Previamente a la crisis económica netamente financiera, se produjo una crisis moral, presidida por el pecado capital de la avaricia
(José Manuel Vidal)- Vicente Navarro es el presidente de las Semanas Sociales de España, que celebran próximamente su XLII edición en Alicante bajo el lema «Por una sociedad nueva. Desafíos y propuestas». Laico y comprometido, Navarro asegura que los pobres forman parte del adn de la Iglesia desde siempre y que «el Papa Francisco no ha modificado la letra de la Iglesia, pero le está brindando otra música».
Es usted el presidente de las Semanas Sociales, que celebran su LXII Semana del 23 al 25 de octubre. ¿Qué son las Semanas Sociales?
Efectivamente, soy Presidente de las Semanas Sociales de España por nombramiento de la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española que, siguiendo la tradición española, siempre ha tenido un seglar al frente de esta institución, lo que no ocurre en otros países.
El origen de las Semanas Sociales se remonta a los momentos posteriores a la publicación en 1891 de la Encíclica de León XIII «Rerum Novarum». Aquel documento tan importante en la historia de la Iglesia abrió al catolicismo hacia la preocupación por la cuestión social, en su más amplio sentido, y dio lugar a la aparición de fenómenos tales como el sindicalismo católico, los congresos católicos de Italia y España, el movimiento de catolicismo social en Bélgica -¡tan importante!- y en Francia determinados grupos católicos formaron círculos de estudio sobre cuestiones sociales que cristalizaron en la celebración de la primera semana social francesa en 1904.
Se trataba de sesiones monográficas de estudio con expertos sobre diversas materias que afectaban al mundo obrero, a la política, a la realidad social más diversa, con la pretensión de iluminar todos estos nuevos problemas de la sociedad industrial a la luz de lo que venía siendo ya una incipiente Doctrina Social de la Iglesia, que no sólo nacía de la citada Encíclica del Papa León, sino que recogía numerosas manifestaciones de obispos europeos y norteamericanos sobre la llamada cuestión social.
La experiencia francesa fue acogida en otros países tanto europeos como americanos y hoy es una experiencia extendida por todos los continentes. Concretamente, en España en 1906 la primera semana social y luego se han venido celebrando con algunas interrupciones, concretamente desde 1912 hasta 1933, y desde 1934 hasta 1949.
El lema de la Semana de este año, «Por una sociedad nueva, desafíos y propuestas’ parece demasiado genérico y ambicioso. ¿Se va a concretar en algo?
Como he comentado anteriormente, una semana social es sobre todo un foro de estudio y de discusión de los problemas que en cada momento afectan a la sociedad, y no se trata tanto de brindar un catálogo de soluciones a los problemas diagnosticados, sino de reflexionar sobre los fenómenos sociales de cada momento y las pautas desde las que se puedan plantear respuestas útiles para la sociedad.
Por ejemplo, en las sesiones que vamos a tener en Alicante abordaremos cuestiones tan actuales como la necesidad de buscar un nuevo modelo de relación entre sociedad y Estado, porque es evidente que en la sociedad española de hoy hay un progresivo alejamiento entre la ciudadanía y la vida política, entre los ciudadanos y sus dirigentes; nos encontramos con una desconfianza creciente del hombre de la calle respecto a quienes se dedican a la actividad política, lo cual es muy grave en una sociedad democrática en la que la vida pública se ha de articular sobre la base de la participación de los ciudadanos en ella.
Probablemente, el reto actual de nuestro sistema político es hallar nuevas vías de participación de los ciudadanos en el quehacer público, para evitar una dinámica de desengaño generalizado que llevaría a la propia quiebra del sistema. En momentos de crisis de las instituciones como el que vivimos es necesario encontrar fórmulas imaginativas que devuelvan a los ciudadanos su interés por la vida pública.
En esta línea, también vamos a contar con la intervención de un prestigioso experto que va a analizar este mismo proceso de desencanto al que me vengo refiriendo, en relación con el proceso de construcción de Europa. El euroescepticismo que se extiende por muchos sectores de las sociedades europeas también postula que reavivemos la ilusión por el futuro de ese gran proyecto europeo, que fue el ideal de grandes personalidades del siglo pasado como De Gasperi, Schuman, Adenauer, Spaak, Churchill y tantos otros políticos que sólo veían la posibilidad de una Europa grande y proyectiva desde su unidad. ¿Es fruto el euroescepticismo de una exagerada burocratización de las instituciones europeas y de la pérdida de los ideales utópicos que movieron a los constructores de Europa, hoy sustituidos por puras discusiones económicas y tecnocráticas? Es una pregunta que está en el aire, a la que es urgente responder.
Entre los conferenciantes, el cardenal Barbarin, una figura destacada de la Iglesia y un pastor profundamente comprometido con lo social
Así es. Al Cardenal Barbarin le corresponde la conferencia de apertura de esta sesión de las Semanas Sociales, y desde el primer momento los miembros de la Junta Nacional pensamos en él por muchas razones. Posee una gran formación en Filosofía, Teología y Sicología y una dilatada experiencia pastoral que ahora se desarrolla en la sede que rige, Lyon, y su papel en la Conferencia Episcopal Francesa es clave. Su diócesis constituye un microcosmos donde están presentes todos los desafíos con los que ahora se enfrenta el catolicismo europeo: una gran multiculturalidad (la Diócesis de Lyon tiene más de treinta párrocos de raza negra, por ejemplo), un amplio porcentaje de la población que se sitúan en ámbitos de laicismo alejado de la Iglesia, y los graves problemas económicos y sociales que la crisis ha planteado en toda Europa. Por si fuera poco, en Lyon se sitúa un núcleo importante del integrismo lefebvriano. Durante su pontificado en ella, Barbarin ha demostrado una gran capacidad de diálogo con sectores tan diversos y ha cosechado un prestigio enorme entre católicos y no católicos. Su metodología del diálogo y no de la imposición es un ejemplo para todos. O debería serlo.
¿Cuál será la quintaesencia del mensaje que va a dirigir usted a la Semana?
Normalmente, las palabras que dirige el presidente a la Semana tienen un carácter institucional y no constituyen una conferencia, pero sí que incide en algunas de las razones por las que se ha elegido determinada temática de las sesiones. Por ello, la intervención que desarrollaré en el discurso de apertura aludirá a tres fenómenos de la actualidad que dan sentido a esta Semana Social. Por una parte, una crisis del modelo de participación política, que nos muestra la necesidad de superar las escasas vías de participación de los ciudadanos en la vida pública que brinda la actual democracia parlamentaria, y nuestra obligación de buscar, con fuerza imaginativa, otros medios de vincular a la ciudadanía con el acontecer público. No se trata, en absoluto, de rechazar la democracia representativa, que constituyó un enorme avance social en los siglos XIX y XX y que sigue siendo un magnífico modelo de civilidad frente a cualquier tentación autoritaria, sino de descubrir nuevos cauces para crear una democracia verdaderamente participativa.
En segundo lugar, hay que poner de manifiesto que la actual crisis económica que sufre el mundo occidental es consecuencia de una previa crisis moral, porque no nos hallamos ante una crisis producida por escasez de materias primas o de alimentos, sino que vivimos los resultados de una dinámica de especulación financiera, de una cultura que abonó el enriquecimiento a toda costa a través de operaciones puramente bursátiles o especulativas, un proceso que llevó a muchos supuestos de eso que jurídicamente llamamos «enriquecimiento sin causa»; es decir, situaciones en las que el beneficio o el lícito enriquecimiento no ha sido fruto del trabajo o del esfuerzo, sino del juego con recursos económicos ajenos, usados por personajes y entidades que negociaban y traficaban con ahorros de gentes sencillas y trabajadoras. Previamente a la crisis económica netamente financiera, se produjo una crisis moral, presidida por el pecado capital de la avaricia.
En tercer lugar, daré voz a través de mi palabra a una realidad muchas veces ignorada: la gran tarea que la Iglesia, las iglesias, los grupos comprometidos han llevado a cabo en estos tiempos de crisis. Probablemente, si no hubiéramos contado con el tejido social de tantas personas que vienen trabajando desinteresadamente en la atención a marginados y desfavorecidos, las consecuencias de este tiempo de crisis económica hubieran sido más devastadoras, si cabe, en nuestra sociedad. Y eso hay que decirlo, sin orgullos oficiosos, pero como testimonio e información de una realidad que ha estado presente en nuestra sociedad.
¿Gana protagonismo la vertiente social de la fe con el impulso que recibe a menudo desde Roma por parte del Papa Francisco?
Yo no creo que el Papa Francisco suponga una ruptura espectacular con lo que ha venido siendo el comportamiento de la Iglesia a lo largo de su historia en el terreno de lo social. Probablemente, su metodología de lenguaje, directo, sencillo, llamativo a veces, tenga la virtud de calar más rápido en los medios de comunicación social y en las gentes que lo ven y escuchan. Pero, la preocupación de la Iglesia por los pobres y marginados es tan vieja como la misma Iglesia, y se remonta a los primeros textos cristianos, como los Hechos de los Apóstoles, donde ya vemos que existía toda una estructura sencilla pero eficaz de ayuda a los más pobres y marginados. A partir de ahí, la historia de la Iglesia, entendida como conjunto del Pueblo de Dios, ha sido una narración constante de iniciativas de calado social, desde la preocupación de un Juan Luis Vives por el tratamiento de la pobreza, la acción de personas como Bartolomé de las Casas en la protección de los nativos de las nuevas tierras descubiertas, o la cantidad de órdenes religiosas e instituciones que van surgiendo en el siglo XIX y cuya finalidad fue y sigue siendo la de atender a grupos sociales que quedaban excluidos de la acción de un modelo de Estado liberal en cuyas bases ideológicas no entraba la atención a la marginación social. Si se toma una manual de Historia de la Iglesia y se analiza la multitud de iniciativas que surgieron en el siglo XIX en el seno de la Iglesia veremos sus finalidades: educación de niños huérfanos o carentes de recursos, asistencia a enfermos mentales, atención a enfermos que no poseían cobertura social alguna, intervención humanitaria en conflictos bélicos (ahí está la acción del olvidado Papa Benedicto XV en la Primera Guerra Mundial), redención social y cultural en países de misión, etc. Por no hablar de la cantidad de documentos publicados en esta materia por papas como León XIII, Pío XI, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y la constante catequesis en temas sociales del actual Papa Francisco. Yo creo que el Papa Francisco no ha modificado la letra de las intervenciones de la Iglesia en materia social, sino que les brinda otra música, llena de cercanía y humanidad.
España sufre y llora, desde hace años, por la crisis. ¿Se hacen suficientemente eco los obispos del grito de dolor del pueblo?
Respecto de esta pregunta yo distinguiría dos ámbitos. Es verdad que muchos católicos españoles hemos echado en falta algún documento colectivo del Episcopado español que se pronunciara de forma conjunta sobre la crisis económica, sus causas, efectos y remedios, pero también es cierto que muchos obispos en el espacio de su iglesia particular han publicado cartas pastorales y documentos diocesanos sobre la crisis. Yo he leído varios, pero reconozco que me hubiera gustado que el pleno de la Conferencia Episcopal se hubiera pronunciado sobre este fenómeno de forma colectiva, como lo ha hecho sobre temas tales como la participación política, el derecho a la vida, la función de los seglares en la sociedad y la Iglesia, y tantas otras cuestiones que van llenando de publicaciones el anaquel de cualquier biblioteca. Creo que ha sido una ocasión perdida, pero me consta que algunos obispos hicieron lo posible para que un documento de esta naturaleza viera la luz. Al final, no salió.
¿No tendría que denunciar la jerarquía que el pueblo, y especialmente los más desfavorecidos, están pagando el plato roto del rescate a la banca y otros recortes de la política económica del Gobierno?
Esta cuestión creo que en gran medida conecta con la anterior, y en parte ya la he respondido. Como he dicho antes, esta crisis no ha sido parecida a las anteriores crisis que ha vivido la humanidad por escasez de alimentos, materias primas o encarecimiento del petróleo, sino que ha sido un proceso desenvuelto en los despachos de los «brokers», entidades financieras, bancos e intermediarios bursátiles. En cierto modo, ha sido una crisis artificial, sin causa profunda alguna, puramente especulativa, fruto de la crisis moral de una sociedad que puso hace años el enriquecimiento como norte, sentido y guía de la vida, una cultura que inundó a todos los ciudadanos que se dedicaron a especular con inmuebles o activos financieros en la medida de sus posibilidades económicas, que se endeudaron para consumir hasta extremos temerarios, animados por entidades bancarias que abrían el crédito sin garantía o prudencia algunas. Entre todos construimos un gran castillo de naipes que se ha derrumbado sobre nuestras espaldas.
Y, efectivamente, como siempre curre en estas situaciones, quienes más han sufrido las consecuencias de esta especie de sueño roto han sido quienes menos medios tenían para poner a buen recaudo sus recursos en el exterior o no poseían medios para su defensa jurídica. En este sentido, los episodios de pura corrupción que vamos conociendo coincidentes con el desenvolvimiento de la crisis económica constituyen un inaudito motivo de escándalo social, que está produciendo episodios de rechazo al sistema político y económico. De hecho, si no hemos presenciado episodios de más grave conflictividad social ha sido porque la propia sociedad, instituciones eclesiales, las familias y los recursos sociales del Estado han servido de colchón lenitivo en esta grave situación.
Hace poco el Papa denunciaba con nombre a la Thyssengrupp, una potente empresa alemana y su lógica de los beneficios. ¿Debería hacer la Iglesia española algo parecido?
No he leído la referencia expresa del Papa a esa empresa, pero comparto la idea de que el funcionamiento de las empresas no puede basarse en el puro beneficio. Es lógico que en la economía de mercado globalizada en la que vivimos las empresas trabajen para obtener beneficios, pues sin ellos no subsistirían ni la economía funcionaría, pero, de acuerdo con la reiterada Doctrina Social de la Iglesia, el beneficio no puede obtenerse a costa de todo, sino que el respeto a los derechos de los trabajadores, a la dignidad humana de quienes participan en el proceso productivo, ha de ser la base ética de cualquier actividad económica. De hecho, no pocos estudiosos de la ética han publicado entre nosotros en los últimos años trabajos relevantes en los que ponen de manifiesto hasta qué punto un buen ambiente social en el seno de la empresa, una buena práctica de incentivos sociales, la vinculación de los trabajadores a la propia dirección empresarial provoca resultados positivos para la propia empresa, al propio tiempo que genera un ámbito de trabajo más humanizador.
¿Comparte la afirmación del Papa de que «con el trabajo no se juega»?
Totalmente. Soy de los que piensan que el trabajo no es un castigo, sino un medio de crecimiento humano cuando la persona desarrolla su actividad laboral en un espacio donde puede plasmar su vocación, sus habilidades y aptitudes, cuando puede sumar su labor a la de otras personas con las que convive y juntos afrontar un proyecto común. Lo que es dramático y terrible no es trabajar, sino estar en el paro y sentir que la propia vida no sirve para nada, no tiene utilidad alguna para los demás y para la sociedad, que no se nos permite poner en práctica nuestras potencias humanas, que no somos autónomos, sino que dependemos de otros hasta en las necesidades más perentorias.
¿Hay esperanza para los pobres y parados en medio de la crisis que estamos sufriendo?
Coincido totalmente con Charles Péguy cuando en su obra «El pórtico del misterio de la segunda virtud» eleva la categoría de la virtud de la esperanza a primera virtud cuando escribe lo siguiente, poniéndolo en boca del mismo Dios: «La esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza». A lo largo de la historia, el ser humano ha vivido embates terribles en forma de guerras, epidemias, crisis de todo tipo y de todas estas situaciones hemos sido capaces de salir adelante, pero para lograrlo es preciso que cada persona sea capaz de no perder ese impulso que nos mantiene vivos y activos, expectantes, abiertos hacia el mañana y en constante búsqueda de sentido, porque toda vida tiene sentido, un valor ontológico único, sea cual sea la situación por la que se atraviese. Esa fuerza que nos ha de mantener vivos y en vela es a la que el autor citado llamaba esperanza, que nos puede asistir a todos, ricos y pobres, parados y activos, que hemos de regar cada día. En el fondo de nuestra fe cristiana, ¿no vivimos de la afirmación de que Cristo vino a redimir a cautivos, alimentar a hambrientos, a vestir a desnudos? ¿No es esa una razón para que vivamos en esperanza y la transmitamos con nuestra vida, ejemplo y ayuda a quienes hoy padecen por cualquier causa?