La solidaridad más gratuita es la de luchar por los derechos de los otros
(José Luis Pinilla, secretario de la CEM)- En mi viaje a las entrañas de la emigración, encaminamos nuestros pasos y el corazón hacia Nador, parte marroqui de la Frontera con Melilla.
A primera hora de la mañana del 23 de Julio , Esteban Velázquez nos había preparado una entrevista con su equipo de Migraciones. No la tuvimos. ¡Ha habido un nuevo intento de muchos subsaharianos de pasar por encima de la valla! Nos lo ha dicho de manera apresurada Francisca, Hija de la Caridad, responsable de coordinar la accion sobre el terreno en cuanto se produce una situacion como ésta. Sale corriendo metiendo en la furgoneta un montón de medicinas, unos plásticos y algo de comida. Marcha junto con la voluntaria médica de CVX-Sevilla, Ana , a recoger heridos del hospital antes de que los lleven a Rabat. Dos miembros más del equipo, Ibrahim y Yahya, también se incorporan tras ayudar en los asentamientos del bosque.
Reunión supendida. Otra es la prioridad. Toda la gente se moviliza en las mismas claves que Francisca. Gabriel, mi compañero gaditano del viaje, sube a otra furgoneta con Esteban. El obispo Agrelo y yo mismo quedamos a la espera en la Iglesia franciscana. Si hubiéramos ido nosotros, nuestras plazas impedirían transportar a más heridos o a otros maltrechos lejos de la valla… Quizás hacia el monte Gurugú, su escondite y su defensa, de donde saltaron al alba – ¡sí, al amanecer! – corriendo en busca de su sueño…
200 lo intentaron. Ninguno lo consiguió. 20 heridos. Gabriel al volver nos narra , y Esteban completa, las cuatro horas recogiendo, animando, consolando, y procurando todo tipo de ayudas. Fue como el pasaje del samaritano: «Nos encontramos a gente al borde del camino, apaleda, descartada.. Los echamos sobre los hombros…» Lo demás ya lo sabéis.
De Monseñor Agrelo recojo su preocupación porque estos jóvenes, maltratados, malheridos, machacados, no encuentren defensa de sus derechos en otros jóvenes. Por ejemplo los españoles. Y es que la solidaridad más gratuita es la de luchar por los derechos de los otros.
Yo mientras tanto me quedo con Sahif. Es otro herido subsahariano tras un salto anterior recogido por manos eclesiales. Casi murió a palos. Le salvó que sabía algo de árabe, porque sus palabras en francés no le servían de nada. Ni sus lamentos ante una vértebra rota que le impedía moverse. Le salvó que sabía unas palabras en árabe que ni yo mismo sé cómo se escriben pero que traducidas más o menos vienen a decir:»Dejadme, que me estáis matando».
Ahora camina apoyado en un andador. No saben si se recuperará. Parece que hay posibilidades. Conversamos. Me llama la atencion la energía que transmite. Sueña con casarse en cuanto pueda. Pero no con una blanca. «Si es posible con una de mi país. Cuando cumpla los 30. Cuando tenga trabajo, ahorros para regresar…» Porque a su dignidad no la han derrotado.
Todo hombre tiene derecho tanto a emigrar, como a no emigrar: es la pancarta primera de la Doctrina social sobre Migraciones. Doy unos pasos cortitos con él. Nos acercamos a visitar lo que serán unas habitaciones todavía en los huesos de bloques de hormigón para heridos que serán recogidos por la Diócesis de Tánger.
Vamos abrazados. No es él quien se apoya en mi hombro para caminar cojeando, como sería lo normal. Soy yo quien apoya mi vida en la suya.