Formigoni es consciente de sus errores en ese sentido, y lo ha aceptado lisa y llanamente
(Jesús Bastante).- José Miguel Oriol es presidente de Ediciones Encuentro, y uno de los primeros españoles miembro de Comunión y Liberación, que tuvo la oportunidad de conocer a don Giussani. Conoce perfectamente la situación del movimiento, y en esta entrevista responde a las últimas acusaciones contra importanes miembros del mismo, como el presidente de Lombardía, Roberto Formigoni.
-Tuviste una relación muy estrecha con el fundador del movimiento. ¿Cómo era Luigi Giussani?
-Mi vinculación con él empezó en una cena en Milán. Una cena muy significativa en un momento crítico, los años 70.
-En España estábamos en los estertores de la dictadura.
-Sí, y la Iglesia estaba muy presionada por el problema político. El primer rasgo significativo de Giussani es que él nunca se consideró fundador. Ha sido el entorno, la historia, lo que ha hecho progresivamente que se le considere fundador. Uno de sus últimos testimonios públicos fue en la vigilia de Pentecostés que convocó Juan Pablo II en el 98, un año y medio antes de empezar el jubileo. Convocó a todos los nuevos movimientos en la plaza de San Pedro, y Giussani hizo un testimonio muy bonito, que terminó con aquello de «Cristo, mendigo del corazón del hombre; el hombre, mendigo de Cristo«. Lo que caracteriza la experiencia del cristiano es esa complicidad de querer acercarse, de querer conocer y amar a Cristo. Conocer para amar y amar para conocer.
Él entró a dar clase en un liceo italiano cuando tomó conciencia de la ignorancia de la juventud en cuanto al contenido de la fe, el relato cristiano. Era todavía un jovencísimo sacerdote, y se lo pidió expresamente al obispo. Y ahí empezó, dando clases de religión en bachillerato, en un instituto público. Pretendía mostrar el misterio de Cristo a la gente joven, el interés humano del cristianismo. No solamente para el más allá, sino aquí, en la historia. Éste es un rasgo muy definitorio suyo. Y con el tiempo vio crecer una realidad que a él mismo le sorprendió.
-Una de las peculiaridades que tiene Comunión y Liberación respecto a otros nuevos movimientos es su apuesta decidida hacia la cultura y hacia la comunicación y el diálogo con la sociedad. El debate y la construcción desde dentro.
-Sí. Él se dio cuenta, en ese momento, de la condición cultural de la juventud milanesa a mediados de los años 50. En ese momento, más que el marxismo, predominaba el existencialismo. El problema de Giussani siempre fue mostrar la razonabilidad de la fe. Se preguntaba cómo transmitir la fe en unas circunstancias así. Para empezar, hay que entrar en el corazón mismo de los interrogantes del mundo moderno y su condición cultural. Por eso Giussani leía autores existencialistas, nihilistas… Ahora en Encuentro hemos publicado «Mis lecturas», que es un libro donde él hace una semblanza de este tipo de autores, que daba a leer a sus alumnos para debatir y discutir sobre ellos. Siempre tuvo muy claro que todo eso había que conocerlo, porque, a diferencia de otras propuestas del cristianismo, para él era fundamental entender la pertinencia del mensaje cristiano a los asuntos que conciernen a la vida de los otros. Desde el arte, el canto o la educación familiar, hasta la política. El cristianismo afecta a la totalidad de la realidad. No sucedió por casualidad que Dios se haya hecho hombre, dividiendo la historia en dos.
Entonces, todo lo que fuera aceptar el retraimiento de los cristianos a la catacumba, al terreno puramente religioso, Giussani lo combatía ferozmente, porque es una tergiversación del cristianismo.
-¿Es deber del cristiano estar dentro de la sociedad desarrollando talentos?
-Antes que responsabilidad, es reconocimiento. Reconocimiento del significado del acontecimiento cristiano. Ahí está el núcleo de la batalla cultural, del interés por la cultura de Giussani.
-¿Cuántos miembros tenéis a nivel mundial en Comunión y Liberación?
-Asociados (es decir, gente que esté en la fraternidad porque ha decidido que, dentro de la Iglesia, éste es el camino que le ayuda para vivir la fe cristiana a fondo) puede haber unos 80.000. En realidad somos mucho más pequeños que otros movimientos.
-¿Y en España?
-No llegan a 3.000.
-Parecéis más.
-Hacemos un poco de ruido, sí. Lo que pasa es que, en torno a la gente asociada, está la gente que hace lo que llamamos «escuela de comunidad«. Son personas que participan del espíritu y del carisma del movimiento, y que siguen de alguna forma nuestra educación. No están apuntados a nada, pero vienen a las reuniones. Es un círculo mucho más amplio.
-Tenéis incluso un cardenal papable, que ahora es arzobispo de Milán.
–Angelo Scola vino a Madrid por primera vez en febrero del 73, y tocó experiencia histórica concreta. Pronto saldrá un excelente libro en la editorial Encuentro que recoge intervenciones de Scola. Se llama «Buenas razones para la vida en común», y toca todo el problema de la pluralidad religiosa en la democracia, de las configuraciones de sentido de carácter filosófico, las condiciones para la convivencia, el problema de la paz y el diálogo, el ecumenismo… Cuestiones que queman, tanto en la vida de la Iglesia como en la vida de la sociedad. Problemas de la evolución de la ciencia, la genética, la biogenética… cómo influye todo eso en el debate cultural de fondo. Son cosas muy importantes para la convivencia.
-En los últimos días ha saltado a los medios una polémica en torno al responsable de la región de Lombardía, que es miembro de Comunión y Liberación, y también declaraciones del español Julián Carrón. ¿Qué hay de verdad en todo este escándalo?
-Bueno, lo primero es que no hay caso Formigoni, en el sentido de que Formigoni (que es el presidente de Lombardía desde hace 17 años, por elección popular 4 veces consecutivas, superando en muchas de ellas el 60% de consenso), es una figura que siempre ha estado en el candelero, entre otras cosas porque dentro del Partido de la Libertad (PdL), Formigoni ha sido siempre discutido por su pertenencia a Comunión y Liberación, y por su fuerza electoral en Milán, donde la presencia del movimiento es particularmente importante. Ha crecido siempre con la simpatía y el consenso de mucha de nuestra gente, y de muchísima otra gente. Por tanto, dentro del propio partido no es un tipo que le deba su posición política a Berlusconi. Al contrario, Berlusconi la debe a él que la Liga Norte no haya tomado la Lombardía. Él ha buscado siempre la famosa transversalidad, o la implicación en la responsabilidad de políticos de otras latitudes. Formigoni es evidentemente un candidato con fuerza propia.
-¿Presidenciable?
-Bueno, por lo menos miembro del gobierno. Y siempre ha tenido trabas y dificultades por eso. El pasado noviembre, cuando se produjo la dimisión de Berlusconi, inmediatamente este personaje salió a escena, porque no le faltan enemigos. Le sobran por todas partes. Entonces se emprendió una campaña que comenzó con una portada muy dura de El Expreso, con la historia del amor al poder y al dinero. Fue un número especial de El Expreso, y la historia continuó durante meses. Luego apareció el tema del amigo de Formigoni, la especie de lobista que fue a la cárcel. De momento, lo único que se sabe de él es que ha manejado dinero privado de instituciones vinculadas al sector de la sanidad. Por otro lado, aparece ante los ojos de los europeos como un ejemplo de gestión de la sanidad. Pero, como no se encuentran motivos de imputación (porque no ha tocado dinero público para cosas privadas en su vida, porque a estas alturas, como no le faltan enemigos, ya lo hubieran descubierto), se comienza a hacer un ataque personal contra él. Que si ha ido de vacaciones al Caribe, que si ha cenado langostas en Cerdeña con unos amigos, que ha ido a París y el lobista encarcelado ha pagado su viaje… Cosas que han suscitado reacciones defensivas, porque son asuntos privados. Lo que hay que discutir es la gestión pública. Ayer mismo salió él declarando en el Corriere de la Sera diciendo que no repetiría los viajes al Caribe, pero no porque le hayan fustigado los medios, sino porque la circunstancia histórica de crisis en la que estamos, no aconseja que un presidente esté gastándose ese dinero. Él es consciente de sus errores en ese sentido, y lo ha aceptado lisa y llanamente.
Esto es todo lo que ha pasado, lo que quiere decir que no ha pasado nada.
-¿Hasta qué punto afecta todo esto a Comunión y Liberación?
-La reacción de Carrón responde a la lluvia de bofetadas bajo los focos de la prensa, que dice cosas falsas, parcialmente falsas, parcialmente verdaderas… lo que sea. Por eso Carrón ha considerado oportuno (con una valentía muy grande) reconocer nuestros límites, nuestros posibles pecados y errores. Es algo que hay que hacer como comunidad, porque nos afecta a todos. Hay que hacer un llamamiento en la línea en la que está insistiendo el Papa los últimos años: la de la purificación. Y lo que ha hecho Carrón es muy bonito, porque además lo ha hecho desde el periódico que más ha estado fustigando a Formigoni, y lo ha hecho dirigiéndose a nosotros (los miembros de Comunión y Liberación), al mundo católico por extensión, y al lector general de la República italiana. Nadie está limpio. El cristianismo nos compromete a un seguimiento constante, y a una corrección que tenemos que admitir. Ése es el problema de la democracia en España, donde los partidos no se hablan, no admiten las correcciones mutuas, están siempre cerrados en su propia ideología y su propia historia…
-¿La ligazón entre la religión y la política en Italia es mucho más evidente que en España?
-Sí, claro. Ése es un tema muy interesante: las relaciones cristianismo-poder-política. Es un problema que se lleva discutiendo mucho tiempo, en medio de la mutación de las propias condiciones del problema. Porque, claro, desde la primera mitad del siglo XX (cuando nació la Democracia Cristiana, etc), hasta la actualidad, ha habido un cambio sustancial. Es un tema complejo, una frontera de debate abierta.
Dentro el cristianismo, de su propia configuración histórica, está la dimensión política. Aquí se simplifica todo con la famosa frase de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Pero eso ha llevado a dos errores muy típicos: la fuga mundi, es decir, pensar que somos sólo una cosa religiosa y que las cuestiones «del mundo» se ventilan en otros niveles; y lo contrario: la interpretación de que el que interviene en la vida política lo hace por su cuenta, que es verdad parcialmente. Porque uno vive también en la pertenencia a una comunidad eclesial en la que un movimiento es una pequeña analogía.
-¿Qué piensas de que ya se empiece a hablar de la sucesión del Papa?
–El Papa está vivo y activo, y conduciendo con una lucidez extraordinaria la vida de la Iglesia.
-¿»Vatileaks» y otros fenómenos que están destapando los «secretos del Vaticano» están rompiendo el «muro de silencio» que había en torno a la Curia? ¿Cómo afecta que estas cosas salgan a la luz, a cardenales papables como por ejemplo Scola?
-Esta circunstancia nueva tiene mucho que ver con la mutación de sociedad que decía yo antes. Si nunca se pudieron poner puertas al campo, menos ahora. Cualquier noticia sale más o menos deformada, con más o menos mala uva… Es imposible pretender estar fuera de eso, incluso para los cardenales de la curia vaticana. Algunos son más discretos y otros menos, pero todos hablan. Por otro lado, hay formas delictivas de hacer periodismo de investigación.
En el caso de Angelo Scola, se está hablando tanto, que nunca he creído que este hombre llegue a ser elegido. Mucho menos ahora, porque la exposición mediática no es una cosa que facilita elecciones en la Iglesia.
-¿Por qué muchas instituciones religiosas tildan de persecución las noticias que puedan dar los medios, en vez de rebatirlas, o al menos aportar su versión?
-La carta de Julián Carrón es un ejemplo contrario a esa actitud, un ejemplo positivo. Es una preciosidad de provocación, primero, por el reconocimiento de los propios males; y segundo, por el llamamiento a la fidelidad y a la fascinación del carisma. Eso vale, como método cristiano, para todo el mundo.
-¿La Iglesia suele usar, entonces, la forma incorrecta de encarar las polémicas? ¿No se debería, ante un escándalo, ahondar en las causas y pedir perdón en primer término, y luego poner las bases para que no vuelva a suceder?
-Estoy de acuerdo en todo, menos en lo último. Porque el ser humano tiene limitaciones, y nosotros, los católicos, somos los más conscientes de ello. Por eso estamos en la Iglesia, porque somos conscientes de nuestro propio pecado. Lo demás es democracia periférica, y no tiene mucho sentido. Todo el mundo tiene experiencia de la contradicción. Es muy bueno provocar que la gente piense, que se desate el debate enriquecedor.
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