En los años 30 (treinta), vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos
(José M. Vidal/Agencias).- Más de 25.000 personas asistieron a la macrobeatificación de Tarragona, presidida por el cardenal Amato en nombre del Papa. Pero Francisco tamibén se hizo presente con un videomensaje, en el que, entre otras cosas, señaló que los mártires son el claro ejemplo de que «Cristo nos primerea en el amor». Y su enviado, el cardenal Angelo Amato denunció que los mártires no son «caídos de la guerra civil», sino «víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia».
Entre los invitados, además de 104 obispos y un uen número de cardenales, figuraban el presidente de la Generalitat, Artur Mas, el del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, y el inspector general del Ejército, Ricardo Álvarez-Espejo.
Texto completo del videomensaje del Papa
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
Me uno de corazón a todos los participantes en la celebración, que tiene lugar en Tarragona, en la que un gran número de Pastores, personas consagradas y fieles laicos son proclamados Beatos mártires.¿Quiénes son los mártires? Son cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel «amar hasta el extremo» que llevó a Jesús a la Cruz.
No existe el amor por entregas, el amor en porciones. El amor total: y cuando se ama, se ama hasta el extremo. En la Cruz, Jesús ha sentido el peso de la muerte, el peso del pecado, pero se confió enteramente al Padre, y ha perdonado. Apenas pronunció palabras, pero entregó la vida. Cristo nos «primerea» en el amor; los mártires lo han imitado en el amor hasta el final.
Dicen los Santos Padres: ¡«Imitemos a los mártires»!.
Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestra pereza, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más necesitan. Imploremos la intercesión de los mártires para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras; para no ser cristianos mediocres, cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia, ellos no eran barnizados eran cristianos hasta el final, pidámosle su ayuda para mantener firme la fe, aunque haya dificultades, y seamos así fermento de esperanza y artífices de hermandad y solidaridad.
Y les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
El Papa Francisco ha exhortado este domingo a los peregrinos que han acudido a la ceremonia de beatificación de 522 mártires del siglo XX a ser «cristianos con obras y no de palabras» para no ser cristianos mediocres.
En una conexión grabada desde el Vaticano y proyectada en el inicio de la celebración, que preside el cardenal Angelo Amato, el Papa ha retado a los presentes a tomar el ejemplo de los mártires y no ser «cristianos mediocres, cristianos barnizados de Cristianismo pero sin sustancia».
«Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo», bienestar, pereza, y tristeza, ha dicho, y ha añadido la necesidad de abrirse a Dios y, especialmente, a los que más lo necesitan.
A continuaicón, el cardenal Amato lee en latín la larga lista de los 522 mártires, agrupados por sus respectivas congregaciones religiosas.
«En España, en el siglo XX, derramaron su sangre para dar testimonio de Jesús. Desde ahora en adelante serán llamados beatos».
Y se descubre el enorme tapiz de los mártires, mientras suena el «Christus vincit» y una procesiòn con palmas del martirio, que acompañan a la urna con las reliquias de los nuevos beatos.
El arzobisppo de Tarragona agradece al Papa la beatificación «de estos 522 mártires, que derramaron su vida y su sangre en la defensa de la fe». Y se acercan todos los obispos que tienen beatos, para recibir las cartas oficicales de manos del Prefecto vaticano. Y continúa la celebración, con una larga homilía del cardenal curial.
Homilía del cardenal Amato (texto completo)
l. La Iglesia española celebra hoy la beatificación de 522 (quinientos veintidós) hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: «Ahora -dice el libro del Apocalipsis de San Juan-se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo» (Ap 12, 10). Los mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará» (Le 9, 23-24). Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2, 12).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años 30 (treinta) del siglo pasado, la Iglesia en 14 (catorce) distintas ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987 (mil novecientos ochenta y siete), fue la beatificación de tres Carmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 (once) de marzo de 2001 (dos mil uno), con 233 (doscientos treinta y tres) mártires; la del 28 (veintiocho) de octubre de 2007 (dosmilsiete), con 498 (cuatrocientos noventa y ocho) mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la Almudena de Madrid, el 17 (diecisiete) de diciembre de 2011 (dosmil once), con 23 (veintitrés) testigos de la fe.
Hoy, aquí en Tarragona, el Papa Francisco beatifica 522 (quinientos veintidós) mártires, que «versaron su sangre para dar testimonio del Señor Jesús» (Carta Apostólica). Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este último grupo incluye tres obispos Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén; Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida e Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona -y, además, numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.
2. En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30 (treinta), vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, detruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico. El Papa Pío XI (once) con la encíclica Dilectissima nobis, del 3 (tres) de junio de 1933 (mil novecientos treinta y tres), denunció enérgicamente esta libertina política antirreligiosa.
Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes.
En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico italiano, en un artículo de 1933 (mil novecientos treinta y tres), publicado en el periódico El Mati de Barcelona, escribía con intuición profética, que las modernas ideología son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones romanas.(2)
3. Queridos hermanos, ante la respuesta valiente y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísimos sacerdotes y seminaristas, me he preguntado muchas veces: cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que renegar la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los seminarios y en las casas de formación los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su vocación. Era una verdadera pedagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes e incluso gozosos en su testimonio supremo.
4. Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación.
La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas micidiales de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.
5. y ahora una segunda pregunta: ¿por qué la beatificación de los mártires de muchas diócesis españolas adviene aquí en Tarragona?
Hay dos motivos. Ante todo el grupo más numeroso de los mártires es el de esta antiquísima diócesis española, con 147 (ciento cuarenta y siete) mártires, incluido el obispo auxiliar Manuel Borrás Ferré y los jóvenes seminaristas loan Montpeó Masip, de viente años, y Josep Gassol Montseny de veintidós.
El segundo motivo nos VIene del hecho que, en los pnmeros siglos cristianos, aquí en Tarragona, ecclesia Pauli, sedes Fructuosi, patria martyrum, tuvo lugar el martirio del obispo Fructuoso y de sus dos diáconos, Augurio y Eulogio, quemados vivos en el 259 (doscientos cincuenta y nueve) d.C. en el anfiteatro romano de la ciudad.
Recordemos brevemente el martirio de estos dos primeros testigos tarraconenses, porque repropone la dinámica esencial de toda persecución, que, por una parte, muestra la arbitrariedad de las acusaciones y la atrocidad de las torturas, y, por otra, la fortaleza sobrehumana de los mártires en el aceptar la pasión y la muerte con serenidad y con el perdón en los labios.
Tarragona, sede de una floreciente comunidad cristiana, en el siglo III (tercero) d. C. fue objeto de una violenta persecución, por obra del emperador Valeriano. Fueron víctimas de ella el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. De su martirio tenemos las Actas, que nos transmiten los protocolos notariales del proceso, del interrogatorio, de las respuestas, de la condena y de la ejecución.(3) La captura de Fructuoso y de sus diáconos tuvo lugar la mañana del domingo del 16 (dieciséis) de enero del 259 (doscientos cincuenta y nueve). Llevado a la cárcel, Fructuoso rezaba continuamente y daba gracias al Señor por la gracia del martirio. Además, también allí continuó su obra de pastor y de evangelizador, confortando a los fieles, bautizando y proclamando el Evangelio a los paganos. Después de algunos días, el 21 (veintiuno) de enero, los tres fueron convocados por el cónsul Emiliano para el interrogatorio. Fructuoso y los dos diáconos se negaron a ofrecer sacrificios a los ídolos, reafirmando su fidelidad a Cristo. Los tres fueron entonces condenados a ser quemados vivos. Llevados al anfiteatro, el santo Obispo gritó con fuerza que la Iglesia no quedaría nunca sin pastor y que Dios mantendría la promesa de protegerla en el futuro.
¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguos y modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todo nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es perdonar!… Aquí está todo el Evangelio, todo el Cristianismo! No es sentimiento, no es «buenismo»! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del «cáncer» que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negativa que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo de Dios!»(4)
Estamos llamados pues al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y del odio. Jesús decía «Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial» (Le 6, 36). Conviene hacer un examen concreto, ahora, sobre nuestra voluntad de perdón. El Papa Francisco sugiere: «Cada uno piense en una persona con la que no esté bien, con la que se haya enfadado, a la que no quiera. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, recemos por esta persona y seamos misericordiosos con esta personan.(5)
La celebración de hoy sea pues la fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz.
7. De aquí surge un segundo mensaje: el de la conversión del corazón a la bondad y a la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y del pecado.
Todos -buenos y malos -necesitamos la conversión. Todos estamos llamados a convertirnos a la paz, a la fraternidad, al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas. Así han actuado nuestros mártires, así han obrado los santos, que -como dice el Papa Francisco siguen «el camino de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza».(6)
Es un mensaje que concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida cristiana. Pero hay que ir contra corriente: «Ir contra corriente hace bien al corazón, pero es necesario el coraje y Jesús nos da este coraje! No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto sucede sobretodo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, conversión y perdón a nuestro pecado.(7)
Así se han comportado los mártires, jóvenes y ancianos, Sí, también jóvenes como, por ejemplo, los seminaristas de las diócesis de Tarragona y de Jaén y el laico de veintiún años, de la diócesis de Jaén. No han tenido miedo de la muerte, porque su mirada estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la eternidad sin fin en la caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y sobreabundante la misericordia de Dios.
Perdón y conversión son los dones que los mártires nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a los corazones, la conversión crea fraternidad con los demás.
Nuestros Mártires, mensajeros de la vida y no de la muerte, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y fraternidad. Será este el fruto precioso de esta celebración en el año de la fe.
María, Regina Martyrum, siga siendo la potente Auxiliadora de los cristianos.
Amén.
Palabras de agradecimiento del presidente de la Conferencia episcopal
Señor Cardenal, queridos amigos todos:
Al terminar esta hermosa liturgia, que nos ha emocionado a todos, cumplo con el grato deber de dar las gracias. Gracias a Benedicto XVI que firmó los decretos de muchas causas que han esperado hasta hoy para la beatificación de sus mártires. Gracias al Santo Padre, el papa Francisco que ha firmado los decretos de las últimas causas y que nos ha enviado como representante suyo al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Amato, que con tanto afecto ha seguido en los últimos años el camino de las causas de nuestros mártires. Gracias, señor Cardenal. El Papa Francisco se ha hecho presente entre nosotros también por medio del mensaje televisivo que nos ha dirigido. ¡Muchas gracias, Santo Padre! Guardamos sus palabras en el corazón.
Gracias al señor Arzobispo de Tarragona y a sus colaboradores. Esta querida archidiócesis, preclara por la sangre de sus mártires de los primeros siglos y del siglo XX, nos ha acogido con exquisita y fraterna cordialidad. Nos hemos sentido como en casa. Gracies, moltes gracies, senyor Arquebisbe.
Las autoridades civiles, militares y académicas han puesto de manifiesto con su presencia la armonía que ha de existir entre todos los ámbitos de nuestra sociedad. Muchas gracias. Los católicos, invocando la intercesión de los mártires, no dejamos de orar por las legítimas autoridades, de modo que todos podamos convivir fraternalmente en justicia, libertad y paz.
La Beatificación que acabamos de celebrar quedará como un fruto precioso del Año de la fe. Era un deseo ferviente de la Asamblea Plenaria de nuestra Conferencia Episcopal que hoy se ha cumplido con creces. Agradezco la presencia de tantos hermanos obispos de nuestras diócesis y también la de los venidos de otros países. Permítanme que agradezca, en particular, el delicado gesto del Patriarcado de Moscú, que, con su presencia a través de dos representantes, pone de relieve el nuevo camino ecuménico abierto por los mártires del siglo XX.
La Secretaría General de la Conferencia Episcopal Española, con su Oficina para las Causas de los Santos y un gran número de colaboradores, ha llevado adelante el encargo de la coordinación previa y de la realización de este acto. Sin olvidar el papel fundamental para el desarrollo ordenado de esta solemne y conmovedora celebración de tantos voluntarios, que aquí en Tarragona nos han ayudado con tanta generosidad y discreción. Se lo agradecemos con todo el corazón.
Cualquier beatificación, la más sencilla, exige un prolongado trabajo de años.
Cuánto más ésta que acabamos de celebrar. Las numerosas causas de los mártires que hoy se suman al martirologio de la Iglesia no habrían prosperado sin el trabajo y sin la paciencia de los postuladores, vicepostuladores y de todos los que colaboraron con ellos. Muchas gracias, queridos hermanos y hermanas. Gracias también a las partes actoras, diócesis, institutos de vida consagrada y otras personas, por su interés en promover la memoria de los mártires, que ahora pasan a ser patrimonio de la Iglesia Universal, gracias a la generosidad de sus familias diocesanas, religiosas e incluso parroquiales. ¡Que Dios os lo pague!
Gracias a la gran comunidad que ha seguido la ceremonia por los medios de comunicación desde toda España y desde todo el mundo. Gracias también a los medios de comunicación que lo han hecho posible y que hacen posible de otros muchos modos la difusión de este acontecimiento histórico para la vida de la Iglesia.
Gracias, en fin y muy especialmente, a todos vosotros, queridos amigos, que os habéis acercado a Tarragona para la Beatificación. Gracias por vuestra fe y por vuestra paciencia. En particular, a los más mayores, hermanos de sangre y de religión de los nuevos mártires. Gracias a vosotros sacerdotes concelebrantes, que habéis venido en gran número, animando a vuestras comunidades, desde los lugares más alejados de nuestra geografía, y a tantos consagrados y consagradas, herederos espirituales más directos de la mayoría de los hoy beatificados. Hemos vivido una asamblea litúrgica en la que hemos podido casi palpar la catolicidad de la Iglesia. Han merecido la pena los pequeños sacrificios que ha habido que hacer. Nos volvemos a nuestras casas fortalecidos en la fe por el testimonio heroico de tantos testigos firmes y valientes de Jesucristo, el Redentor del hombre. Ahora los tenemos también como intercesores. Buen viaje de vuelta. Gracies a tothom. Que Nuestra Señora, de Montserrat y Reina de los mártires os acompañe. Amén.
Cardenal Antonio Mª Rouco Varela
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Arzobispo de Madrid