La nueva evangelización ha de situarnos en un plano de mayor humildad, pero de más atrevida misión y de mayor compromiso
A sus 86 años, Gabino Díaz Merchán sigue lúcido, sereno y esperanzado. Sin renunciar al pasado, no en vano se siente orgulloso de ser el «único obispo español vivo que asistió al Concilio». Pero mirando al futuro. Hacia una Iglesia «en la que renazca la alegría». Una Iglesia «de mayor humildad», pero más comprometida y más atrevida en la misión.
¿Es usted el único prelado español vivo que asistió como obispo a las sesiones del Concilio Vaticano II? ¿Desde el principio?
Soy el superviviente de los Obispos españoles que asistimos al Concilio Vaticano II. Asistí a la Cuarta sesión solamente.
¿Con qué sentimientos recuerda haber vivido aquellos momentos?
Fue para mí la preparación inmediata al apostolado episcopal y constituyó una preciosa vivencia de la Iglesia, que orientó toda mi vida de Obispo en Guadix-Baza y más tarde en Oviedo.
Dicen que el Concilio o, al menos, algunas de sus Constituciones, cogieron a contra pié a muchos obispos españoles.
La teología en España no estaba en la línea de la renovación iniciada en otras naciones de Europa. Cuando me incorporé al episcopado español encontré obispos de gran preparación en derecho canónico y en catequesis, y todos vivían con gran fidelidad la adhesión a la enseñanza oficial de la Iglesia. Esta fidelidad les ayudó a sintonizar con las enseñanzas conciliares a medida que se perfilaban sus documentos con la mayoría requerida y la aprobación del Papa. Como ejemplo de esta fidelidad pondría la aceptación de la Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae, que el episcopado español asumió sin reservas al aprobarse en el concilio, aunque hubiera discrepancias sobre cómo aplicarla en España por la situación política y social de nuestra nación en aquellos días.
¿Qué siente por Juan XXIII y por Pablo VI, los dos Papas del Concilio?
Tengo gran veneración por ambos. A Juan XXIII no le traté personalmente, pero acogí su decisión de convocar el concilio con alegría y esperanza. Seguí los pasos del Concilio desde Toledo, diócesis en la que ejercí el sacerdocio durante trece años dedicado a tareas pastorales de renovación, como la Acción Católica, Cursillos de Cristiandad y preparación de candidatos al sacerdocio. Con Pablo VI tuve frecuente trato. Viví sus primeros pasos de Papa en el mismo Concilio y luego mantuve con él varios encuentros personales en la Visita «ad límina», siendo Obispo de Guadix-Baza y más tarde como Arzobispo de Oviedo. Admiré a Pablo VI por su fina espiritualidad y admirable altura intelectual. De su encuentro siempre salí orientado y confortado en mi tarea episcopal. Vivía el espíritu conciliar con serenidad y esperanza. Su estilo literario (cuando escribía o cuando hablaba sin papeles, improvisando) era diáfano, siempre instructivo y sugerente. Ejercía su misión de Papa con naturalidad y cercanía a la realidad de cada persona. Nunca le vi temeroso del futuro de la Iglesia. Vivía con profundidad la esperanza, aunque era consciente de las realidades concretas de la Iglesia, no siempre positivas, en aquellos primeros años del postconcilio.
¿Se cometieron demasiados abusos en la aplicación y recepción del Concilio en España?
La recepción del Concilio en España fue buena en muchos aspectos, pero no lo suficientemente serena y amplia al llevar a la práctica sus decretos. El Vaticano II fue un Concilio atípico, por proponerse con un nuevo estilo como eminentemente pastoral, sin pretender nuevas definiciones de fe y sin anatemas. En España se leían sus documentos desde la particular problemática socio-política de la transición social y política por la que estábamos atravesando. Ello fue causa principal de la falta de unidad y de equilibrio a la hora de leer los documentos conciliares e interpretarlos.
¿Sufrieron mucho tanto el cardenal Tarancón como usted, para conseguir que el ‘ala tradicionalista’ de la jerarquía aceptase la aplicación del Concilio?
El papel del Cardenal Enrique Tarancón, a mi parecer, fue providencial. Tenía una amplia formación y experiencia eclesial. Además era rápido para leer las circunstancias del momento y para conocer a las personas. Siempre le admiré y le acompañé con mi humilde apoyo. Me tocó sucederle en la presidencia de la CEE y en la diócesis asturiana.
Me han catalogado como seguidor de su escuela, pero no creo acertada esta catalogación. Primero, porque no fui su discípulo a pesar de sucederle en dos importantes cargos. Éramos muy diferentes y nos separan muchos años de edad. Carezco yo de su altura intelectual y de su pericia práctica. Por otra parte, en la Conferencia Episcopal hemos actuado siempre con independencia y libertad personal. Y en la Diócesis ovetense traté desde el principio de actuar según me parecía lo más acertado, con el asesoramiento de sacerdotes, religiosos y seglares. Fui consciente de estar comenzando un itinerario pastoral en una nueva etapa. El Cardenal no tuvo tiempo de desarrollar las orientaciones conciliares en Asturias por haber sido promocionado a la archidiócesis primada a la muerte del Cardenal Pla y Deniel. En Oviedo pasó unos pocos años agobiado por las huelgas laborales. En sus Confesiones su pontificado en Asturias desgraciadamente sufre un total eclipse.
¿Cuándo y por qué se puso «freno» al «espíritu del Concilio»?
Cuando reflexiono sobre el postconcilio en España veo el mayor obstáculo para su plena recepción en la división de pareceres en la interpretación de sus documentos. Para unos y otros, el Concilio ofrecía carta blanca a sus propias ideas de reforma eclesial. Se aferraban a algunos textos conciliares, interpretándolos con una hermenéutica parcial, conservadora o de «discontinuidad y ruptura» (Benedicto XVI); y silenciaban lo que no se ajustaba a su ideal de reforma. Obraban unos como si carecieran de valor las enseñanzas anteriores de la Iglesia, como si todo empezara de nuevo. Otros por el contrario que con el Concilio nada cambiaba, todo seguía igual, se adherían a las enseñanzas de siempre juzgando extraviados plenamente a los primeros. Unos y otros trataban de imponer sus preferencias a toda la Iglesia, sin tener en cuenta a los que pensaban de modo diferente.
Este clima fue el que vivimos en los treinta primeros años del posconcilio. Fueron tiempos agitados, que nos privaron de una recepción conciliar serena y plena, aunque dejaron su fruto que la historia juzgará cuando se contemplen con mayor distancia temporal.
Desde hace años hemos entrado en una nueva etapa posconciliar. Sinceramente no veo freno al espíritu conciliar, sino una nueva situación sociocultural en España en la que se puede avanzar en la orientación de la nueva evangelización con mayor serenidad y fidelidad a las orientaciones conciliares, aunque muchos lamentablemente se han apartado de la fe y de la misma Iglesia.
¿Es posible conciliar la hermenéutica de la continuidad con la de la ruptura o la reforma?
Es absolutamente necesario conjugar continuidad y reforma sin rupturas. Más aún, creo que el Concilio Vaticano II se propuso superar incluso las rupturas antiguas que aún perduran en los cristianos, conjugando la fidelidad al mensaje recibido de Jesucristo con la renovación exigida por al cambio cultural, acelerado y profundo del mundo contemporáneo.
¿Es cierto, como dicen algunos, que vivimos tiempos de involución conciliar?
Ningún Concilio se puede aplicar de inmediato a la vida de la Iglesia. Todos han necesitado mucho tiempo para pasar a la vida de la comunidad eclesial. El Vaticano II está comenzando su camino pastoral en la Iglesia y estoy seguro de que seguirá orientándola en la dirección de una nueva evangelización, que necesita la Iglesia, especialmente en las naciones de antigua cristiandad para vivir en el mundo moderno y para cumplir su misión de anunciar en él a JC. Las dificultades en los cambios culturales siempre son dolorosas y difíciles, pero la Iglesia ha salido de ellos purificada y con nuevos arrestos para su misión. Son testigos de esto los mártires y los santos.
¿Cómo conseguir que renazca la ilusión que prendió en el clero y los fieles en aquella época del postconcilio?
Es cierto que hoy algunos respiran desaliento. Necesitamos que renazca en la Iglesia la alegría, que se alimenta de la realidad de la acción salvadora de Dios Padre, por medio de la presencia de Jesús resucitado en la Iglesia, y por la efusión de su Espíritu Santo. Esta alegría renace en cada generación de cristianos, cuando se vive la fe y se abre el corazón a la esperanza, trabajando comprometidamente en la misión evangelizadora.
Estoy seguro de que el progreso en la pastoral de la nueva evangelización hará brotar en muchos cristianos el gozo de pertenecer a la Iglesia y de contribuir a su misión evangelizadora en el mundo contemporáneo. La paciencia y la conversión a la llamada, que Dios nos hace a ser santos, siempre es fuente de alegría. Espero que en España la nueva evangelización prenda en muchos cristianos adormecidos. El soplo del Espíritu Santo avienta las cenizas y descubre el fuego de los verdaderos creyentes.
¿A qué se debe que la Iglesia española institucional haya perdido la credibilidad social que tenía en la época de Tarancón y en la suya al frente del episcopado?
Me gustaría saber con precisión las causas del rechazo de la Iglesia en amplios sectores de los españoles, incluso entre los que se consideran cristianos. Este fenómeno ya se daba en otras épocas de nuestra historia y por supuesto en la reciente de los primeros años del posconcilio. En la segunda asamblea del Sínodo extraordinario sobre Europa pedí en mi breve intervención ahondar en las causas de este fenómeno, que hoy se reviste de nuevas formas, no solo en España, sino también en otras naciones de tradición cultural cristiana de la Europa occidental.
Para España la nueva evangelización debe comenzar por reconocer la realidad de nuestro pueblo. La Iglesia ha dejado de ser una institución de extraordinario poder social. Al mismo tiempo, la nueva evangelización ha de situarnos en un plano de mayor humildad, pero de más atrevida misión para suscitar la fe de los bautizados y de mayor compromiso en la construcción de una sociedad más justa y libre de las opresiones de las ideologías materialistas.
Usted se distinguió por sus denuncias en favor de los trabajadores y de los mineros. ¿Por qué guarda silencio la CEE ante la supresión de derechos básicos a los más pobres, como la privación de la asistencia sanitaria a los inmigrantes irregulares?
Es deber del que ama a Dios interesarse por los más sufridos, pobres y marginados de la sociedad. Creo que todos los obispos así lo sienten y tratan de vivirlo en sus diócesis. Debería ser también una preocupación preferente de todos los cristianos, de su vida personal, de sus familias y de su apoyo a una política que aspire a la justicia social. La razón de ser de la política es procurar el bien común de todos los ciudadanos.
Sin embargo las declaraciones episcopales sobre estos temas son a menudo contraproducentes, porque muchos las interpretan desde una lectura meramente política. En cada momento es difícil saber si nuestro magisterio se recibe como una voz evangélica o como apoyo a una determinada política.
No obstante en estos años no ha faltado la orientación pastoral de los Obispos en los momentos especiales de la sociedad. Habría que investigar en cada caso si orientan evangélicamente a los católicos, o se reciben como una manera de inclinar crípticamente a los cristianos hacia unos determinados partidos, aunque los Obispos no lo pretendan.
¿La reforma laboral le parece justa, según los criterios de la Doctrina Socia de la Iglesia?
El juicio sobre la reforma laboral que necesita hoy España es uno de esos complejos problemas a los que los cristianos podemos iluminar desde la perspectiva del evangelio, del amor cristiano y de la justicia. Los cristianos fieles al evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) pueden discrepar en la respuesta técnica y política que deba aplicarse. Pero pueden y deben aplicar esa luz, conscientes de que las respuestas políticas se fraguan en otro foro de la sociedad en la que colaboran con personas que no participan en nuestra fe. La DSI no ofrece soluciones concretas. No es una ideología social ni política. No es tampoco ese su campo propio.
¿El caso de los «bebés robados» puede afectar negativamente a la Iglesia española?
En los casos en que se trate de bebés robados nuestra repulsa es clara y contundente. Pero cada caso debería ser estudiado objetivamente para enjuiciarlo con verdad. Y cuando se trata de hechos que pertenecen a épocas pasadas, se han de situar en las circunstancias concretas en que se produjeron. Me da la impresión de que hoy algunos juzgan como robos lo que muchas veces eran soluciones a los abandonos de niños no queridos. En todo caso no sería justo achacar a la institución eclesial los pecados y equivocaciones de los cristianos del pasado. La Iglesia nunca puede aprobar el robo de niños, como no aprueba su matanza en el seno materno, aunque un sector de la sociedad hoy lo apruebe.
Se extiende la percepción de que la jerarquía enmudece a la hora de la denuncia social y sólo habla de temas de moral sexual. ¿Cómo remediarlo?
Creo que esa percepción está bastante distorsionada. Sería bueno repasar los escritos episcopales recientes, para ver que ese juicio no es objetivo. Un repaso de los Boletines diocesanos y de los documentos y notas de la CEE bastaría para comprobarlo.
Algunos titulares:
El Concilio fue una preciosa vivencia de la Iglesia, que orientó toda mi vida de obispo
Eel episcopado español asumió sin reservas la Declaración sobre la Libertad religiosa
Admiré a Pablo VI por su fina espiritualidad y admirable altura intelectual
Pablo VI ejercía su misión de Papa con naturalidad y cercanía a cada persona
Nunca vi a Pablo VI temeroso del futuro de la Iglesia
El Vaticano II fue un Concilio atípico, por proponerse con un nuevo estilo como eminentemente pastoral, sin pretender nuevas definiciones de fe y sin anatemas
El papel del Cardenal Enrique Tarancón, a mi parecer, fue providencial
El mayor obstáculo para la plena recepción del Concilio fue la división de pareceres en la interpretación de sus documentos
Para unos y otros, el Concilio ofrecía carta blanca a sus propias ideas de reforma eclesial
Sinceramente no veo freno al espíritu conciliar, sino una nueva situación sociocultural en España
Todos los Concilios han necesitado mucho tiempo para pasar a la vida de la comunidad eclesial
Es absolutamente necesario conjugar continuidad y reforma sin rupturas
Necesitamos que renazca en la Iglesia la alegría
Espero que en España la nueva evangelización prenda en muchos cristianos adormecidos
La Iglesia ha dejado de ser una institución de extraordinario poder social
La nueva evangelización ha de situarnos en un plano de mayor humildad, pero de más atrevida misión y de mayor compromiso
Es deber del que ama a Dios interesarse por los más sufridos, pobres y marginados de la sociedad
Algunos juzgan como robos lo que muchas veces eran soluciones a los abandonos de niños no queridos
La Iglesia nunca puede aprobar el robo de niños, como no aprueba su matanza en el seno materno