El obispo administrador apostólico se ocupa sólo del trabajo ordinario y no puede tomar decisiones importantes ni nombramientos
(José M. Vidal / Jesús Bastante).- Tras 20 años de mando absoluto en la plaza de la Iglesia española, el cardenal Antonio María Rouco Varela (Vilalba, 1936) está de salida. Y una salida inminente. El Papa podría anunciar antes de fin de año el relevo del arzobispo de Madrid, aunque le permitirá continuar como administrador apostólico hasta la toma de posesión de su sucesor, el también cardenal Antonio Cañizares, actual prefecto de Liturgia en Roma.
Antes de la renuncia de Benedicto XVI, Rouco tenía la promesa papal (implícita y explícita) de que, en su caso, se iba a aplicar el «modelo» Meisner. El cardenal alemán, intimo amigo del papa Ratzinger, tiene 80 años y Roma le acaba de aceptar la renuncia. El arzobispo de Madrid tenía asumido ese escenario y se habría programado en función de él.
En el ínterin, en Roma, su amigo Benedicto renunció y al papado llegó Francisco, el Papa de la primavera. Con otro modelo de ser y hacer Iglesia. Y el cardenal de Madrid se quedó descolocado, fuera de juego y sin capacidad para seguir moviendo sus peones en Roma ni para pilotar su sucesión.
El anuncio oficial de la aceptación de la renuncia de Rouco y el nombramiento de su sucesor se produciría a finales de diciembre. Unos creen que la próxima semana, antes de la Misa de las Familias, que tendrá lugar en Colón el día 29 de diciembre. Pero lo más probable es que se publique la decisión papal los días 30 o 31 también de diciembre. «Por pura delicadeza con el cardenal», dicen en fuentes del arzobispado madrileño.
De lo contrario, el cardenal Rouco presidiría la Misa de las Familias de Colón ya como «administrador apostólico» y en presencia de su ya nombrado sucesor, Antonio Cañizares. Y eso, en el entorno del arzobispo madrileño, se considera «un feo muy feo».
Por lo que parece, Roma quiere una salida suave de escena para el hasta ahora todopoderoso cardenal Rouco: anuncio de su retirada inminente, pero con el nombramiento de administrador apostólico hasta la toma de posesión de su sucesor en abril o en junio del 2014.
Y es que el Papa quiere cerrar el ciclo del purpurado madrileño, pero le duelen los ataques que está sufriendo en esta última etapa de su carrera, porque lo considera «un hombre muy valioso, que ha cumplido con su papel lo mejor que ha podido y sabido», dicen desde Roma.
Aún así, Rouco está profundamente dolido y hasta desconcertado. Sobre todo desde que la Santa Sede hizo pública, el pasado lunes, la lista de los miembros de la «fábrica de obispos», en la que no aparecía el cardenal de Madrid.
Un decisión muy significativa. Primero, porque era un claro mensaje respecto a la aceleración del proceso de sus sustitución en la diócesis de la capital de España. Segundo, porque perdía una de sus mayores palancas de poder eclesiástico.
Tercero, porque se producían ciertos agravios comparativos, como el que el Papa hubiese confirmado en ese mismo dicasterio al cardenal Bertone, ex Secretario de Estado, que tiene ya 80 años. Y por ultimo, a Rouco también le duele que se le acepte la renuncia sin que haya empezado el largo proceso consultivo previsto en estos casos.
Lo asuma o no Rouco, Roma está a punto de hablar. Y ya se sabe que «Roma locuta, causa finita».
El arzobispo de Madrid se va y lo máximo que puede esperar es que el Papa opte por seguir con él el mismo esquema que el que activó con otro cardenal alemán, Robert Zollistch, al que le aceptó la renuncia a su diócesis, pero le mantuvo en su cargo de presidente de la conferencia episcopal de Alemania.
Sería una deferencia de Francisco, que le permita al gallego concluir su ciclo al frente de los obispos el próximo mes de marzo.
También continuaría (al menos unos meses) al frente del arzobispado de Madrid, pero ya como «administrador apostólico», lo que implica que sus poderes quedarían muy recortados. El obispo administrador apostólico se ocupa sólo del trabajo ordinario y no puede tomar decisiones importantes ni nombramientos.
Un final triste para el cardenal que fue, durante dos décadas, el vicepapa español.