¿No tendremos que reconocer tal vez, que nuestra identidad e idiosincrasia han quedado heridas y debilitadas, en la misma medida en que nos hemos secularizado?
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha destacado que ante la «crisis de secularización que padecemos», que deriva del «olvido e incluso de la ruptura de las raíces cristianas», no se debe olvidar que «el progreso sin raíces es ficticio» y el «auténtico solo puede estar enraizado en la tradición«.
Munilla ha realizado esta reflexión en la tradicional Eucaristía que cada año se celebra en el Santuario de Loiola, en Azpeitia, con motivo de las fiestas de San Ignacio. A la misma han acudido diversas autoridades, encabezadas por el lehendakari, Iñigo Urkullu. El Gobierno foral, sin embargo, no ha asistido a la celebración religiosa.
De manera previa a misa, ha tenido lugar, pasadas las 10.15 horas, la recepción oficial a las autoridades en el Ayuntamiento azpeitiarra. En este acto, el alcalde de la localidad guipuzcoana, Eneko Etxeberria, ha entregado el junco de mando al lehendakari en presencia, de la mujer de éste, y del diputado general del territorio, Martin Garitano.
También han participado en este acto la presidenta del Parlamento Vasco, Bakartxo Tejeria, la consejera vasca de Desarrollo y Competitividad, Arantza Tapia, la de Medio Ambiente y Política Territorial, Ana Oregi, la diputada foral de Hacienda de Gipuzkoa, Helena Franco, el de Innovación, Jon Peli Urigüen, la de Administración foral, Garbiñe Errekondo, así como miembros de la Corporación municipal, entre otros.
Junto al Ayuntamiento se han concentrado varias decenas de trabajadores de la planta Corrugados de Azpeitia para protestar por el cierre de la misma y uno de ellos ha trasladado una carta exponiendo su situación al lehendakari, al que ha estrechado la mano, Garitano y el alcalde.
En su homilía el obispo donostiarra se ha referido al beato José Anchieta, que nació en Tenerife en 1534, hijo de un azpeitiarra, que con diecisiete años ingresó en la Compañía de Jesús y fundó la aldea misional que daría luar a la ciudad de So Paulo en Brasil.
Tras referirse a él como «embajador de paz», Munilla ha hecho una «autocrítica tan sincera como esperanzada» del pueblo vasco. «¿Qué hemos hecho de aquel espíritu que impulsó a tantos vascos a la magnanimidad y al heroísmo, movidos por la fe, la esperanza y la caridad?», se ha preguntado.
«¿No tendremos que reconocer tal vez, que nuestra identidad e idiosincrasia han quedado heridas y debilitadas, en la misma medida en que nos hemos secularizado, y precisamente en el momento en que el materialismo, la frivolidad y las idolatrías políticas han pasado a ocupar el espacio que antes llenaban los grandes ideales del Evangelio?», ha añadido.
A su juicio, «muchos más de los que algunos suponen» siguen aún «encarnando ese mismo espíritu ignaciano de universalidad, magnanimidad, generosidad y fe», por lo que «no hay lugar para el pesimismo, ni para las nostalgias». No obstante, ha reconocido que no se puede ser «ingenuos» ante «la crisis de secularización que padecemos, derivada del olvido e incluso de la ruptura de nuestras raíces cristianas».
En este sentido, ha afirmado que «el problema estriba en que hemos olvidado que el progreso sin raíces es ficticio». Munilla, citando a Chesterton, ha apuntado que «el problema del progreso consiste en que no significa nada» y, por tanto, no se puede progresar «sin haber establecido los objetivos». «El progreso no puede ser un objetivo en sí mismo», ha destacado.
Munilla ha apuntado a la figura de Jesucristo como «dirección» de ese progreso, que para ser «auténtico solo puede estar enraizado en la Tradición».
(Rd/Ep)