Jesús debería ser un personaje de la escuela española, pero parece que es más fácil aprender Cervantes, Napoleón o Hitler
(José Manuel Vidal).- José Luis Corzo es un gurú de la comunicación y de la educación. Es pastoralista, y ha sido director del Instituto Superior de Pastoral de la Pontificia Universidad de Salamanca en Madrid, en el que actualmente es Catedrático de la Palabra. Tiene una gran producción bibliográfica y es experto también en educación liberadora.
A este respecto, José Luis afirma que «la predilección de la Iglesia debería ser enseñar a los pobres, no a los hijos de los católicos«, y pide que se diferencie la clase de Religión de una catequesis: «Intentar modelar al otro es proselitismo o inmoralidad», dice.
En cuanto a la predicación de la Iglesia, Corzo señala la necesidad de cambios: «Para el fiel cristiano sigue siendo una obligación enorme oír las homilías«; y define la reclusión de la religión en el terreno privado como «un sarampión tremendo que le está durando mucho a Europa, y que le trae consecuencias nefastas».
Por último, reivindica el deber de la Iglesia de «denunciar la corrupción, y también reconocer las connivencias que ha habido con determinados políticos que nos parecía que eran los de casa».
¿Te jubilas con júbilo?
No, no. Me jubilan. Es una obligación que viene con el calendario, y no queda más remedio. Yo me encuentro muy bien, y estaría todavía unos años más enseñando.
¿Qué vas a hacer ahora?
No lo he pensado. Sistemáticamente evito hablar y pensar sobre lo que haré después de terminar este curso, en el que estaré dando clase hasta el final. Tengo varias tareas abiertas de publicaciones y de investigaciones, y me imagino que me dedicaré a acabarlas. Pero no lo sé, no me lo he planteado.
¿Qué significa ser catedrático de la Palabra?
Es el nombre de la cátedra. El anterior creo que fue don Antonio Cañizares. Es una de las tareas de la Iglesia (la predicación, el testimonio, la liturgia, la diaconía, el servicio a los demás y la atención a la comunidad). Entonces, el instituto creó 4 cátedras, una de ellas la de la Palabra, que no tiene por qué estar ocupada por un biblista, sino por alguien que sabe de la predicación, de la evangelización, etc. A mí me gusta mucho por el amor a la palabra en cuanto tal, por la filología pura y dura, que me apasiona desde el punto de vista pedagógico. Así que recibir esta cátedra fue un regalo. Al comienzo fui catedrático de Pedagogía de la Religión en San Dámaso, que estaba muy bien, pero era algo ad hoc. Luego, cuando pasé al Instituto de Pastoral a tiempo pleno, la cátedra que había era la de Teología de la Palabra. Y me gustó todavía más.
¿Cómo está la predicación actualmente?
Hay más preocupación que nunca, hay más auxilios al servicio de los predicadores que nunca (libritos, apuntes, ideas para la homilía según el ciclo litúrgico…), y sin embargo, sigue siendo, para el fiel cristiano que va a misa y que tiene que oír 52 homilías al año, una obligación enorme. Y la enseñanza de la predicación en un instituto como el de Pastoral es bastante más insignificante.
¿La gente se queja porque se predica mal?
Sí, la gente se queja mucho, y ésa es la señal de que predicamos mal. Hace poco leía a un autor francés diciendo que en ningún sitio se veían unos rostros tan inexpresivos como durante la predicación en la Iglesia. Si miráramos a la gente y viéramos que hay reacción, caras que se mueven, etc., nos tendríamos que alegrar muchísimo.
¿O sea que la gente desconecta?
O desconecta, o asiste impávida a lo que les echen.
¿Han dejado los predicadores de ser capaces de mantener la atención de la gente? ¿Ha bajado el nivel?
Hoy día creo que el problema no está tanto en la vieja oratoria como en los medios de comunicación. Es decir, que la alternativa al rollo de la homilía no es tanto el acordarse de los grandes, sino ser ameno, atractivo. No creo que la gente que va a misa vaya añorando a un gran predicador, sino a alguien que le diga cosas interesantes y capte su atención, porque es a lo que están acostumbrados por los medios de comunicación.
¿Mensajes claros y directos, como en la televisión y la radio?
Claro. Mensajes breves y con un lenguaje significativo. Podemos decir muchas cosas de las homilías, pero al final, lo único que tienen que ser es bonitas. ¿Por qué no citamos más a los poetas? El género poético está plagando la Biblia, los salmos, las parábolas de Jesús… Todo eso es de una belleza extraordinaria. ¿Cómo puede un estudiante español ignorar la parábola del Hijo Pródigo? Un estudiante español se traga toda la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, y más, sin haber leído nunca la parábola del gran samaritano. Son textos de la literatura universal, independientemente de la fe. Y de una belleza imponente.
A tu juicio, ¿se está planteando bien el debate sobre la clase de Religión en la escuela pública?
Yo creo que con esta cuestión hay como dos hemisferios, y cuando en uno es de día en el otro es de noche, y los dos pretenden ser en la tierra. Pero la Iglesia sólo habla de uno de los dos hemisferios: el derecho de los católicos como una sociedad (abundante en España, pero, en cualquier caso, micro-sociedad incrustada en la sociedad española, plural y aconfesional) a tener su propia enseñanza dentro de la escuela, o sus propias escuelas dentro del sistema educativo. La Iglesia reivindica esto insistentemente, pero se ha olvidado del otro hemisferio perfectamente posible: la presencia de los cristianos, como tantos otros ciudadanos del país, en la cosa pública. Entonces, no se trata tanto de la educación de la fe de los nuestros, sino de colaborar con una educación más humana y más profunda. Hay un texto del Vaticano, siempre ignorado en estos ambientes, que habla de «educación a la fe». Es decir, una educación que sirva de invitación a la fe y de preparación a la fe. ¿Por qué no va a haber cristianos que monten un colegio para todos, y no necesariamente por el derecho de los papás de escoger una educación católica para sus hijos? O, como dice el Vaticano II, para los pobres, para los que no tienen familia o para los que están alejados de la fe. Así te salen dos escuelas completamente distintas: una dentro de la comunidad cristiana y para engordar la fe de la comunidad cristiana (cosa muy legítima), y la otra para anunciar a toda criatura que existe Jesús.
Mi experiencia es que la religión, como hacen los obispos italianos, debe ofertarse a todos los escolares españoles porque es una ocasión cultural que ninguno debería perderse.
¿Eso quiere decir que habría que cambiar la asignatura, hacia un modelo no confesional?
Podría ser confesional hasta 2 grados, pero no hasta 3. El grado número 1 es que es la Iglesia la que configura la asignatura y se asegura de que los contenidos son ortodoxos. El grado número 2 es que la asignatura la enseñan profesores elegidos también por la Iglesia. El grado número 3 es que los alumnos tienen que ser católicos o susceptibles de ser católicos. Este tercer grado tiene que desactivarse. Que haya programas oficiales, vale, pero que los expongan para todos. Que no sea formación catequética. Esto ya lo dijeron los obispos en el 69: la clase de Religión no es una catequesis. Entonces, claro, hay que revisar mucho los libros de texto. Un libro de texto que tiene por título de una lección «Dios es nuestro padre», es un libro de catequesis. Porque eso es una confesión de fe. Simplemente habría que rebajar el tono y explicarlo: «Los cristianos dicen que Dios es padre», «los cristianos rezan así…»
¿Y a los que no quisieran una clase así, se les debería ofrecer una alternativa, o no?
Yo creo que todo el mundo debe conocer las tradiciones religiosas del mundo moderno, eso lo están pidiendo hasta en Francia, la laica Francia (que tiene, desde 1905 una escuela absolutamente laica). Sin embargo, se dan cuenta de que la sociedad se ha hecho plural, que hay ya una tercera generación de islámicos, y que tanto ellos como los francesitos deben conocer las tradiciones religiosas. A mí me parece que eso es obligación pura y dura del estado, laico, aconfesional o como sea. Pero este problema en España se arrastra hasta la universidad (porque en la universidad tampoco se estudian las religiones), y por eso pienso que en este momento, y de modo transitorio o provisional, la Iglesia debería ofertar su preparación para enseñar. Pero no para enseñar catequesis ni educar en la fe, sino para enseñar a todos lo que es el cristianismo y qué son las otras religiones.
¿Crees que se permitiría la entrada a la universidad de la Iglesia institucional?
La universidad debería ampliar su campo de estudio también a lo que sucede en el ser humano religioso. Esto es una constante en la historia que ahora está muy puesta en entredicho en la Europa secularizada. Ni siquiera en los Estados Unidos está la religión relegada a la intimidad y al secretismo.
Al contrario, allí presumen de ello.
Claro. Es que yo creo que esto es un sarampión tremendo que le está durando mucho a Europa, y que le trae consecuencias nefastas. Habría que estudiarlo.
Yo mantengo que la sabiduría de la Iglesia, y sus profesores, podrían servir para enseñar cultura religiosa, pero no como arqueología, sino como antropología. Lo que yo no propongo es estudiar ahora la religión de los egipcios, sino cómo es el hombre cristiano, o el hombre islámico, sus mitos, sus creencias, etc.
Pero si esos profesores fueran nombrados por el obispo de turno, ¿no estarían en desventaja las cosmovisiones islámica, judía, etc., en relación a la cristiana?
Ya, pero esas condiciones serían impuestas por la carencia universitaria de conocimiento de la religión. Si a mí ahora me tocara reglamentar una clase de Religión como la que propongo, desde el Ministerio de Educación, etc., no tendría profesores para dar esa materia. ¿De dónde los sacamos, qué titulación les pedimos? ¿Ponemos a los de Historia del Arte a explicar qué es el islamismo?
¿Por qué has titulado uno de tus libros «Jesucristo falta a clase»?
Por tres razones: primera, porque Jesús debería ser un personaje de la escuela española, pero no está. No se aprende Jesucristo. Es más fácil aprender Cervantes, aprender Dante, Napoleón… hasta Hitler, si me apuras. Segundo, porque Jesucristo (según San Mateo, capítulo 25), advierte que el examen final va a ser «porque él tuvo hambre y le dimos (o no le dimos) de comer». Y entre las obras de misericordia está también enseñar al que no sabe. Cuando yo escribí el libro había 113 millones de niños en el mundo sin escuela. Todos esos 113 niños, uno por uno, son Jesucristo, que no va a clase. Enseñar a los pobres o a los fracasados escolares debería ser todavía la predilección de la Iglesia. Eso lo dijo el Vaticano II, y no hay que cambiarlo por los hijos de los católicos que «lo necesitan». Eso es un fraude. Está muy bien, es muy legítimo, pero no es lo que dice el Concilio: que principalmente, los destinatarios de la Iglesia Católica son los pobres, los que no tienen familia y los que no tienen fe.
Entonces, ¿habría que «deslocalizar» colegios católicos, y llevarlos a las periferias, por ejemplo?
Sí. Yo propongo dos fórmulas. Una es ésa, la de la deslocalización, y otra sería la «recolocación» de muchos niños de la periferia, que podrían, incluso con un autobús pagado por el AMPA católico, apostólico y romano, ir y venir de la Cañada Real al centro de Madrid. Y habría otra manera más: que, inequívocamente, donde haya una escuela cristiana de profesores cristianos, haya una complicidad con los pobres. Y por tanto, niño rico o menos rico que cae en ese colegio, sabe que ese colegio está para ver el mundo desde la óptica de la pobreza.
Eres experto en la educación de Lorenzo Milani, y si su figura se ha mantenido durante muchos años en España ha sido por tu impulso. ¿»Cartas a una maestra célebre» se sigue editando?
Ya va por la sexta edición en PPC, y hay otras cinco con una editorial catalana. Luego se hicieron otra tres ediciones más. Y el libro salió por primera vez en Italia en el 67.
¿La intuición de Don Milani sigue siendo válida?
Para mí, sin duda ninguna. Por ello hemos fundado una asociación de renovación pedagógica que se llama «El grupo Milani», desde el que editamos una revista desde hace años, sin publicidad, muy modesta pero muy aguda, que también se puede ver en la web.
De Milani y de Freire tendríamos que haber aprendido cosas maravillosas para la educación católica, apostólica y romana, pero me parece que no las acabamos de asumir. Por ejemplo, lo que decíamos ahora de los destinatarios de la escuela: Milani concibe la escuela como una institución social compensatoria. Es una aberración para mí pensar que la escuela obligatoria puede ser una institución selectiva, de «los mejores», para ir pensando quién irá a la universidad. No, mire usted. La enseñanza obligatoria es para igualar a los españoles, y por lo tanto, la mejor escuela debe ser para el que más lo necesita. Y mejor escuela significa más tiempo (porque el niño de una familia burguesa aprende mucho en casa y en las vacaciones, pero el niño de una familia trabajadora y humilde no tiene esas oportunidades). Por lo tanto, más tiempo, mejores profesores… en fin, una escuela compensatoria. Y si alguien la tiene que hacer, son los cristianos. Eso es lo que propuso don Milani.
Por otro lado, hay algo fantástico tanto en Freire como en Milani: muchos tienen la mala idea de que la educación es una plataforma social común para todos a la que añadimos, como un sombrero, la fe. Traducido a la práctica escolar, esto significa que las asignaturas van en cualquier otro colegio, y después de añade la catequesis, los actos de piedad… lo explícito cristiano. Pero el «locus teológicus» fundamental, el lugar de Dios, es la historia, lo que les pasa a los hombres. Moisés, el padre de la liberación del pueblo de Israel, se fijó en la historia. Esto se aprende en geografía, en historia, en ciencias. Entonces, debemos hacer de las asignaturas un conocimiento de la realidad, porque la realidad es transparente, trasluce lo divino. Por eso me gusta a mí vuestro oficio de periodistas, porque cuenta qué le pasa a la gente. Así es para mí la escuela católica.
Pero, ¿eso no significa darle la vuelta como a un calcetín a la escuela católica que tenemos?
Pues peor para ella. ¿A qué se había dedicado? ¿Es que no le daba importancia al aprendizaje de las asignaturas? Yo creo que insisten demasiado en una cosa que ahora llaman «evangelizar en la escuela». Yo no tengo nada contra eso, pero, hombre, lo fundamental en una escuela es el crecimiento paritario y compensatorio de los últimos, y en contacto con la realidad. Y en ese contacto con la realidad hay un elemento sublime, que es la palabra. Porque es a través de la palabra como conocemos la realidad. El ser se hace patente en la palabra. ¿Cómo están llamando a la crisis los hombres, cómo llaman a las diferencias norte-sur, cómo llamamos a África? «Apalabrar» la realidad es lo que determina el conocimiento.
Por eso me gusta mucho el movimiento que ha despertado hace poco de «Profesores Cristianos por la Escuela Pública». ¡Tanto tiempo han tardado en salir a la esfera pública los cristianos que están en la escuela pública! Y lo han hecho a favor de la escuela pública, que es la que llega realmente a los más últimos.
¿Está la Iglesia Católica atenta al llanto de la crisis? ¿Por qué hay cierto silencio? ¿No se quieren denunciar las causas? ¿Se pretende solucionar, sin hurgar demasiado en los culpables?
La Iglesia como pueblo de Dios en España, sí se preocupa por los últimos. Ahora, las jerarquías, los documentos oficiales, la cúpula de esa comunidad… creo que se preocupa poco. Menos. Tiene otros asuntos. Suena mucho más en los medios de comunicación una pastoral de los obispos sobre otros temas, que estas cuestiones de la crisis. Eso me puede dar un poco de pena, pero ya me contentaría yo con que los medios de comunicación sacaran, además de lo que dicen los obispos, lo que dice la gente de la Iglesia. Lo que dice Cáritas, lo que dicen los que están ayudando a los chavales con fracaso escolar. Porque hay cientos de iniciativas cristianas.
Pero, ¿no tendría la cúpula que testimoniar lo que viven las bases? Porque está claro que los medios de comunicación focalizan a las cúpulas, de cualquier partido, organismo o institución.
Sí, claro. Ahí entramos en la teología de la Iglesia y del servicio, en cómo debe ser el servicio pastoral que hacen los obispos a la comunidad. Ahí habría mucho que hablar. Pero me parece que un medio de comunicación como el vuestro, claramente preocupado por el tema religioso, no sólo se fija en la cúpula de la Iglesia. Eso es muy importante. Ha habido protestas contra los desahucios abanderadas por una monjita, por ejemplo. Eso tiene más fuerza que un obispo en un momento determinado. Porque esta buena mujer estaba llevando el Evangelio físico y concreto a las personas necesitadas, sean de la religión que sean.
¿La imagen pública que está dando se corresponde con la realidad que vive la Iglesia española?
No, yo me quejo mucho. Los pastoralistas tropezamos continuamente con la imagen oficial, con la imagen jerárquica, con la imagen parcial de la Iglesia, que es casi como un telón, como una barrera. Durante la XXIV Semana de Pastoral del Instituto de Pastoral dedicada a invitar a la fe, sin que fuera uno de los temas, constantemente salía este tema en los coloquios y en los apéndices de las conferencias, como un obstáculo. ¡Si el Evangelio donde se tiene que reflejar es en el rostro de la Iglesia! Yo hablo de los tragaluces de lo divino, que son los símbolos, los lugares mundanos en los que está la luz de Dios, y que nos llaman la atención sobre esa otra realidad. El tragaluz trae luz, y por lo tanto vemos mejor en nuestro mundo oscuro del sótano. Como la obra de Buero Vallejo en que el tragaluz ilumina la pobre realidad, tanto personal como colectiva (un mundo sin Dios, en eclipse…). El tragaluz ilumina nuestra realidad, pero al mismo tiempo nos asegura que hay una presencia luminosa fuera, a la que no se puede ver directamente (porque si mira uno a la luz del sol, se deslumbra). Esa combinación de dentro y fuera es el símbolo religioso, que es tan importante. No hay evangelización sin el símbolo.
¿Y sin testimonio?
Tampoco. Porque el gran símbolo, la teología elemental, es precisamente mirar cómo se aman.
¿Por qué no se supera la lucha entre dos sectores de Iglesia, entre esas dos sensibilidades? ¿No es eso lo contrario al «mirad cómo se aman»? ¿Cómo hemos llegado a esa esquizofrenia?
Yo creo que hay un componente ibérico. No creo que en otros países donde seguramente también hay conservadores y progresistas haya ese odio. Eso es muy español. Aquí o se es rojo o se es azul, y no hay término medio. Y además, hagan lo que hagan los azules, yo digo que son los buenos y que los otros eran peores. Esto lo estamos oyendo estos días. La gente no se da cuenta de que de aquellos ya hablamos, la gente no les votó y les echamos al rincón. Y aunque ahora son los otros los que tienen mayoría absoluta, nada, se sigue hablando de los de antes. Es una triste fidelidad.
Este año escribí una columnita a propósito de que se ha vuelto a culpar a los «progresistas» de los males de la Iglesia. El Papa habló de dos hermenéuticas del Concilio, y tiene todo el derecho a hablar así porque él fue perito del Concilio. Pero resulta que aquí en España llevamos 34 años (27 con Wojtyla y el resto con el de ahora) en los que todo se ha hecho desde una única hermenéutica: «la segura«, «la buena», la continuísta. ¿Cómo es posible, decisión tras decisión, movimiento tras movimiento, nombramiento tras nombramiento, seguir diciendo que son los progresistas los que han vaciado los seminarios, han creado la desafección a la Iglesia, etc.? Esto clama al cielo por falso. Y es gravísimo, porque si fuera verdad que una parte de la Iglesia hubiera escogido la interpretación buena del Concilio, la mejor parte, y ha dejado caer toda la otra hermenéutica, se ha producido un cisma desde arriba. Y esto sería muy serio, porque la tarea de la cúpula es la unidad, crear una Iglesia de comunión. Yo siempre he dicho que al discrepante es al que hay que invitar a cenar. Pero yo discrepo en muchas cosas, y no me invitan casi nunca. Lo que no tiene sentido es optar por una línea y encima echar la culpa al que se ha quedado fuera.
¿Hay maneras de pensar que son ninguneadas por el catolicismo visceral que existe en España? ¿No son los «discrepantes» invitados a ningún foro eclesiástico donde se puedan expresar?
Sí, como si no existiesen. Es muy triste.
Sin embargo, se habla mucho del Atrio de los Gentiles.
Ya, pero son planos completamente diferentes. Ese Atrio de los Gentiles está hecho para llamar a los de fuera.
¿O sea que es más fácil entenderse con los de fuera, con los oponentes, que con el discrepante o el disidente interno?
Sí. Sobre todo cuando al otro lo llamas a tu casa. Lo que no nos gusta es salir por los caminos a buscar a la oveja perdida. Es otra dinámica pastoral, que no consiste sólo en llenar una iglesia con unos cuantos a los que les gusta la oratoria o la música sagrada. Lo interesante no es cuántos vienen a nosotros, sino a quiénes salimos nosotros al encuentro.
¿Por qué nos cuesta tanto vivir el pluralismo? En la época post-conciliar en la Conferencia Episcopal Española estaban Tarancón y González Martín. ¿Podrían ahora convivir dos sensibilidades así en la cúpula de la Iglesia?
Yo sé poco de alta política eclesiástica, entre otras cosas porque yo mismo he hecho un paréntesis en mi actividad intelectual y vital, y no quiero una confrontación abierta con esas cúpulas, que me parecen importantes, pero no la esencia de la vida de la Iglesia. Entonces, no sé qué haya pasado, pero lo que más me duele a mí es que haya un camino que aparezca como la opción más segura. Porque es lo menos evangélico. Se ve a la legua que la más evangélica es la postura más dialogante.
¿Está desaprovechando la institución, de esta manera, energía y gente (grandes pastoralistas, fenomenólogos y teólogos), a la que deja en los márgenes?
Es indudable que los de arriba les desaprovechan, pero bueno, luego hay otra gente que se encuentra muy a gusto con estas personas. Lo triste de esto es que ya está calculado lo que van a durar las luminarias discrepantes. Ya nos han puesto fecha de caducidad. Durante esos 34 años a los que me refería antes se ha formado mucha gente (seminaristas, frailes, gente de los movimientos…) en ese aire de prescindir del discrepante o de las interpretaciones abiertas. Y esta gente nos ve como gente anacrónica y molesta que sigue aquí.
¿Girará el péndulo? ¿Volveremos al centro?
A mí me hace gracia cuando los políticos hablan de que la Constitución de 1978 ya lleva no sé cuántos años y por eso hay que cambiarla, porque la Constitución de la Iglesia (que es el Evangelio) no se ha tocado nunca. Por lo tanto, pase lo que pase, digan lo que digan, siempre habrá un Francisco de Asís que leerá el Evangelio y dirá que ahí dice que todos somos iguales. El Evangelio tiene mucha fuerza, está inédito.
¿O sea que hay esperanza de que volvamos a sumar?
Por supuesto. Podremos sumar tendencias dentro de la Iglesia, aunque parezca que una está a punto de extinguirse. Yo creo que, más bien, una se está quedando sin clientela (la desafección de la sociedad hacia la Iglesia, el silencio de la Iglesia ante los valores y el aprecio social de la gente… es atronador).
¿Sube la espiritualidad, y baja la religión como confesión?
No es lo mismo concentrar una millonada de jóvenes en un pabellón iluminado que decir que esos jóvenes son la juventud española. Lo que es indudable es que, en cuanto a aprecio social, la Iglesia ocupa los últimos lugares. Nos adelantan instituciones como el ejército, que tiene más prestigio.
¿Estamos casi a la par que los políticos?
Y ya es decir. Hay un gran descrédito. Pero, sin embargo, es el Evangelio el que tiene que sonar. Ahora se habla mucho de evangelización, y a lo que eso suena es a Evangelio.
¿Debería la Iglesia tener una palabra de denuncia contra la corrupción?
Desde luego que sí, eso hay que decirlo claramente, con una palabra profética de denuncia, y también reconocer las connivencias que ha habido con determinados políticos que nos parecía que eran los de casa.
¿Qué nos recomendarías, después de toda una vida dedicada a la educación liberadora?
Que no se desaprovechen dos pedagogos cristianos que están semi-olvidados: Paulo Freire, que entre otras cosas dijo aquello que todo el mundo sabe repetir, pero que nadie se toma en serio: «nadie educa a nadie, nos educamos en comunión, mediatizados por el mundo». Es decir, que intentar modelar al otro con proselitismo, hurgar en sus entretelas, por muy hijo nuestro que sea, es una inmoralidad. Nosotros lo más que podemos hacer es dar buenos consejos y buenos ejemplos. Lo que hace la educación sobre todo es entablar redes con el mundo, relaciones con los pobres, con los ricos, con la verdad, con el embuste, con África, con Siria, con Malí. La educación es un proceso vital de relaciones. Nadie educa a nadie en solitario. Esto es lo que debería trabajarse en los centros cristianos. El profesor de geografía interesa más que el catequista, porque es el que explica los hemisferios, el norte y el sur. Tanto Freire como Milani nos harían mucho bien. Por eso nuestra revista se llama «Educar(nos)». No mutuamente, sino educarnos todos frente a la realidad.
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