Las avalanchas de gente desesperada se producen en la frontera española (no en Berlín, Bruselas ni Estrasburgo), y las muertes se quedan del otro lado de la valla
(Irene López Alonso, enviada especial a Melilla)- «Al hambre no se le pueden poner puertas… pero hay que poner orden». De esta forma respondió la vicepresidenta de la Asamblea de Melilla, Cristina Rivas del Moral, a la petición del Padre Ángel de que retiren las cuchillas de la valla fronteriza con Marruecos.
«El Papa no dice palabrotas, pero dijo que Lampedusa fue una vergüenza, y ésa es la peor palabra que se puede decir», declaró el fundador y presidente de la ONG Mensajeros de la Paz, tras escuchar que la propia vicepresidenta melillense admitía que «hasta que no ocurra algo gordo no se van a tomar medidas«.
«¡No puede ser que se necesiten muertos para que la gente reaccione!», protestó el Padre Ángel, pero la representante del Gobierno escurría el bulto a Europa insistiendo en que el problema de Melilla no es sólo de España, y que las «grandes decisiones» tienen que venir de la Unión Europea.
Sin embargo, las avalanchas de gente desesperada se producen en la frontera española (no en Berlín, Bruselas ni Estrasburgo), y las muertes se quedan del otro lado de la valla.
«La concertina no está en todo el perímetro de seguridad, solamente en una parte», se disculpó la vicepresidenta, a lo que el Padre Ángel replicó manifestando su malestar porque todos los políticos empleen el término técnico «concertinas», en vez de decir cuchillas. «Sed claros: También los tanques son disuasorios«, se quejó.
Del otro lado de la valla
Actualmente dos mil inmigrantes de origen subsahariano y magrebí se concentran del otro lado de la valla, en el monte Gurugú, donde la policía marroquí realiza tres redadas diarias en las que quema las pocas posesiones con las que los inmigrantes que huyen de sus países llegan al límite con España. Y según el periodista Blasco de Avellaneda, los militares marroquíes también propinan usuales palizas a los inmigrantes que esperan cerca de la frontera la ocasión para intentar saltar la valla.
Blasco de Avellaneda ha sido galardonado este año con el Premio Derechos Humanos de Periodismo, y sin embargo, el Gobierno de España le pide 12 años de prisión por «revelación de secretos de Estado». Le han confiscado los materiales de grabación (cámaras, tarjetas de memoria…) en numerosas ocasiones, y cuenta que organizaciones como Manos Unidas se ofrecieron a comprarle equipo nuevo para que pudiera seguir con su labor.
Y es que a pesar de estar imputado, el joven periodista sigue trabajando por cuenta propia, y los habitantes del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CEPI) de Melilla se acercan a él a saludarle con cariño o a pedirle asesoramiento legal. Saben que está con ellos.
Pero no es el único. Hay más gente que trata de «saltar la valla» por otras vías: Ciudadanos anónimos o pequeñas asociaciones como Amigos por la Solidaridad (formada por parados de larga duración de Melilla que, al encontrarse desempleados, decidieron unirse para ayudar a sus vecinos más vulnerables), que cruzan la frontera con Marruecos para llevar comida y otro tipo de ayudas a los inmigrantes que aguardan en el campamento del monte Gurugú la etapa final de su trágico periplo.
O como el propio Padre Ángel, que viajó ayer a Melilla para trasladarles a los políticos un claro mensaje: «No vale la excusa de que las cuchillas las pusieron otros, porque si las pusieron otros, las pusieron mal».