Tiene que contribuir a revertir ese cliché que se está solidificando en el imaginario colectivo español: los eclesiásticos predican mucho el amor, pero el pueblo sigue sin sentirse querido por ellos
(José Manuel Vidal).- La Iglesia no es del mundo, pero vive en el mundo y, por lo tanto, no puede ser ajena a las realidades temporales. Por algo es experta en humanidad. Todo esto y mucho más lo sabe el presidente del episcopado, cardenal Rouco Varela. Y, sin embargo, con la que está cayendo, se empeña en dedicar el discurso de apertura de las asambleas plenarias a cuestiones internas. Se empeña en no comunicar con la sociedad. Se empeña en seguir manteniendo «rouca» a la Iglesia española, que preside. Y, cuando el país necesita más que nunca una palabra de aliento y de esperanza, Rouco habla de la JMJ. Y dedica casi todo su discurso al autobombo de la JMJ: 21 de las 29 páginas. Autobombo, sí, porque la JMJ lo merece. Pero no tanto. Había espacio para intentar también esa conexión con el pulso de la sociedad española, a la que la Iglesia sirve.
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