“Los jóvenes de nuestro tiempo, aunque sin propia culpa, son particularmente frágiles en el plano psico-afectivo”
(José Manuel Vidal).- El cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la congregación del Clero, dictó hoy una conferencia en Madrid, seguida de un amplio coloquio, con los rectores y formadores de los seminarios mayores. El purpurado pedía una «selección radical» de los seminaristas, abogaba por curas pobres, al servicio del pueblo y humildes, al tiempo que se mostraba partidario del celibato obligatorio, que «no es el precio que hay que pagar para ser funcionarios de una ONG condenada a desaparecer».
Había expectación por ver al prefecto del Clero. De hecho en el salón de actos de la Casa de ejercicios de la Anunciación de las Esclavas de Cristo Rey no cabía un alfiler y las hermanas tuvieron que habilitar sillas fuera de la sala. En la mesa presidencial del XLII Encuento de Rcetores y formadores de Seminarios Mayores, el prefecto, acompañado del obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, del obispo de Terrasa, José Ángel Sáiz, y el secretario de la comisión episcopal, Ángel Javier Pérez Pueyo.
Tranquilo, sonriente y con dominio de las «tablas», el cardenal italiano disertó, durante una hora escasa, sobre «Recepción, actualidad y perspectivas de futuro d ella exhortación apostólica ‘Pastores dabo vobis'». Para enmarcar su conferencia, Piacenza aludió «al cambio de circunstancias», a la «velocidad» como característica de las sociedades contemporáneas y a la rapidez de los cambios. «Hoy, dos decenios pueden compararse a dos siglos», dijo.
Por eso, invitó a los formadores de los seminaristas españoles a «tomar en consideración esos cambios», pero «sin perseguir torpemente todas y cada una de las novedades sociales, culturales e incluso informáticas».
Entrando ya en harina vocacional, Piacenza aseguraba que, 20 años después de la ‘Pastores dabo vobis’, «el problema no es la coyuntural falta de vocaciones, sino un problema de fe: la fe de las familias, la fe de las comunidades cristianas, la fe de los pastores, en definitiva, el ardor misionero que debe acrisolar la fe».
Para reanimar la fe del pueblo, de donde brotan las vocaciones, el purpurado echó mano de una receta del papa Francisco: «El imprescindible contacto entre pastor y oveja, entre el sacerdote y la comunidad creyente de la cual proviene y a la que es enviado». Sin olvidar, por supuesto, la oración.
A su juicio, esta «doble unión con Dios y con la comunidad» es la que impide que el cura se convierta en «funcionario». Porque «éste no es un trabajo que hay que hacer o unas funciones que hay que realizar en la práctica, sino todo lo contrario, es una vida para la cual ha sido escogido, en la que está inmerso y de la que vive concretamente».
Tras insistir en la necesidad de rezar (y rezar mucho) por las vocaciones, el curial italiano invitó a «cuidar con todo esmero los brotes vocacionales nacientes en los monaguillos, en los jóvenes, en las escuelas a través de los profesores de religión, que no deben dar escándalo con sus conversaciones sin tono y sin sentido, sino que, al contrario, deben ser modelos ejemplares».
Cuidar los «brotes» y cuidar los seminarios. «Es necesario que el seminario sea una real comunidad cristiana, un lugar en el que Cristo sea protagonista, el Evangelios sea anunciado y vivido, la Tradición recibida, elaborada y auténticamente propuesta». Pero, en época de escasez, no todo vale para el seminario. Por eso, Piacenza invitó a los formadores a «hacer una selección radical» de los aspirantes a curas.
Jóvenes frágiles
Don Mauro hizo un bosquejo oscuro de los jóvenes y de la sociedad actual. A su juicio, «los jóvenes de nuestro tiempo, aunque sin propia culpa, son particularmente frágiles en el plano psico-afectivo». Las causas de esta fragilidad están en «la proveniencia de familias irregulares, la inseguridad de no haber sido amados en los primeros años de la infancia, el multiplicarse de experiencias afectivas improvisadas y hasta desordenadas».
Y es que, en estos momentos, hay ya una distancia «sideral» entre la antropología cristiana y la sociedad actual. Los cristianos, según el cardenal, no somos todavía una minoría social, «pero ya nos encontramos casi como si estuviéramos situados fuera de la cultura». Por ejemplo, en lo que se refiere «al ordinario modo humano de vivir la sexualidad, como también en aquellos otros contactos interpersonales entre hombre y mujer dentro de una unión estable, unívoca y abierta a la vida».
Ante esta «clamorosa fragilidad afectiva», el purpurado es partidario de responder con una «propuesta formativa radical» y con una «clara y luminosa teología» y, por supuesto, el celibato. «En ningún caso el celibato es el ‘precio que hay que pagar’ para ser funcionario de una organización no gubernamental condenada a desaparecer».
Para que los seminaristas asuman el celibato, Piacenza propuso «cuidar la afectividad herida» de los candidatos a curas y darles una buena formación humana y espiritual, de la que se derivarán «la recóndita obediencia y la auténtica pobreza».
Como francisco, Piacenza pide también sacerdotes pobres, pero «no bajo un sentido demagógico de pauperismo, sino como un auténtico apartarse de si mismo para servicio de los demás y dejando de lado otras cosas». Curas pobres y que estén «constantemente en contacto con la comunidad en la que viven», huyendo «de cualquier forma de aislamiento de otra espiritualidad autoreferencial».
Pobres, encarnados en sus comunidades y humildes. «Es necesario formar sacerdotes humildes, conscientes de que el sacerdocio, que anida en ellos, es un servicio al Pueblo de Dios. Como nos ha recordado el Papa Francisco, ‘son ungidos para ungir al Pueblo'».
«El tren de la Iglesia va hoy ligero»
En el turno de preguntas, el cardenal desplegó, ya en italiano, todo su saber y su experiencia de tantos años como máximo responsable del clero católico de todo el mundo. Piacenza reconoce que, tras años de crisis, «hoy el tren de la Iglesia va ligero», pero pide que se siga formando a los seminaristas primero «en la doctrina segura, antes de sumergirlos en la no tan segura».
El purpurado se queja de los estragos causados por el «relativismo del 68, que condujo al actual relativismo moral» y que llevó a cometer auténticos disparates. Como «celebrar la misa con Coca-Cola» en algunos sitios.
Preguntado por las «vocaciones importadas» de otros continentes, reconoció que se trata de un «problema gordo» y señaló que, «en principio, no se deben rechazar ni abrazar sin más». Siempre con prudencia y discernimiento. Pero, «si durante siglos Europa ha ido a evangelizar el mundo, ¿por qué hoy no pueden venir a evangelizarnos?».
Un formador del seminario de Barcelona le preguntó sobre la praxis de los seminaristas que, siendo de una diócesis, se van a un seminario de otras diócesis. Piacenza dijo que las «migraciones vocacionales» se dan menos que hace unos años, cuando algunos seminaristas se sentían atraídos por «seminarios más tradicionalistas».
A su juicio y en principio, «no es positivo salir de una diócesis para ir al seminario de otra», pero, como siempre, examinando casa caso con discernimiento. Porque, hace años, «en algunos seminarios se perseguía a los seminaristas que rezaban el rosario o que no habían tenido experiencias sexuales». Un fenómeno que casi se ha erradicado, pero no del todo. «Hay seminarios de lengua más dura que la española o la portuguesa en los que todavía es difícil mantenerse fieles a la ortodoxia de la Iglesia».
En el Encuentro de Rectores y formadores que concluye el viernes intervendrán también con sendas ponencias los teologos Santiago del Cura y Olegario González, amén de diversas mesas redondas sobre la dimensión comunitaria, la dimensión espiritual o la dimensión intelectual de la formación vocacional.