Ellos expresan la universalidad de la Iglesia, la razón de ser creyente.
(Jesús Bastante).- Anastasio Gil es el director nacional de Obras Misionales Pontificias desde el pasado 5 de mayo, cuando sustituyó en el cargo a Francisco Pérez, pero el de este domingo no es su primer Domund. «Es una continuidad, una ratificación de lo que se venía haciendo, con las naturales variables que vas metiendo cada día, por el imperativo del guión», afirma quien durante diez años gestionó, como subdirector de OMP, el trabajo para cuidar de los más de 14.000 misioneros y misioneras españoles repartidos por el mundo. Una realidad que «debe impactarnos» y que, en su opinión, demuestra que «la Iglesia no tiene límites geográficos«.
-Desde tu óptica, ¿Cómo ha variado la realidad de los misioneros en estos 10 años? ¿Y vuestra relación con ellos?
-Bueno, uno de los objetivos prioritarios que nos hemos marcado (lo dije públicamente el día de la toma de posesión) es dar prioridad a nuestra relación con los misioneros españoles. Es una verdad imponente, que nos debe impactar y que debemos difundir. En la actualidad hay más de 14000 españoles que están sirviendo a la humanidad bajo el título de misioneros. Es decir, voluntarios. Entregando su vida por el Reino de Dios. Y cada uno de ellos nos importa.
A veces en la televisión aparecen las «estrellas», los casos espectaculares, los que hacen grandes proyectos de Cooperación y Desarrollo. Sin embargo, hay muchos misioneros ocultos que han estado toda su vida comiéndose a los cocodrilos.
Recientemente he estado en Perú y en Venezuela, y me encontré con una monjita de 80 años. Me dijo que era de Burgos, y que llevaba 54 años sirviendo a la misión. Nadie la conoce, pero a mí esa mujer me emocionó. A ella es a quien tenemos que acercarnos con gratitud y aprendizaje.
-¿Son los misioneros una maravillosa excepción en las encuestas más o menos poco favorables sobre la Iglesia? ¿Tienen ellos más caché y estima?
-No es del todo cierto. Todo planteamiento dicotómico en sí mismo es perverso, y puede llevar a juicios peyorativos. La Iglesia es el obispo de mi diócesis, el vecino de en frente con el que me tropiezo los domingos en la eucaristía, o es un grupo de personas que ejerce la caridad sirviendo a los que están siendo golpeados por la crisis. Y la Iglesia también es el misionero.
-¿Y no ha tenido mucho que ver la propia institución en la identificación de la Iglesia con la jerarquía?
-Pero el rostro de la Iglesia, que somos todos, suscita diferente empatía dependiendo de los valores que estén más en alza en la sociedad. Ante una situación de emergencia, la gente reacciona con una generosidad extraordinaria. En eso tenemos que rendir homenaje a nuestros coetáneos: el tsunami de extremo oriente, Haití, Somalia. Y todo ese valor lo canalizan los misioneros. Dan certeza de que las ayudas económicas llegan a su destino. Y por eso alcanzan un reconocimiento en la sociedad. No porque sean mejores o peores que el resto de la Iglesia, sino porque prestan el servicio de garantizar el buen uso del donativo que he hecho, y eso suscita más simpatía que el pobre cura mayor que celebra la misa a las 11 de la mañana. Pero todos, con nuestros pecados, somos miembros del mismo cuerpo.
-¿Pero cómo se «aprovecha» ese caudal de buena sintonía?
-Pues mira, la prioridad que nos hemos propuesto en Misiones Pontificias a nivel de delegaciones diocesanas y congregaciones religiosas es hacer que cada uno de los misioneros y misioneras aparezca en el primer plano, y se sientan queridos y agradecidos por todos nosotros. No estamos dispuestos a que los misioneros permanezcan en el anonimato.
Con frecuencia aparecen ONG que promueven proyectos sociales, y los presentan ante una entidad bancaria o una empresa multinacional, y eso suscita la cooperación. Yo pretendo mantener eso, y dar a conocer a la vez al sujeto que está propiciando la obra social. ¿Nadie se pregunta de qué viven los misioneros, quién les atiende cuando están enfermos? Los misioneros van con los bolsillos llenos de donativos, y a los 8 días los bolsillos ya están vacíos. No piden para sí mismos, y sin embargo tienen que mantenerse, formarse, atender la comunidad a la que pertenecen… Ellos expresan la universalidad de la Iglesia, la razón de ser creyente.
-¿Son sólo los misioneros una suerte de cooperantes que realizan una importantísima labor social, que ayudan a la modificación de estructuras, a construir un mundo mejor…? ¿O son también hombres y mujeres que abandonan su vida motivados por el Evangelio y por la fe? ¿Pueden casarse estos dos conceptos? ¿No se prioriza en el seno de la Iglesia la práctica dominical, el número de bautizos, etc., en vez de la acción social? ¿Se pueden vivir las dos cosas con absoluta plenitud?
-Son planteamientos aparentemente distintos, pero no opuestos. Dicotomizar es un peligro.
Hay muchos cooperantes civiles que están trabajando en sociedades empobrecidas y necesitadas. Un misionero es un cooperante, pero sobre todo es un voluntario. La distinción es importante. De hecho, en España hay un vacío legal relativo al voluntariado internacional de larga duración, que tiene una precaria cobertura.
El Evangelio dice «Id al mundo entero». El misionero no es alguien que se apunta a hacer una obra buena. Tiene que sentir en su interior la vocación de la misión.
A lo largo del año salen de España 150 nuevos misioneros de larga duración, que van a las sociedades más necesitadas, donde no está el Evangelio. Y es justo cuando una comunidad entrega sus vocaciones, cuando Jesús hace el milagro y comienza la implantación del Reino de Dios. Por eso el lema del Domund este año es «Así os envío yo».
Este mes en la revista Iluminare aparece la experiencia de una familia en la que dos de los hijos han salido de casa convertidos en misioneros. También algún obispo ha sentido el desgarro a la vez que la alegría de enviar a misiones al mejor de sus sacerdotes.
Un misionero es un hombre vocacionalmente enviado, y que una vez llega del otro lado hace todo lo que sabe y todo lo que tiene. Y nosotros somos los altavoces de los misioneros.
-¿Qué día se celebra el Domund este año?
-El 23 de octubre, penúltimo domingo. Es una fecha emblemática porque sucede en todo el mundo. Igual que se celebra en Madrid, se celebra en Nueva York, en Nueva Zelanda, en Haití… y eso es bonito.
-¿Se podría considerar una de las pocas fechas en que todo el mundo está haciendo lo mismo a la vez?
-Sí. En España lo ensartamos dentro del Octubre Misionero. Porque muchos son los fieles que no se contentan con dar una limosna.
-¿Tú te sientes misionero? ¿Alguna vez has tenido esa vocación de dejar tus misiones aquí y marchar?
-Esa pregunta me la hago todos los días, desde que, de una manera inopinada, el entonces Secretario General de la CEE don Juan José Asenjo me dijo que me iban a pedir que pasara de catequesis a misiones. Yo pensaba que el mundo y la Iglesia se circunscribían a la enseñanza de catequesis, pero acepté lo que me pedían y me puse a trabajar en misiones. Y desde entonces, 1999, estoy feliz y contento porque Dios me ha hecho ver un panorama extraordinario: descubrí que la Iglesia es universal, que no hay fronteras, que los medios de comunicación nos ponen rápidamente en contacto con todo… Por eso me siento profundamente misionero. Por eso en ningún momento ha pasado por mi corazón la idea de marchar para allá. En el momento que surja, creo que Dios me ha dado la gracia suficiente para responder. Pero realmente estoy descubriendo y paladeando cada día como un niño, el gozo de dar gracias a Dios.
Desde el 4 al 21 de septiembre dormí en 10 camas distintas. Siempre estoy de un lado para otro. Por eso me considero misionero, me llamo misionero. Y a pesar de las urgencias de las parroquias y de las diócesis, siempre priorizo el compromiso misionero. No quiero que nadie olvide que la Iglesia no tiene límites geográficos.
Un misionero regresado es como un grano de mostaza. Como la levadura de la comunidad, un contagio para la parroquia. ¿Quiénes pueden acoger mejor a los inmigrantes? Sin duda, quienes han tenido la experiencia de vivir una cultura distinta. Esto es un acontecimiento de Pentecostés, un enriquecimiento para las iglesias.
Las personas que dan limosnas subsidiarias, mejor que se las guarden para sus caprichos personales. Lo importante es la apertura de corazón para dar y recibir gratuitamente.
Cuando estuve en Lima me quedé sobrecogido: esas gentes eran felices, con toda la ayuda que necesitaban (a nivel de dignidad, derechos humanos…). Al igual que son felices los misioneros que he recogido en Barajas, que han venido enfermos en camilla desde distintas partes del mundo. No hay gesto que se equipare a esa labor de la Iglesia. Cuando hay una catástrofe, los bomberos van y se vuelven con sus perros adiestrados. Pero los misioneros se quedan allí, permanecen. Por eso tenemos que hacerles justicia.
-¿Qué podemos hacer el día del Domund?
-Contemplar el cartel de la campaña, sentir que Cristo envía a los misioneros desde la Cruz a cualquier parte del mundo, y que nosotros les hemos de acompañar con nuestra oración perseverante, con responsabilidad y con ayuda económica. No con una simple limosna, sino con generosidad, sin olvidar que ellos no piden para sí mismos, sino para otros menos agraciados.