Aquel 11-M triunfó el amor sobre el odio, y supimos que el terrorismo podía ser vencido
(Jesús Bastante).- «No sabemos exactamente cuáles fueron los propósitos e intenciones últimas de los que perpetraron los atentados. Pero sí que no podrán anular los frutos de la humanidad de las víctimas ni de sus familias. Aquel 11-M triunfó el amor sobre el odio, y supimos que el terrorismo podía ser vencido«. El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, pronunció una sentida homilía en la catedral de La Almudena, en el funeral de Estado a los diez años de la mayor tragedia terrorista de la historia de nuestro país.
Se trató de una celebración sobria, silenciosa, en la que no faltó nadie. Ni las víctimas (fueran o no creyentes) ni políticos de todo signo, ni Sus Majestades los Reyes. «Sentíos todos acogidos», pidió el cardenal Rouco, quien arrancó su homilía insistiendo en el recuerdo del «horror y el terror» de aquella cruel mañana en El Pozo, Atocha y Santa Eugenia. Pero dejando claro lo que el pueblo de Madrid, el de toda España, demostró aquel día y los siguientes: «Los terroristas no podrán adueñarse del futuro de un pueblo«.
Los Reyes fueron recibidos en la puerta principal de la catedral por el cardenal de Madrid, y por las presidentas de las asociaciones de víctimas del 11-M. A su entrada, el órgano de La Almudena interpretó el himno de España, y al comienzo de la celebración se encendió un cirio en memoria de los 192 fallecidos en la tragedia de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia.
El presidente, Mariano Rajoy, el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, varios ministros, la alcaldesa de Madrid y el presidente de la Comunidad, y representantes de los organismos estatales acompañaron a las víctimas. Por parte de la Familia Real, junto a Don Juan Carlos y Doña Sofía, se encontraban la infanta Elena y Doña Letizia.
Tras el cardenal Rouco, la práctica totalidad de los obispos españoles, que este mediodía participarán en la Asamblea Plenaria de la CEE. Con gesto serio y algunos visiblemente emocionados.
La primera lectura fue tomada de la Carta de San Pablo a los Corintios. «Quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará». El Evangelio de San Marcos estuvo dedicado a la agonía y muerte de Jesús en el Calvario.
En su homilía, Rouco Varela recordó el «horror y el dolor» por los «efectos devastadores» de los atentados terroristas «sin precedentes». El purpurado habló de «sufrimientos indecibles» que continúa «invitándonos a renovar la plegaria por los heridos y al examen de conciencia».
«¿Cómo nos hemos portado con ellos a lo largo de estos años? ¿Qué enseñanzas hemos recibido?» ¿Hay motivos serios y fundados para la esperanza? Porque nuestras queridas víctimas del terrorismo, y nosotros, y muy especialmente sus familiares, estamos en manos de Dios».
«Hoy, como aquel día fatídico, podéis preguntarle a Dios por ellos y por vosotros, como hizo Jesús clavado en la cruz a punto de expirar. ¿Dios mío, por qué me has abandonado?». Es «una pregunta que nos puede salir del alma», sobre todo «cuando llega la hora de la muerte». Ante estas muertes, «causadas por el odio y una infinita crueldad«, brota del fondo del alma. «No faltaron Caínes dispuestos a matar a Abel», proclamó el purpurado.
«¿Por qué murieron? ¿Por qué ese suplicio?», se preguntó Rouco Varela. «Murieron porque hubo personas que con una premeditación descalifriante estaban dispuestos a matar a mucha gente». Y es que «hay individuos y grupos sin escrúpulo alguno que asesinan vidas humanas subordinándolos a sus intereses políticos y económicos». Como si el fin justificara los medios.
A los asesinos y a quienes les instigaron, Rouco les recordó que «sin un arrepentimiento radical nunca serán capaces de ser caminos de justicia y de paz». También que «no podrán adueñarse del futuro de un pueblo ni podrán determinar el destino de las víctimas y sus familiares».
«No sabemos los fines últimos de los que programaron y ejecutaron los atentados. Sí sabemos que no podrán anular los frutos de humanidad de las víctimas«, continuó el purpurado, quien recordó cómo «el mismo día del atentado y los siguientes, el corazón de los madrileños y de españa entera se removió. Triunfaba el amor sobre el odio, la vida sobre la muerte. El terrorismo podía ser vencido».
En este punto, el cardenal reconoció el «sacrificio hasta el agotamiento en el servicio a las víctimas y sus familiares, material y espiritual prestado con una generosidad admirable» por parte de voluntarios, profesionales, sacerdotes y de todo un pueblo. Y pidió a los familiares de las víctimas «estar abiertos siempre al perdón», aunque éste «sólo se puede hacer efectivo» si se pide perdón sinceramente y se ponen los medios para reparar, en la medida de lo posible, los daños.
«El sacrificio de nuestros hermanos, arrancados por la violencia criminal de los terroristas, pudiera quedar infecundo por nuestra culpa», advirtió, señalando cómo el Papa «nos habla con frecuencia de la conversión». Una conversión que pidió para el corazón de los asesinos y para la paz de las víctimas y sus familiares.