra asesinó en Orozko a un taxista. La primera muerte de ETA en Vizcaya. Tirando del hilo, la Policía relacionó con el etarra a tres sacerdotes, a los que metió en la cárcel.Uno de ellos mencionó en su declaración a Angel Ubieta, vicario de Cirarda.
Veintitrés días después del crimen una veintena de soldados se presentaron en el jardín de la residencia episcopal para detener a Ubieta, que estuvo retenido tres días en el Hospital Militar en espera de ser procesado. Cirarda lo evitó tras realizar gestiones ante el Ministerio de Justiciayla Secretaría de Estado delVaticano.
El ministro bilbaíno Castiella fue personalmente a El Pardo y consiguió que Franco ordenara la libertad del ‘número dos’ de la diócesis. Los tres sacerdotes, sin embargo, fueron condenados a largos años de prisión, por lo que ingresaron en la cárcel concordataria de Zamora.
Cirarda logró otra intervención personal de Franco para que cumplieran su condena en una residencia religiosa .Antes había convecido al general de los jesuitas,el bilbaíno Pedro Arrupe, para que les acogiera en un noviciado de la orden en Villagarcía de Campos.
Cirarda mantuvo cuatro audiencias privadas con PabloVI en menos de tres años, la primera en enero de 1969. El contenido de sus conversaciones revela que el papa estaba muy bien informado de la situación en Euskadi y muy al día de lo que ocurría en la Iglesia vasca, que ocupaba un lugar especial entre sus preocupaciones.
A mediados de 1969, Cirarda visitó de nuevo a Pablo VI, que le felicitó por la «gallardía» con la que había afrontado el ‘caso Ubieta’, entre las presiones del Gobierno y la «contestación» de algunos sacerdotes.
La cuarta audiencia fue en febrero de 1971, la más larga de todas y la más decisiva. El papa le comunicó que estaba decidido a nombrarle obispo de Bilbao. Cirarda, petrificado, le contestó que era inviable, porque, según el Concordato, era necesario el ‘placet’ de Franco y de su Gobierno, y parecía impensable que lo aceptaran. «Hay varias maneras de obviar esa dificultad », le adelantó el pontífice. Cirarda insistió en que consideraba una gran equivocación su nombramiento para Bilbao.
PabloVI le preguntó quién podría ser el obispo de la capital vizcaína, quién podría sucederle en Santander y dónde desearía ir él. Cirarda le propuso que Antonio Añoveros, obispo de Cádiz, podría pasar a Bilbao–«es navarro, pero no habla el vasco, y sabrá rodearse de colaboradores que lo dominen», le dijo– y JuanAntonio del Val, auxiliar en Sevilla, a Santander. «Si Franco me acepta como nuevo obispo de Córdoba, iría allí muy contento», pidió.
En efecto, Pablo VI tomó nota de las sugerencias y antes de darle un abrazo fraterno, le dijo:«Usted dejará Bilbao y Santander. Con este motivo se hará una amplia combinación episcopal».
El papa soslayó las dificultades concordatarias y el 4 de diciembre se materializó una combinación que afectaba a siete diócesis. Cirarda fue a Córdoba y Del Val le sustituyó en Santander. Y Añoveros, que luego tendría un protagonismo tan especial en uno de los conflictos más graves entre el Gobierno de Franco y el Vaticano, fue a Bilbao. Antes, una comisión de la diócesis vizcaína viajó a Cádiz para invitarle a renunciar alnombramiento.
EL ELEFANTE Y EL MOSQUITO
Cirarda se entrevistó con Franco en septiembre de 1969, el año más conflictivo de su estancia en Bilbao, consciente de que el entonces Jefe del Estado estaba irritado por la línea de sus servicio episcopal. Durante el ecuentro, que se prolongó hora y cuarto, e lAdministrador Apostólico le trasladó la acumulación de denuncias de torturas y malos tratos a muchos detenidos en las comisarías e insistió en explicarle algunas de las que se aplicaban sin que dejaran huella.
Franco le pidió que se las describiera. Cirarda desgranó en qué consistía lo que llamaban el ‘quirófano’ o ‘el gusano’, entre otras vejaciones, ante un Franco que se hacía el incrédulo. «Pediré información y si hay algo de verdad en lo que me ha contado, ordenaré que no vuelva a suceder».
Otra parte de la entrevista se centró en la situación política de Euskadi y la violencia de ETA, que, a jucio del obispo, no podía resolverse solo policialmente o por la fuerza militar. Se lo explicó con una parábola. «Un elefante molesto por un mosquito no puede librarse de él con violentos movimientos de su trompa o pisoteando el suelo con sus potentes patas. Elmosquito puede seguir picándolo en la cabeza, en los ojos o en cualquiera otra parte de su inmensa mole. Así también, por muchos que sean los soldados o los policías que traten de resolver el llamado ‘problema vasco’, solo lograrán acallarlo un tiempo, porque se trata de un problema de carácter cultural y político».