Con la llegada de la "primavera" de Francisco al Vaticano, Rouco fue perdiendo apoyos a marchas forzadas. Ya no pilota su sucesión, que lleva personalmente Bergoglio
(José Manuel Vidal/Jesús Bastante).- Se acaba un ciclo. Y se cierra en falso para el hasta ahora máximo líder de la Iglesia española, el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, que tiene que irse antes de lo previsto y sin poder pilotar su sucesión. Apostó a la grande y tiene que conformarse con la chica: dejar la capital de España antes de lo previsto, renunciar a la presidencia del episcopado y aguantar la llegada de un sucesor no querido o, al menos, no preconizado por él.
Debió haberse retirado en 2011 en plena gloria, después de la «consagración» que supuso la Jornada Mundial de la Juventud. Pero eran otros tiempos. Tiempos de gloria. Tiempos que ni un profundo conocedor de los engranajes de la Curia romana como el cardenal de Madrid podía prever que se iban a terminar. A él, como a casi todos los eclesiásticos de alto rango, la renuncia «revolucionaria» de Benedicto XVI lo pilló con el pié cambiado.
Hasta entonces, había tenido hilo directo con el Papa Ratzinger, con el que hablaba en alemán, y con su secretario, el entonces todopoderoso Georg Gaenswein. Era el hombre de Roma en España. Lleva siendo una especie de «vicepapa» español desde que aterrizó en Madrid en el año 1994, para suceder a su amigo y padrino, el cardenal Suquía.
Adiós al «modelo Meissner»
Como tal, hizo y deshizo en la Iglesia española a su antojo. Con su personal «auctoritas» que le hacía brillar por encima de sus pares, dicen sus amigos. A través del miedo y del control, dicen sus enemigos. Pero el caso es que el cardenal mantuvo «atada y bien atada» a la Iglesia española durante casi dos décadas. Nada se hacía, nada se movía sin contar con su «placet».
Hombre de poder, excelente gobernante, Rouco sólo tropezó al final de su pontificado: Y por un factor externo: por culpa de la renuncia del Papa Ratzinger. Hasta entonces, el cardenal de Madrid estaba seguro de que se iría cuando él quisiese. Seguro de que se le iba a aplicar «el modelo Meissner», el cardenal alemán de Colonia, que sigue en activo a pesar de haber cumplido los 80 años.
Y, por si quedaba alguna duda al respecto, el prelado madrileño se presentó a la presidencia de la Conferencia episcopal, con los 75 años cumplidos. Y la ganó, con lo cual creía asegurarse al menos tres años de prórroga en la sede de Añastro y, por lo tanto, en el arzobispado madrileño.
Pero en Roma sonó, fuerte y contundente, un cambio de ciclo. En el fondo y en las formas. El Papa Francisco no quiere, por ejemplo, que sus obispos, arzobispos y cardenales se perpetúen en los cargos. Y puso en marcha, de inmediato, la maquinaria del relevo en Madrid. Siguiendo la pauta del cardenal de Lisboa Policarpo (que, cumplidos los 75, también se hizo reelegir presidente del episcopado luso) o del cardenal boliviano Terrazas, a los que acaba de aceptar la renuncia y ya les nombró sucesores.
Rouco no pilota su sucesión
Y ahora, le toca el turno a Madrid. La sucesión no pinta nada bien para Rouco Varela, que ha perdido el control de los mecanismos curiales. Hace un tiempo, el cardenal pudo pilotar su sucesión y seguir ejerciendo su «auctoritas» en la sombra. Sólo tenía que haber pedido al Papa Ratzinger que nombrase a su fiel Fidel Herráez arzobispo-coadjutor con derecho a sucesión. Pero, con esa petición, se arriesgaba a que le aceptasen la renuncia imprevistamente. Y optó por la estrategia más prudente: esperar y ver.
Con la llegada de la «primavera» de Francisco al Vaticano, Rouco fue perdiendo apoyos a marchas forzadas. Ya no pilota su sucesión, que lleva personalmente Bergoglio. Y todo parece indicar que se va a decantar por el cardenal Cañizares, para suceder a su «enemigo íntimo» en Madrid.
Cañizares: enemigos íntimos
Rouco y Cañizares fueron excelentes amigos hasta que los separó el «caso Losantos» y la cadena Cope. El cardenal de Madrid era partidario de mantener al locutor contra viento y marea, mientras que el entonces cardenal de Toledo -a la sazón vicepresidente del Episcopado- se empeñó en hacerlo salir de la antena de los obispos por la mala imagen que proyectaba sobre la Iglesia española. Y le torció el pulso a Rouco. Hay quien sostiene que, para «vengarse» de él y para alejarlo de Toledo, desde donde le hacía sombra, lo hizo nombrar prefecto de la Congregación de Liturgia.
Descartados, pues, los «candidatos» de Rouco (que apostaba, sobre todo, por Asenjo, el arzobispo de Sevilla, o por Sanz Montes, el de Oviedo), los dos escenarios con más posibilidades son los que traerían a Cañizares o a Carlos Osoro a Madrid.
En principio, Cañizares parece contar con mayores probabilidades. Por un cúmulo de circunstancias. Primero, porque su ciclo «litúrgico» (como presidente de la Congregación de Liturgia y Disciplina de los sacramentos) ha terminado. También en ese ámbito, los aires romanos han cambiado y mucho. Segundo, porque don Antonio nunca ocultó su deseo de regresar a España. Y, de volver, un curial de su altura sólo puede hacerlo a una diócesis de la relevancia de Madrid.
Tercero, porque sigue manteniendo excelentes relaciones con la Casa Real (que, aunque está en horas bajas, conserva su influencia en Roma) y con los partidos políticos. Tanto con el PSOE (es amigo de Zapatero, José Bono o Fernández de la Vega), como con el PP de Rajoy, con el que mantiene excelentes relaciones. Y cuarto, porque conoce perfectamente la diócesis de Madrid, de la que fue sacerdote en sus años mozos.
La «opción Osoro»
Además del relevo de Rouco Varela -unido probablemente al del cardenal Sistach en Barcelona-, el nombre del nuevo arzobispo de Madrid supondrá nuevas elecciones en la Conferencia Episcopal española. Por estatutos, ningún cargo en la Casa de la Iglesia puede ejercerse una vez el Papa haya aceptado la renuncia presentada. No puede, pues, haber un arzobispo emérito como presidente del Episcopado.
Así las cosas, el futuro de Madrid podría ir ligado al de Añastro y, con él, al de un «nuevo estilo» en el Episcopado español. Fuentes cercanas a Nunciatura confirmaron a RD que ya se han recibido «indicaciones» de cara a futuros nombramientos. Y es que Francisco busca un perfil de obispo con experiencia pastoral. Con olor a oveja, vamos. Ya se comprobó en el primer nombramiento para España –Juan Antonio Méndez como auxiliar de Oviedo-, y seguramente también se vea en el futuro.
Teniendo estos dos aspectos en cuenta, junto a la opción de Cañizares para Madrid -que es la que cuenta con más posibilidades-, se abre otro escenario factible, que implicaría algún que otro movimiento en diócesis. En esta tesitura, el principal candidato a la sede de Madrid pasaría a ser el arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, con un perfil muy parecido al del propio Francisco.
Valencia, la segunda diócesis de España es, hoy por hoy, la más activa pastoralmente hablando. Osoro es un obispo cercano, con la edad suficiente como para capitanear un cambio tanto en Madrid como en la Conferencia Episcopal, y con buenos contactos en Roma. Un candidato perfectamente posible.
La única duda que surge es ¿dónde «colocar» a Cañizares si, como parece, no continúa al frente de Culto Divino? La jugada que podría estar tramándose desde Nunciatura, con la aquiescencia de Roma, llevaría a Osoro a Madrid, y a Cañizares a Valencia. La sede levantina sería un buen destino para el cardenal, sin olvidar que se trata de sede cardenalicia -el fallecido García Gasco fue nombrado cardenal por Benedicto XVI, y se espera que Osoro pueda serlo en breve-.
La diócesis -que se ha quedado sin auxiliares, y que este año concluye su plan pastoral- vería con buenos ojos la llegada de don Antonio, nacido en Utiel y que conoce perfectamente la tierra. Su designación a Valencia, aun no siendo Madrid, no supondría una degradación para el purpurado.
¿Blázquez, presidente?
¿Significaría esto que Osoro sería también presidente del Episcopado? No necesariamente. No se ha dado el caso recientemente, pero lo cierto es que asumir de una tacada una diócesis de la importancia de Madrid y una responsabilidad como presidente de los obispos españoles no parece lo más inteligente. Osoro sí podría resultar elegido presidente de la Conferencia Episcopal en el caso de que Cañizares fuera designado sucesor de Rouco, pero no si él es el elegido por Francisco para presidir la diócesis de la capital de España.
En esta tesitura, surge con fuerza la figura del arzobispo de Valladolid y actual vicepresidente del Episcopado, Ricardo Blázquez. Blázquez, quien ya fuera presidente durante el trienio 2005-2008 (haciendo dupla con Cañizares, en lo que supuso la gran derrota de Rouco Varela), goza de un gran prestigio entre los obispos españoles, que tienen la sensación de que le «deben una» al prelado abulense.
Blázquez -que también merece un reconocimiento mayor por parte de Roma después de su espléndido papel en el proceso de la Legión de Cristo y el Regnum Christi- sería un buen presidente de la Casa de la Iglesia, dentro del concepto que muchos obispos quieren: descentralizar la Conferencia Episcopal, hacer del gobierno de la Iglesia española un reflejo de lo que Francisco quiere para su Curia: una mayor horizontalidad, y una toma de decisiones compartida.
Así las cosas, la segunda opción que se maneja es que Carlos Osoro se convierta en el futuro arzobispo de Madrid, Antonio Cañizares dignifique la diócesis de Valencia con la púrpura, y que Ricardo Blázquez sea recompensado con la presidencia de la CEE, que seguramente contribuiría a pacificar, pues conoce la casa por dentro.
Cambio inminente o dentro de unos meses
En el arzobispado de Madrid trabajan, en estos momentos, con dos hipótesis sobre el timing de la aceptación de la renuncia del cardenal Rouco por parte de Roma. La primera es que podría ser inminente: a finales de junio o después del verano. La segunda es que el relevo en Madrid se retrasaría hasta después de Navidades. O eso es, al menos, lo que estaría intentando el cardenal.
Para intentar conseguirlo, se da casi por seguro que la Plenaria episcopal del mes de marzo se adelantaría a febrero. Y el cardenal ganaría unos meses más. ¿Entrará la nueva Roma de Francisco en ese «juego»? Todo parece indicar que no. Y que Rouco tendría que irse o antes del verano o, como mucho, antes de Navidades. No comería el turrón en San Justo.
Y si Rouco no ha pilotado su propia sucesión, tampoco parece que pueda dirigir la sucesión de su amigo Camino en Añastro. Muchos obispos le han perdido el miedo: ya no controla los cambios. Otros le querrán pasar factura por los agravios recibidos. Y hasta algunos de los de su cuerda parecen ya dispuestos a morder la mano que les dio de comer.
Secretario y portavoz, dos cargos
En esta nueva etapa que se abre, los moderados (de la línea de Blázquez, Osoro o Barrio) tienen todas las de ganar. Y parece que, entre ellos, se abre la idea de separar el cargo de secretario general del de portavoz. Acusan a Camino de hacer funcionar la Conferencia episcopal como una superdiócesis. Y quieren desactivar esa dinámica.
Volver a los tiempos de Elías Yanes, de una conferencia episcopal colegial y donde los obispos se sientan a gusto. Donde el secretario general no tome decisiones ni atribuciones que vayan más allá de las estipuladas en los estatutos del episcopado.
En caso de que se imponga la idea de separar los cargos de secretario general y de portavoz, para éste último puesto (voz y cara de la Iglesia) estarían pensando en algún sacerdote. Los que más suenan, por ahora, son Juan Rubio, director de la revista Vida Nueva; Jesús de las Heras, director de la revista Ecclesia; y José María Gil, sacerdote de Badajoz, ayudante de Federico Lombardi durante el pasado cónclave.
Y, como secretario general (asumiendo o no las funciones de portavoz), se barajan los nombres de Ginés García Beltrán, obispo de Guadix; Carlos Manuel Escribano, obispo de Teruel; o Eusebio Hernández, obispo de Tarazona. En cualquier caso, el candidato de Rouco, José Rico Pavés, obispo auxiliar de Getafe, parece haberse «chamuscado» en pocos meses.
El futuro de los auxiliares
Otra papeleta pendiente para Roma y para la Iglesia española, tras la marcha de Rouco, es dónde colocar a sus tres obispos auxiliares. Fidel Herráez, la eterna mano derecha del cardenal, podría continuar con Cañizares. Ambos se conocen, se quieren y se respetan. Y, a Don Antonio, le vendría de perlas un hombre como él para ayudarle en la transición. Al menos, en un primer momento.
Se espera que César Franco, desde siempre simpatizante de Comunión y Liberación, encuentre acomodo en alguna pequeña diócesis. El más difícil de colocar es Juan Antonio Martínez Camino, al que sólo le quedan dos salidas: o Roma o una diócesis de rango menor, dado que las grandes están cubiertas. Pero, en Roma, aseguran que se ha terminado la época en la que la Curia se convertía en refugio de obispos no queridos o con problemas en sus respectivos países. Sic transit…