Rouco instó a los sacerdotes a traer obleas en lugar de los trozos de pan que se habían preparado y que son los que normalmente se utilizan en estas misas. El cardenal tampoco aceptó un báculo de madera que una niña quiso ofrecerle como presente
(Jesús Bastante).- Fue una decisión de última hora, sin la presencia de medios y acompañado de cuatro (otras fuentes señalan que dos) furgones policiales. Pero tampoco fue la visita del médico. El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, visitó ayer la Cañada, celebró misa, visitó a los niños del Gallinero, se reunió con los responsables de Cáritas y puso las bases para una futura Escuela Infantil. Una visita importante, en la que también se encontró con peticiones de una Iglesia más abierta y donde se reflejaron las distintas visiones de la Eucaristía y la liturgia.
Rouco Varela llegó a la Cañada poco antes de las diez de la mañana. Acompañado por Juan Pedro Ortuño, y con una nutrida presencia policial (que no le acompañaron en la visita, sino que permanecieron junto al coche oficial. No hubo necesidad: el día anterior, los voluntarios que trabajan con la gente de la Cañada y El Gallinero se aseguraron de que Rouco sería bien recibido). Ofició la misa junto a los sacerdotes que trabajan codo con codo en este rincón perdido de Madrid, en una fecha señalada, el día después de las manifestaciones contra la Pobreza y un día antes de la celebración, hoy, del Día de la Erradicación de la Pobreza.
Agustín, el sacerdote responsable de esta zona, explicaba a RD que «fue una visita no prevista. El cardenal nos avisó unos días antes, aunque desde antes del verano nos había indicado su intención de venir a la Cañada». En la Eucaristía, se visibilizaron algunas diferencias de criterio. Por ejemplo, cuando Rouco instó a los sacerdotes a traer obleas en lugar de los trozos de pan que se habían preparado y que son los que normalmente se utilizan en estas misas. El cardenal tampoco aceptó un báculo de madera que una niña quiso ofrecerle como presente, y su homilía fue más propia de la que podría pronunciar en una catedral que la que habría de decirse en el centro de la marginación de Madrid. La comunidad solicitó al cardenal que enviase más diáconos y diaconistas a la Cañada (ya existen, in pectore, unos ocho), y se le pidió que volviera a celebrar una Eucaristía «más nuestra», según comentaba a este diario uno de los presentes, que se quejaba que en su homilía Rouco no hablara sobre la marginación, la pobreza y la implicación del cristiano por una sociedad más justa, sino que «pareciera un alegato contra el Jesús de Pagola«.
Tras la misa, el cardenal visitó a las religiosas franciscanas, con las que compartió café y pastas, y junto a Agustín y los trabajadores de Cáritas pasearon junto al Gallinero. Allí se vio al Rouco más cercano, muy afable con los niños y comprometido con la creación de una Escuela Infantil que es más necesaria que nunca y que la diócesis parece puede llegar a asumir.
Rouco fue a la Cañada. Sin prisas, deteniéndose a contemplar la realidad, y caminando ente el polvo y las casas prefabricadas, oliendo la pobreza y la miseria. «Agradecemos su visita, y esperamos que el cardenal haya podido sacar una idea aproximada de lo que sucede aquí», comenta Agustín, encantado con la presencia de su pastor entre los más desfavorecidos.