Estamos convencidas de que forman parte de una SECTA. Esta palabra no les gusta nada, pero es la que mejor las define
(José Manuel Vidal).- Nunca pensaron salir en los medios. Son padres y madres de 32 familias del pueblo gallego de Zas que, como tantos otros, apuntaron a sus hijos e hijas a la catequesis de primera comunión. Pero se toparon con unas catequistas muy especiales: Dos monjas (la hermana Olaya y la hermana Blanca) de la Fraternidad Reparadora Apostólica en el Corazón de Cristo Sacerdote. Van vestidas de azul y tienen mirada fría, como sacadas de la noche de los tiempos. La gente las llama las «azules» y, en vez de catequistas, pronto se convirtieron, para estos padres, en una pesadilla, que ellos mismo cuentan y nos limitamos a transcribir.
«Somos 32 familias del pueblo de Zas con hijos en hijas en la catequesis de primera comunión. No nos gusta el protagonismo. Y menos salir en los medios de comunicación. Pero no nos quedó más remedio que saltar a la palestra. Nos vemos obligados a dar la cara, porque ni nuestro cura ni el arzobispado de Santiago atendieron nuestra simple petición: que las monjas azules dejasen de dar catequesis y no mantuviesen contacto con nuestros hijos e hijas. Para avalar nuestra petición, le presentamos las siguientes razones, que ofrecemos contextualizadas.
La hermana Olaya y la hermana Blanca llegaron a nuestro pueblo de Zas hace aproximadamente año y medio. Vinieron de la mano de nuestro párroco, Severo Lobato, que pertenece a la Hermandad Sacerdotal de la Santa Cruz del Opus Dei. Desde que llegaron, él las dirige, aunque también vino por aquí dos o tres veces ya Sor Josefina, la madre superiora de la congregación, a la que sus propias monjas llaman «la encantadora de niñas».
Olaya y Blanca son dos monjas jovencitas en edad, pero muy antiguas en todo lo demás. Son dos hermanas muy poco convencionales y muy distintas a las que solían venir por nuestra parroquia.
A diferencia de las monjas que siempre habíamos conocido, éstas parecen ordenadores formateados. Dos pequeños robots con un sólo programa en mente: evangelizar al pueblo por las buenas o por las malas. Con una evangelización que, a nuestro humilde entender, no tiene nada de cristiana.
Por ejemplo, pronto nos dimos cuenta de que hablan mucho de Dios, pero sólo de un Dios castigador. Dicen ser humildes, pero proclaman a los cuatro vientos su vida de sacrificio extremo, para ser admiradas por la gente.
O eso creen, porque a nuestra comunidad le cuesta entender su forma de vivir sin comida, sin teléfono, sin botas, sin calefacción y sin colchones en sus camas. Ante tanta extravagancia, nuestros mayores las escuchan, pero les da la risa lo que dicen.
Nuestro padres y nuestras madres suelen decir que son monjas que se emborrachan con el nombre de Jesús. Para ellos y para nosotros, rezar está bien, pero sin pasarse y a estas monjas sólo les importa lo divino y detestan todo lo humano. Y como dicen nuestros abuelos, siempre nos enseñaron que Jesucristo fue Dios y hombre verdadero.
Quizás por eso, llevan año y medio aquí y no aportan nada a la comunidad. Les encanta hablar del infierno y del diablo: Amenazan a los niños, diciéndoles que el demonio va entrar en su cuerpo y van a quedar poseídos tanto ellos como sus padres. Sólo enseñan el temor. A niñas de 9 años les hablan del martirio, de la expiación y del dolor como formas de redención.
En vez de predicar el amor y el bien, sólo viven para el sufrimiento, el sacrificio, el dolor y la muerte. Su Dios es un Dios terrible y castigador. Por eso, cuando visitan a nuestros mayores enfermos, los dejan descolocados y nerviosos: les dicen que morir es un alivio y lo que más desean en el mundo. Y, como no las entienden, les hace mucho daño verlas sonrientes y felices cuando asisten a entierros, funerales y velatorios. Parece que están en una fiesta y eso es algo que nos desconcierta y que ofende a los amigos y a los familiares del fallecido.
El escándalo de la catequesis
A pesar de todas sus rarezas, con ellas todo iba transcurriendo más o menos bien en el pueblo, hasta que saltó la polémica de la catequesis.
Hay que decir que nuestro cura, Severo Lobato, lleva 6 parroquias. Antes de que llegasen las monjas, la catequesis se tenía en cada parroquia una hora antes de la misa de los domingos. Con catequistas del pueblo, gente de nuestra confianza que mantenía a las monjas a raya.
Pero a principios de curso y en contra de la opinión de todas las familias, el cura unificó la catequesis de las seis parroquias, pasándola al sábado a las 15:30, al tiempo que ponía a las hermanas a cargo de las niñas de confirmación ( 13, 14, 15 años), separándolas de los niños.
Esto no nos gustó nada, pero como las familias afectadas callaban las demás no nos metimos. Pero pronto fue surgiendo la preocupación y el descontento de padres y madres. Entonces, decidimos hacer una reunión, para ver si la preocupación era general o, si por el contrario, afectaba sólo a unas pocas familias.
La sorpresa fue grande al comprobar que el descontento con las monjas era algo generalizado. La inmensa mayoría de la gente del pueblo las toleraba por respeto, pero lo menos grave que pensaban de ellas era que se trataba de un par de pesadas. De hecho, al verlas llegar cerca de sus casas, la gente cierra la puerta, pero ellas insisten y tocan el timbre hasta que se les abre. Cuando entran en una casa, sin ser invitadas, si hay varios miembros de la familia, se dividen y cada una habla con uno por separado.
Todas las familias se quejaban de los juegos que, en la catequesis, hacían con sus hijos, especialmente hacerles cruzar la calle con los ojos vendados o atarles los pies con cuerdas hasta hacerles daño. Y tampoco les gustaba que aprovechasen cualquier encuentro o reunión con los chavales para presionarlos a que se confesasen. Porque, según ellas, estas criaturas están en pecado.
Alguna madre trajo a la reunión recortes de periódicos sobre la congregación de las monjas azules. Vimos un reportaje de José Manuel Vidal en el diario El Mundo. Y eso nos preocupó aún más, porque todo coincidía con la pesadilla que estábamos viviendo en el pueblo.
Las madres empezaron hablar. Dos de ellas eran las más preocupadas: sus hijas, más influenciables que las demás, eran el objetivo de las monjas. Una de ellas estaba absolutamente obsesionada con el rezo, con bendecir la mesa y sobre todo con hacer continuamente los sacrificios que las monjas le encomendaban. La otra tenía un libro escondido y, cuando lo descubrió su madre, se puso muy nerviosa.
Viven de limosnas, incluso en las gasolineras
Desde que el párroco, Severo Lobato, las trajo aquí (en el mes de septiembre de 2011) viven en una casita prestada por un feligrés en la parroquia de Mira. Sobreviven de la caridad. La gente les hace la comida y se la lleva. Y, si algún día no se la dan, pasan hambre. No tenían calefacción, hasta que un párroco que murió hace cinco meses les dijo que Dios no mandaba pasar frío y él mismo les compró una estufa de leña. Duermen en esterillas en el suelo. Calzan alpargatas, llueva o haga sol. Eso sí, tienen coche, pero como no pueden tocar el dinero, siempre viven de la limosna. Incluso en la gasolinera o en Correos.
Otra cosa que nos parece incomprensible es el desarraigo que mantienen con sus familiares. De hecho, no tienen contacto alguno con ellos. Una vez, vino una hermana de una de ellas, pero tuvo que ir a comer en la casa del párroco. Según ellas, su casa es sagrada porque el santísimo está expuesto. Por eso, reciben a la gente en la puerta, incluidos los curas. No dejan entrar a nadie.
Están siempre sonriendo, pero tienen una mirada fría y su semblante es siempre el mismo, les digas lo que les digas. Por ejemplo, cuando les advertimos de que no permitiríamos que tuvieran contacto con nuestros hijos, que no nos fiábamos de ellas, ni se inmutaron.
Además, utilizan todo lo que saben de la gente para intimidar con aquello que más daño te hace. De su boca nunca sale una palabra de ánimo o de consuelo. Según ellas, si nos ocurre algo malo, es porque nos lo merecemos, y, si nos pasa algo bueno, es por obra y gracia de Jesús.
A una amiga nuestra, que tiene una enfermedad grave, la animaron a que no tomara analgésicos ni medicación y que ofreciera su dolor por la salvación de la gente. De ahí el enorme daño psicológico que pueden llegar a hacer. Son frías y calculadoras y saben muy bien con quien tratan.
Aproximadamente cada dos meses van al convento que la congregación tiene en Oropesa a «cargar las pilas», como dicen literalmente. Y así es en realidad, porque vuelven con ganas de comerse el mundo o, más bien, a los parroquianos.
Cuanto más tiempo va pasando, más nos vamos dando cuenta de las artimañas de estas mujeres. Como eliminar las catequesis en las distintas parroquias, para echar a las catequistas que no encajaban con ellas. Y, por supuesto, centralizar la catequesis, para controlarla ellas solas, sobre todo la de las niñas.
También nos empezaron a extrañar sus métodos catequéticos. Por ejemplo, en adviento y en cuaresma le daban a los niños un calendario en el que tenían que ir anotando, día a día, los sacrificios que hacían. También les invitaban a ayunar algunos días y a las más mayorcitas les decían que debían hacerlo los 40 días de la cuaresma.
Siempre les dicen a los niños que no cuenten en casa nada de lo que les dicen en la catequesis, les dan libros a escondidas de la familia, invitan a las niñas mayores a ir con ellas al convento de Oropesa en el mes de agosto e intentan reclutarlas a todas para el MEJ (Movimiento del Ejército de Jesús). Para eso, hacen firmar a las niñas un compromiso escrito sin conocimiento ni consentimiento de los padres.
Pero quizás lo que más preocupante nos resultaba era ver que las niñas les tenían miedo. No sabemos cómo, pero su capacidad de captación es fantástica, y consiguen que nuestros propios hijos cuenten lo mínimo respecto a ellas y a sus procedimientos.
El vicario Seoane ensalza su labor
Ante esta situación, decidimos hablar con el párroco y, tras tres reuniones, sólo obtuvimos como respuesta su apoyo incondicional a las hermanas.
Entonces recurrimos al arzobispado y mantuvimos una reunión con el vicario, José Antonio Seoane, en la que se dedica a ensalzar la labor de las monjas. Dice que son hermanas muy preparadas, que no tienen malas intenciones y que lo que ellas hacen con nuestros hijos también lo hicieron con él : segregación por sexos, charlas individuales o decirles que el diablo vence cuando se deja de hablar de él…..etc.
También nos advirtió de que, aunque nuestras niñas decidiesen ir al convento, no todas serían admitidas, porque hay un proceso de selección. Entendimos que el vicario quería decirnos que no pensásemos que todas nuestras hijas eran aptas para ser ‘azules’ y, que, aunque quisiesen, a lo mejor no eran válidas.
Por ahora, en Zas aún no marchó ninguna a su convento, quizás porque las más mayores del catecismo tienen 15 años y ellas sólo llevan un año y 3 meses aquí. Su labor de captación tiene que esperar hasta que las chicas cumplan los 18 años. Hace poco nos llamó una madre de Badajoz, que tiene a su hija en el convento de las azules, y dice que allí hay muchas niñas de Galicia.
Después de la reunión con el vicario, regresamos al pueblo más preocupadas si cabe: ni en el arzobispado de Santiago nos hacían caso. Al contrario, justificaban a las monjas y nos trataban con cierto menosprecio.
Y, por supuesto, nuestro cura, Severo Lobato, las defiende a capa y espada. Es un cura joven, de unos 37 años. Poco cercano a la gente, muy introvertido e incapaz de resolver los problemas. Casi nunca te mira a los ojos. Los mayores dicen que es un cuerpo joven con una mentalidad de hace 200 años. Es del Opus, pero nuestros problemas con él no se derivan de que sea de la Obra. Por Zas pasaron párrocos del Opus y nunca tuvimos ningún problema con ellos.
La personalidad de tímido enfermizo hace que Severo se apoye en otros curas, como el de Vimianzo, también del Opus, pero con bastante más carácter y mala uva.
Este cura vino uno de los domingos a celebrar la misa y a animar a Severo a seguir adelante, a que no cediera. Además, nos amenazó diciendo que nuestros hijos no iban a recibir los sacramentos en ninguna de las parroquias de la zona.
Los demás curas de la zona no tienen nada que ver con Don Severo y su amigo de Vimianzo. De hecho, tuvieron una reunión sobre el caso y se vieron obligados a firmar un papelito apoyando a nuestro cura. Pero, después, trataron de mediar hablando con él, con el vicario y hasta con el arzobispo. Están muy afectados por todo lo que pasa, ya que aquí nos conocemos todos y saben el tipo de familias que somos. Uno de estos curas de la zona habló directamente con nosotros e hizo lo que pudo, pero no hay forma de que el nuestro ceda ni lo más mínimo.
El pueblo, dividido
En este momento, el cura y las monjas cuentan con un grupito de feligreses incondicionales. Hay divisiones en el pueblo que incluso crean enfrentamientos.
Las 32 familias afectadas nos negamos a ir tanto a misa como a catequesis. Y no estamos dispuestas a permitir que estas dos monjas tengan contacto con nuestros hijos. Estamos convencidas de que forman parte de una SECTA. Esta palabra no les gusta nada, pero es la que mejor las define. Trabajan como un «virus».
Por eso, vamos a hacer todo lo posible por dejarlas en evidencia. Y que, cuando unas monjas azules aterricen en cualquier parte de España ( siempre pueblos pequeños, nada conflictivos, de nivel cultural bajo, con población envejecida y creyente) sepan los vecinos que tienen que andar con ojo.
Si hay familias en otras partes del país que estén pasando o hayan pasado por una situación parecida con las «azules», rogamos que se pongan en contacto con nosotras en este correo electrónico: [email protected]