La Iglesia nace a los pies de la cruz. Por eso hoy debemos seguir con los ojos fijos en el Señor, y a los pies de todos los crucificados
(Jesús Bastante).- José Luis Segovia es el director del Instituto de Pastoral, y Juan Pablo García Maestro es el coordinador de unas jornadas de teología que cumplen su 23ª edición y que, bajo el título «Recibir el Concilio, 50 años después«, se celebran del martes al jueves de esta semana en el Instituto Superior de Pastoral (Juan XXIII 2, de Madrid). «La Iglesia, con el Vaticano II, se hizo coloquio. El Concilio Vaticano supuso tanta riqueza y novedad que todavía necesitamos desplegar todo su potencial«, afirman.
¿Por qué tratar hoy en día el tema del Concilio?
JPG: Yo creo que ha sido el acontecimiento eclesial más importante del siglo XX. Antes del Concilio todo era antiguo, y después ha sido todo nuevo. No se trata de caer en maniqueísmos, pero sí creo que ha marcado a la Iglesia, sobre todo desde 3 dimensiones: la primera línea importante es que supuso la apertura al mundo, lo quiso mirar con ojos nuevos, aprender de él a través del amor, del diálogo también con los no creyentes, con los hermanos de las otras iglesias y de las otras religiones. Fue clave el primer documento que se aprobó en el Concilio. Después, lo más importante y lo más olvidado es que fue un concilio ecuménico. El ideal de Juan XXIII era la unión de las iglesias. Y por último, el tercer eje del Vaticano II fue la opción preferencial por los pobres, aunque luego se entró de forma tímida en esa cuestión, cuando en realidad tendría que haber tenido mayor profundidad, en tanto en cuanto los pobres tienen que ser los primeros, los preferidos en la Iglesia. Cosa que creo que Medellín en el 68 sí supo reinterpretarlo para toda la Iglesia de América Latina. Insistieron en que, o la Iglesia es la Iglesia de los pobres, o no se da. Por eso, creo que actualmente hay que hacer la relectura del Concilio Vaticano II preguntándose cómo es el diálogo con el mundo, el respeto por la autonomía moral, cómo nos encontramos con respecto al ecumenismo, y hasta dónde ha llegado la Iglesia en su opción clara por los pobres. Porque Jesús de Nazaret optó claramente por ellos. Y no solamente optó, sino que fue pobre. Entonces, hay que hacer una reflexión a partir de Medellín, que a pesar de que duró una semana, llegó mucho más lejos que el Concilio, que duró tres años. Desde ahí hay que mirar hacia el futuro, porque hoy la situación es muy distinta que en los años sesenta.
JL- En ese sentido vamos a hacerlo en el Instituto Superior de Pastoral, porque indudablemente tenemos un deber de memoria agradecida con nuestros mayores, que ocuparon un importante papel en el Concilio Vaticano II en España. La presencia española en el Concilio no fue muy boyante, pero desde luego hubo profesores del Instituto Superior de Pastoral que hicieron una recepción enorme con su doctrina en la Iglesia española.
En España, además, cuando se produjo el Concilio estábamos en una situación política bastante diferente al resto de Europa. ¿En qué medida los aires del Concilio provocaron que la Iglesia estuviera al frente de los nuevos tiempos?
JL- Con mucha fuerza, sí, como el cardenal Tarancón.
Han pasado 50 años, que en el lenguaje de la Iglesia es poco siendo una institución con más de 21 siglos de historia. Pero para la gente de nuestra generación, parece que el Concilio Vaticano queda muy lejos, que se ha olvidado. Cuando se habla del Concilio el análisis suele centrarse en temas litúrgicos, en los cambios en lo ornamental, en lo organizativo… Y no tanto en lo que tú has comentado: opción preferencial por los pobres, ecumenismo, apertura al mundo… ¿La distancia entre algunos postulados de la institución y los miembros de nuestras sociedades, no es hoy bastante más larga?
JL- Yo creo que una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue la autocomprensión de la Iglesia, entendida como Pueblo de Dios en ejercicio de corresponsabilidad. En ese sentido, todavía tenemos asignaturas pendientes. Hay cosas en las que avanzar, y una de ellas es, efectivamente, el diálogo con el mundo. Tampoco se trata de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino de ver aquello que aún necesita desarrollo, ver los grandes retos del siglo XXI en relación al acervo del Vaticano II, que tiene muchas claves para entender las necesidades de la Iglesia. Hay que hacer un ejercicio de profecía, de mirar hacia delante, más que de nostalgia o de recuerdo. Hay que practicar autocrítica, diálogo intereclesial, y en definitiva, la puesta en acto de lo mejor del Concilio pasa por rescatar dos dimensiones fundamentales de la Iglesia: primero, la fidelidad a los orígenes. La Iglesia nace a los pies de la cruz. Por eso hoy debemos seguir con los ojos fijos en el Señor, y a los pies de todos los crucificados. Y segundo, lograr lo que dice Jesús en el discurso de despedida: «Que sean uno, para que el mundo crea». Mantener la unidad dentro de la diversidad. Eso nos permitiría poner en marcha el Concilio Vaticano II para este siglo XXI.
De hecho, en las jornadas, tanto la primera ponencia como las dos últimas son iniciativas hacia delante, para nuestros días, con perspectivas de evangelización. Luego tenéis al arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez. Y el miércoles 25 de enero hay una mesa redonda que me parece muy sugerente: «Tres matrimonios, tres generaciones ante el Concilio». Porque el Concilio, como la Iglesia, no es sólo cosa de consagrados, sino también de laicos, matrimonios, personas que han vivido distintas etapas y distintas perspectivas.
JL- Y también distintos contextos. Tenemos dos catedráticos, uno relacionado con el ámbito de la filosofía, todos de edades diferentes y que aportarán seguramente la riqueza de los matrimonios cristianos.
JP- Yo creo que si el Concilio marcó un hito en la historia fue porque la Iglesia dejó de ser eurocéntrica. Dejó de pensarse que la Iglesia estaba en Europa y simplemente tenía iglesias en Japón , en Tailandia, en el Norte de África, y se entendió que todas esas eran iglesias con rostro propio. Lo importante del espíritu del Concilio es que dio sentido a esa particularidad de la Iglesia universal. Se tomó conciencia de que cada iglesia nace de una contextualización de la propia teología. Es muy importante la consecución de esa particularidad universal, dejar de pensar que todas las iglesias tienen que tener rostro europeo. También cabe señalar que durante el Sínodo de los obispos que vamos a celebrar en octubre vamos a hablar de nueva evangelización. Pero yo creo que no se puede hablar de nueva evangelización mientras no haya unidad en la Iglesia. El ecumenismo sigue siendo una herida muy dura en la Iglesia.
¿No se insiste demasiado en una reunificación de instituciones, abundando menos en otras cosas que nos unen como cristianos? ¿El primer paso no debería ser el de reconocernos como hermanos en la fe?
JP- Sí. En ese sentido, me llamó la atención una de las entrevistas que le hicieron a Juan Pablo II, en la que dijo que no hay mal que por bien no venga. Dijo que las divisiones habían sido evidentemente dolorosas, pero que algunos aspectos de la Iglesia luterana como importancia que le han dado a la Teología de la Cruz o a la Palabra, mientras que los católicos nos hemos centrado más en los sacramentos, han servido para que aspectos que el catolicismo había olvidado, hayan sido recordados por los hermanos de las iglesias luteranas. Así, también los ortodoxos han destacado el tema de los iconos y del Espíritu Santo, mientras nuestra teología es más cristocéntrica. Gracias a los ortodoxos, entonces, hemos recuperado la dimensión simbólica, la importancia de la exégesis y la Sagrada Escritura. Entonces, yo pienso como Juan Pablo II: que las divisiones han sido negativas pero que, por otra parte, han servido para restaurar aspectos que cada uno habíamos olvidado. La virtud comunitaria, la vida religiosa, y el tema de los santos, son cosas que también están recuperando ahora los luteranos. Al final, es más lo que nos une que lo que nos separa. Pero no solamente eso, yo espero que también sea así el diálogo con las otras religiones, que hasta ahora nos hemos excluido, pensando que fuera de la Iglesia no hay Salvación. Cuando en realidad, es fuera de la fraternidad donde no hay Salvación. Porque la fraternidad es lo que nos une a todas las confesiones cristianas. Lo que dijo Pablo VI en el mensaje de clausura del Concilio: que todos sus documentos estaban atravesados por el espíritu del buen samaritano. Por la mística de los ojos abiertos que miran a todos los que están tirados a los bordes del camino. Es esa compasión lo que tiene que unir a todas las confesiones. Porque todo es relativo, menos Dios y el hambre. Eso une a todas las religiones y espiritualidades de la historia.
JL- Es la dimensión dialogal que recordaba Pablo VI, y que es otra de las notas identitarias del Instituto de Pastoral: que la Iglesia se hace coloquio. El Instituto forma parte de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ahora mismo estamos desarrollando el máster en Teología Pastoral, estamos haciendo acuerdos con una universidad de Panamá, y además estamos ofertando un curso de actualización teológico-pastoral, cursos intensivos para sacerdotes, religiosos y laicos; y vamos a poner en marcha también, en breve, cursos monográficos sobre la planificación pastoral, la lectura en la liturgia… El Instituto trata de dar respuesta a las necesidades de los agentes de pastoral desde la concepción de Iglesia samaritana, dialogante y compasiva; que apuesta por los pobres como en el Concilio Vaticano II.
Hacia el futuro, ¿veis necesario otro Concilio? ¿Las enseñanzas de éste están todavía en pañales? ¿Se tiene que dar la vuelta? ¿Se ha retrocedido? ¿Hacia dónde tenemos que ir?
JL- Yo creo que el Vaticano II tiene una riqueza y supone unas novedades tan importantes, que todavía necesitamos desplegar todo su potencial. Sobre todo en la forma de autocomprenderse la Iglesia y en los cambios en las estructuras, muy incipientemente comenzados. Cambios que posibiliten una Iglesia más participativa, más colegial, que acentúe las dimensiones de la misión y del encuentro con los demás. En ese sentido, creo que no necesitamos otro Concilio, sino seguir poniendo en acto los grandes retos a los que nos abrió el Vaticano II. No creo que sea necesario un Concilio Vaticano III. El Sínodo de 2012, además, invita a un diálogo interior en la Iglesia, al contraste y a la confrontación amistosa para tratar de responder a los dos grandes retos que son el eclipse de Dios en sociedades tan secularizadas, y la injusticia y sufrimiento de tantas personas que lo están pasando mal, por la crisis financiera y por otras muchas razones.
JP-A mí me gustaría añadir una cuestión: el teólogo Hans Kung decía que necesitábamos un Concilio Vaticano III. Le preguntaron a Rahner, sobre esa propuesta de Kung, y él contestó que si todavía no hemos asimilado el Vaticano II, tardaremos cien años en poder enfrentar el mensaje de un tercero. Mirando con perspectiva de futuro, creo que la Iglesia tiene que ser una Iglesia de los laicos. El Concilio Vaticano I fue más bien un concilio del Papado. El segundo fue más eclesial, y de los obispos. Yo espero que el fruto que se recoja del Concilio Vaticano II en el futuro, sea de verdad para la Iglesia de los laicos. La Iglesia Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo. Antes que de la jerarquía. Y una Iglesia con rostro más femenino. Hoy en día no podemos minusvalorar toda la explotación que tiene la mujer. Hay que avanzar hacia una teología de rostro femenino, leer la Biblia con ojos de mujer. No se trata de feminismos, en la Iglesia la mayoría son mujeres. Jesús legó, en ese sentido, pasos muy concretos de apostar por la mujer. Se merecen responsabilidades, y todavía sufren una situación de doble marginación cuando, además de ser mujeres, son pobres. Lo que debe verse en nuestro espíritu evangélico es que ya no hay ni varón ni mujer, ni esclavo ni libre, sino que somos todos iguales. Por tanto, que se tomen en serio los ministerios laicales, y la aportación que la mujer ha hecho en la historia de la Iglesia.
OTROS TITULARES
-Antes del Concilio todo era antiguo, y después ha sido todo nuevo
-Lo más importante y lo más olvidado del Vaticano II es que fue un concilio ecuménico
-Jesús de Nazaret no solamente optó por los pobres, sino que fue pobre
-Medellín llegó mucho más lejos que el Concilio Vaticano II, a pesar de que duró una semana
-Con el Vaticano II hay que hacer un ejercicio de profecía más que de nostalgia
-La Iglesia debe practicar la autocrítica, y el diálogo interno
-Debemos seguir a los pies de todos los crucificados
-Con el Vaticano II la Iglesia dejó de ser eurocéntrica
-Gracias al Vaticano II dejamos de pensar que todas las iglesias tienen rostro europeo
-No se puede hablar de nueva evangelización mientras no haya unidad en la Iglesia
-Fuera de la fraternidad donde no hay Salvación
-Todo es relativo, menos Dios y el hambre
-La Iglesia, con el Vaticano II, se hizo coloquio
-El Concilio Vaticano supuso tanta riqueza y novedad que todavía necesitamos desplegar todo su potencial
-Hay que avanzar hacia una teología de rostro femenino, leer la Biblia con ojos de mujer
-Jesús legó, en ese sentido, pasos muy concretos de apostar por la mujer.
-Las mujeres se merecen responsabilidades dentro de la Iglesia