Son medios que tienen un sesgo ideológico, un comportamiento tan descaradamente partidista, unas formas y un lenguaje tan fuera de lugar, que son la negación práctica de que «estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos»
(HOAC).- Con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, el 1 de junio, el Papa Francisco ha publicado un Mensaje, «Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro», en el que hace un llamamiento a orientar los medios de comunicación social en la dirección que nos puede ayudar a superar las enormes fracturas y desigualdades sociales y derribar los muros que hemos levantado entre nosotros: promover una cultura del encuentro, del diálogo y la escucha de los otros. Escuchar y dialogar para «crecer en la comprensión y el respeto».
Por más que algunos no quieran entenderlo, el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo en nuestro país es una llamada en la misma dirección. Expresión de una necesidad social que, desde hace años, está cada vez más clara. Es patente el deseo de un cambio profundo en nuestro modelo político; un cambio que, ante todo, centre la atención en las necesidades de las personas y que nos ayude a vivir la política de otra manera.
En este desafío de cambiar en profundidad las dinámicas sociales y políticas, sobre todo de centrar la atención en los empobrecidos, los medios de comunicación social están llamados a jugar un papel importante, tanto los que podemos denominar «convencionales» como todo el nuevo mundo de las llamadas «redes sociales».
Pero, por lo general, les falta mucho para jugar ese papel y prestar ese servicio que tanto necesita nuestra sociedad. Con demasiada frecuencia reflejan el peligro que denuncia el Papa Francisco. Encerrarse en una esfera hecha de informaciones y opiniones que solo corresponden a expectativas e ideas previas o a determinados intereses políticos y económicos. Los medios de comunicación social necesitan también cambios muy profundos para avanzar en esa cultura del escuchar, dialogar, respetar…, para colaborar decididamente a que sea posible una cultura del encuentro que nos permita caminar juntos, desde la diversidad, en buscar respuestas efectivas a las fracturas sociales que padecen los pobres y que nos deshumanizan a todos.
La Iglesia también tenemos medios de comunicación social y estamos llamados a ser, en lo que se refiere a la orientación y el uso de esos medios como en todo lo demás, un testimonio vivo de esa tan necesaria cultura de la escucha, el diálogo, el respeto y el encuentro. Más aún, testimonio de una vida entregada a los pobres.
Todos necesitamos avanzar en ese camino, porque, como dice el Papa, «dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas».
Tenemos que reconocer que no siempre los medios de comunicación de la Iglesia sabemos estar a la altura de lo que deberíamos ser, aunque lo intentamos. Pero también debemos decir que, en particular, algunos medios de titularidad eclesial son, para vergüenza nuestra, un antitestimonio. Son todo lo contrario de lo que deberían ser.
Son medios que tienen un sesgo ideológico, un comportamiento tan descaradamente partidista, unas formas y un lenguaje tan fuera de lugar, que son la negación práctica de que «estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos», o de que «necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto», porque sabemos estar «dispuestos a escuchar y aprender de los otros». ¿Cuándo pondremos remedio a esta penosa situación de esos medios de comunicación de la Iglesia?