En esta "plantatio ecclesiae" los laicos son corresponsables con los pastores y la parroquia es el lugar más importante
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La segunda jornada de la Asamblea ha comenzado con la oración. Luego hemos escuchado la intervención de Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. El ponente comenzó su intervención afirmando que, a los 50 años del Concilio Vaticano II, siguen teniendo la misma fuerza y actualidad las palabras que los Padres conciliares escribieron sobre la AC, y somos llamados de nuevo a hacer de estas palabras un programa que maque un compromiso ante la Nueva Evangelización (NE). La tríada que los Padres conciliares proponían a la AC sigue siendo la que la Iglesia necesita para la NE: anunciar, celebrar, testimoniar.
En primer lugar habló de la actual crisis de fe. No se puede esconder esta crisis, pero no cabe describirla en términos catastróficos. La fe no puede circunscribirse a los números de las estadísticas, porque la fe no se reduce a la asistencia a la misa dominical. La cultura está impregnada de fe, al menos está arraigado un sentido religioso en la sociedad. Por el momento nacer y morir se viven intensamente en referencia al hecho religioso. Pero la cuestión es: ¿hasta cuándo? La disminución de los creyentes no es falta de actualización de la Iglesia, que no puede acomodarse a las variadas teorías de los analistas, pues no son conformes al sentir de la fe. No se trata de diluir la fe, sino justamente de lo contrario: proponer la radicalidad de la fe.
La primera convicción es la recuperación del primado de la Palabra de Dios, que continúa siendo libre y eficaz, aunque el discípulo puede ser perseguido o incluso morir. Esta Palabra no puede ser detenida por nada ni por nadie. Hay que sostener la fe de los cristianos, recuperar la certeza de la fe, volver los ojos a lo esencial de la vida, colocando en el centro la persona de Jesucristo. La fe que profesamos es «cristiana», adjetivo que la califica y la diferencia. Esta escucha de la Palabra de Dios es una invitación a cambiar la vida, a cambiar el corazón.
Nada hay más peligroso que concebir la fe cristiana como un hecho privado, porque la fe es comunitaria. Por eso hay que retomar el fundamento y volver a proponer el centro de la fe. Y éste es el problema: ¿De qué manera se puede proponer esta novedad del Cristianismo en una sociedad que parece tenerlo como cosa obvia? Los cristianos tenemos una especial responsabilidad de asumir un estilo de vida coherente. Tal como lo describe la Carta a Diogneto, los cristianos «Con su vida superan las leyes… de todo se distancian como extranjeros… llevan un modo de vida social admirable, reconocido como paradójico».
El laico de la AC debe vivir su vocación de mejor modo de vida posible. La Lumen Gentium, en su número 33, destaca el aporte peculiar de los laicos, que están llamados a «hacer presente y operante la Iglesia en aquellos lugares en las que sólo a través de ellos» puede ser sal de la tierra. Ciertamente existen ambientes y contextos que sólo podrán ser alcanzados por los laicos, su presencia es insustituible, como primera presencia de humanización, preludio necesario para hablar de Jesucristo. En esta «plantatio ecclesiae» los laicos son corresponsables con los pastores y la parroquia es el lugar más importante. No hay que caer en la trampa de dejarse clericalizar, pues si se pierde la identidad de cada uno, se confunden los roles y se pierde eficacia.
También habló de la importancia de recuperar la conciencia de la eclesialidad. Sin Iglesia no existimos, no es posible pensar un cristiano fuera de Jesucristo. Se trata de una dimensión constitutiva de la fe: «nosotros creemos». Resaltó cómo los Padres de la Iglesia insistían en la importancia de aprender de memoria el Credo, el símbolo de la fe. Citó a Rufino de Aquileia, que decía que los cristianos somos «el archivo de Cristo». Remitiéndonos a la encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, señaló que los cristianos debemos ser testigos responsables del amor.
Luego se abrió un tiempo de coloquio, en el cual los asistentes formularon preguntas por escrito, de viva voz o por Twitter.
Acerca de la AC y su tarea en la Nueva Evangelización. Mons Fisichella afirmó que la NE tiene su punto central en la parroquia, en la pastoral ordinaria, que se centra en la manera de vivir del creyente. Pero en las parroquias falta con frecuencia el sentido de pertenencia, es necesario crear en ellas comunidades vivas. Lo característico de la AC es que tiene a todos juntos, como en una familia, igual que en la parroquia. Por eso la ACG debe llevar a las parroquias donde está ese espíritu misionero, de ir a donde los hombres vivos. La tarea es doble, hacer en la parroquia una comunidad viva, «y viva porque comprende que es misionera, evangelizadora».
También insistió en la importancia del silencio. Incluso el amor por el silencio. Para escuchar la Palabra de Dios tenemos que amar el silencio y crear silencio para que Dios tenga posibilidad de hablar conmigo. El silencio es una condición antropológica fundamental que el hombre ya no conoce. No estamos acostumbrados al silencio, pero es la condición necesaria.
El amor de Dios es la novedad para el mundo de hoy. Pero el amor de Dios es un comportamiento, una vida. Debemos ser testigos, no tanto maestros. Y ser testigo es «donarse a sí mismo, sin pedir nada a cambio, para siempre». Esto choca con el hombre de hoy, que piensa que es el dueño de su ida. Pues a este hombre hay que anunciarle un amor gratuito, el de Dios. El drama de nuestra cultura, el reto de nuestro testimonio es que el hombre de hoy no comprende que el único que salva es Cristo.