Creo que es el reconocimiento a una forma de vida entregada plenamente a la teología en la Iglesia y en la cultura pública
Al recibir el «Premio Ratzinger» se agolpan los recuerdos, con precisión y orden, en el profesor Olegario González de Cardedal -prefiere que le llamen afectuosamente don Olegario-. No oculta su emoción y describe su labor teológica -y pedagógica- con la imagen de un herrero en su fragua y yunque, forjando el metal noche y día. Lo entrevista Marta Lago en L’Osservatore Romano.
Don Olegario ha llevado la teología a los lugares donde pudiera tener un lugar digno, sea la televisión, la prensa nacional, la Real academia española de ciencias morales y políticas y, por supuesto, en primer lugar la universidad.
Castellano nacido en Ávila, se enorgullece de su procedencia rural, mundo abierto de alta montaña y colinas. Ha forjado medio centenar de términos para poder decir en lengua española -precisa y moderna- cuanto ha cincelado la mejor teología y lo que otras teologías europeas han dicho. Con el Premio Ratzinger, en su opinión, también se ha dignificado el castellano. De ahí que, en este sentido, brinde el galardón a España y -añade- «a esa generación de sociedad, de Iglesia y de teología que hicieron del Concilio Vaticano II el punto de arranque y fuente nutricia para una nueva Iglesia y una sociedad libre, moderna y reconciliada«.
–¿Con qué espíritu recibe el «Premio Ratzinger»?
–Creo que es el reconocimiento a una forma de vida entregada plenamente a la teología en la Iglesia y en la cultura pública. No he hecho otra cosa que, como sacerdote, ser teólogo, pero en esa complejidad de lo que es la teología en la universidad, en la Iglesia y en la sociedad.
–Casi se podría decir que el premio no es un punto de llegada, sino de partida. Una llamada amplia al compromiso en el quehacer teológico.
–El sentido del premio es valorar y apoyar ese tipo de servicio a la Iglesia. Y por tanto a la vez que se realiza un elogio y un premio, se propone una responsabilidad y se hace una incitación.
–¿Cómo se concreta esa incitación? ¿Qué pasos debe dar la teología en la realidad contemporánea?
–En primer lugar, el cultivo riguroso de las instituciones donde se hace esta ciencia; en segundo lugar, la entrega personal -a fondo perdido- a ellas; en tercer lugar, una sensibilidad histórica de diálogo y de comunicación con el pensamiento contemporáneo: relación Evangelio-ilustración; fe-cultura; esperanza cristiana-esperanzas históricas.
–Le definen como gran teólogo y hombre de cultura, punto de referencia en España. ¿Como se articula este diálogo que aúna en su persona?
— Eso que parece tan peculiar siempre fue constitutivo de la mejor teología. San Agustín piensa con toda la cultura retórica latina y el pensamiento griego; santo Tomás piensa con la mejor tradición espiritual y teológica y la filosofía de Aristóteles; Newman piensa con la tradición espiritual anglicana y la filosofía del positivismo de su tiempo; Rahner y Balthasar piensan con la teología en el cristianismo y todo el pensamiento europeo. Sólo hay verdadera teología cuando se es un hombre de una racionalidad históricamente constituida y de una fe eclesialmente constituida. Y éstas son inseparables. Porque el hombre que cree es el hombre que piensa, y el hombre que piensa es el hombre que tiene que creer.
–La teología es la fe pensada…
–La teología es la razón en camino hacia la fe y la fe en camino hacia la razón. Los dos trayectos, de ida y vuelta, son inseparables. En una inteligencia que busca la fe, y es una fe que, una vez adquirida, penetra en sus contenidos, busca su fundamentación y deduce sus consecuencias.
–¿Qué obstáculos observa hoy a esta razonabilidad de la teología?
–Si tuviera que sugerir dos amenazas globales -no sólo para la teología, sino también para la Iglesia, la fe, la cultura-, distinguiría por un lado un fundamentalismo integrista que no accede a abrir los ojos a lo que la razón moderna compleja ha aportado de positivo y de negativo también. Y por otro lado un racionalismo positivista que reduce la razón a aquella forma de racionalidad técnica, científica, cuantitativa, como si ese fuera el criterio supremo de la verdadera razón. Hay múltiples ejercitaciones de la razón: filosófica, poética, científica, religiosa y metafísica. Ese amplio mundo es el que plasma la complejidad de las certidumbres y de las esperanzas de la vida humana. El positivismo racionalista es una secesión y una decapitación de la compleja racionalidad a la que estamos convocados.
–¿Se necesita una teología más cercana, más accesible?
–La teología se ejerce en distintos niveles. Existe una ejercitación teórica, técnica, científica, rigurosa, de fuentes, textos, métodos y hermenéuticas que se ejerce en la universidad. Y eso tiene que contar con todo el rigor crítico, metodológico y de estilo que se exige a las demás ciencias. Existe un segundo nivel que es de transmisión de grandes percepciones, valores, verdades, a la gran generalidad de la Iglesia. Y en tercer lugar, una transmisión más pedagógica, didáctica, en pequeños grupos, asociaciones, parroquias y movimientos. Esto hay que diferenciarlo y ejercitarlo, y preparar personas para que lo lleven a cabo cada una en su nivel. A veces el gran catedrático carece de esa capacidad pedagógica de transmisión, y viceversa. Distinguir para unir también es aquí un criterio esencial.
–Tres niveles; ¿afrontan algún reto?
–Existe y debe existir una especie de retroalimentación. Sólo con el primer nivel nos quedaríamos en un conceptualismo, tecnicismo, positivismo puro. Sólo con el segundo nivel nos limitaríamos a una pura ejercitación piadosa. Y en un único tercer nivel se reduciría la teología a una mera función social y cultural. Hay una retroalimentación. Por ejemplo, ante la tentación del positivismo, conceptualismo y cientificismo, la experiencia vivida de Iglesia, de fe, de testimonio, de Evangelio en el tercer nivel va a repercutir para preguntar al primer nivel en qué medida es Evangelio lo que están haciendo. A la vez, hay que proveer al tercer nivel para que no sucumba a la magia, a la política, al fundamentalismo, al simple vivencialismo de la fe.
–¿Algún apunte sobre el futuro inmediato de la teología?
–Dejémoslo en las manos de Dios y en el empeño e ilusión que los hombres debemos poner en ella.