“Con el Papa Francisco, el carisma se ha instalado en la cabeza de la Iglesia”
(José Manuel Vidal).- La cultura y la fe en diálogo abierto y sincero. Entre uno de los mejores filósofos españoles, Javier Gomá, director de la Fundación Juan March, y uno de los más reconocidos obispos misioneros, Juan José Aguirre, obispo de Bangassou (Centroáfrica), moderados por el decano de Humanidades del CEU, José Francisco Serrano. En una gozada de intercambio entre la teoría de la ejemplaridad del pensador y la praxis de la entrega absoluta y misericordiosa del prelado español.
Presentado por Serrano como el «pensador español con un sistema de referencia», Javier Gomá es de los pocos pensadores actuales que se proclama abiertamente católico y que es capaz de establecer desde la cultura un diálogo con el cristianismo y la Teología. El filósofo comenzó reconociendo que era consciente de encontrarse en inferioridad en el coloquio. «Porque la mudez de la palabra debe ceder ante la elocuencia del ejemplo». En este caso, ante el ejemplo misionero.
Gomá argumentó, de entrada, que «la figura de Jesús está prácticamente ausente de la reflexión filosófica de los últimos siglos». A su juicio, sin embargo, la figura del que él llama «el galileo», reúne dos cualidades excepcionales: la ejemplaridad y la esperanza. «La ejemplaridad produce deseos de conversión y la esperanza, alegría».
Consciente de la fecundidad de «el galileo», Gomá desea que la Iglesia, además de proclamar la esperanza del Evangelio y ofrecer los sacramentos, insista en la caridad, porque «ésta es la mejor apología de la Iglesia». Y las instituciones que mejor encarnan esta categoría en la institución son, lógicamente, Cáritas y los misioneros. «El misionero, como un nuevo galileo, transmite la ejemplaridad de Jesús e invita a la conversión y a la esperanza». El misionero como encarnación de «lo heróico y de lo sublime».
Una ejemplaridad que, según el filósofo, «no es ñoñería ni conformismo, porque donde hay ejemplaridad, hay conflicto». Y es que, a una persona ejemplar «o se la imita o se la odia, como al galileo amado y odiado a partes iguales».
Y de hecho, Jesús, en contra de la «imagen blanda y bienpensante que se nos ofrece de él, a veces», no fue «un profeta de maneras dulces». Al contrario, fue tremendamente duro y castigó con palabras e insultos a los líderes religiosos de su tiempo.
«Déjate querer»
Monseñor Aguirre rellenó el marco conceptual del filósofo con sus propias vivencias de misioneros en Centroáfrica desde hace 34 años y obispo desde hace 16. «Déjate querer», le dijo un compañero cuando llegó por vez primera a África. Y eso es lo que intenta hacer desde entonces.
Y el obispo fue presentando distintos tipos de misioneros con una característica en común: «Todos damos nuestra vida, gota a gota, porque creemos que todo hombre es nuestro hermano«. Hay misioneros itinerantes o misioneros «con corazón de niños». También hay misioneros en medio de guerras, porque «cuando viene el lobo, el pastor no puede irse; es cuando la gente nos necesita más». Porque, «cuando se apagan todas las luces, las de la iglesia siguen encendidas».
A su juicio, los misioneros evangelizan «con el silencio y la consolación, secando sus lágrimas», viviendo y compartiendo «un volumen de sufrimiento enorme». Y, a veces, este sufrimiento se torna noche oscura del alma y sequedad espiritual. Misioneros que siempre tienden la mano: a las madres que abortan tras ser violadas y a las que tienen sus hijos a pesar de todo; incluso a los que matan en nombre de Dios, como los yihadistas.
Y la vida expuesta por monseñor Aguirre suscitó ecos en el filósofo Javier Gomá, que resumió sus sentimientos. El primero es que que «el exceso de ejemplaridad se proyecta en los misioneros, que arriesgan sus vidas». El segundo, comprobar que «un misionero sólo puede serlo, si es místico». Y es que, «sin mística, la sobreabundancia del dolor y del mal, conduce a una sequedad insuperable». Y adujo, como prueba, el caso de Madre Teresa y sus 40 años de sequedad.
La tercera idea es que lo que convierte el corazón de la gente es ésta pregunta o alguna similar: ‘¿Y tú, por qué haces esto?’. Y profundamente interrogado por el testimonio del obispo, el filósofo quiso plantear al obispo preguntas como éstas: ¿Cómo se ve al Occidente egoísta e insolidario desde África?, ¿África tiene solución?, ¿se ve con rabia desde África la opulencia, el cinismo y el materialismo de Occidente?, ¿qué opina de las fronteras y de las vallas con cuchillas, que ponemos a los emigrantes?
Y el obispo contesta a alguna de ellas. «África es un continente apetitoso por sus materias primas y, de hecho, Occidente ve a África con ojos de depredador«. Mientras, en África «la esperanza de vida es de 48 años y la gente come sólo una vez al día». Por eso, los misioneros unen la evangelización con la promoción. Y con el reconocimiento de la gente, porque «saben y agradecen que demos nuestra vida por ellos».
Papa Francisco, «el carisma, en la cabeza de la institución»
El moderador pregunta a ambos ponentes su opinión sobre el Papa Francisco. El filósofo Gomá dice, de entrada, que «despierta su simpatía y «es un fenómeno que define su carácter singular». Porque, «la Iglesia suele incurrir a veces en un exceso de conservadurismo», como hace un padre para mantener el orden entre sus hijos. «La Iglesia tiende a convertirse en institución y a fosilizarse, pero surgen siempre personas carismáticas que chocan con su poder temporal». Es la clásica tensión entre institución y carisma.
Lo interesante, en este caso, es «que, con el Papa Francisco, el carisma se ha instalado en la cabeza de la Iglesia«. Y añade: «Francisco tiene algo de contra institucional, que produce la paradoja de la renovación en la cabeza de la institución». Además, «su lenguaje es fecundo y su mensaje suena veraz y tiene una profunda capacidad de movilización».
Por su parte, monseñor Aguirre, glosó los gestos, a su juicio, más llamativos de este «papa estupendo», como su visita a Lampedusa o el hecho de lavarle los pies a una musulmana en la cárcel de Roma.
La jerarquía española
Preguntados ambos ponentes por el papel de la jerarquía española ante el sufrimiento y el dolor provocados por la crisis, el filósofo puso el acento en que «la Iglesia debería distanciarse de una manera radical de la dinámica amigo-enemigo de la política«. Esa dinámica, según Gomá, perjudica a la institución, mientras «sale reforzada con Cáritas y con su lenguaje tumbativo», porque «compasión, ternura y misericordia conforman un lenguaje triunfador».
Aguirre reconoce lo mucho que para aliviar el sufrimiento de la gente está haciendo ya la Iglesia española, pero le pide «salgan en ella más profetas que denuncien los oropeles y vayamos a los pobres y encontremos nuevos gestos y nuevas formas de tender la mano».
El coloquio terminó con el Padre Nuestro, rezado con suma unción, por monseñor Aguirre. Y con un aplauso que nos salió del alma a los presentes. Ovación para la lucidez conceptual de un filósofo que practica un catolicismo no vergonzante y para la vida entregada, gota a gota, por el obispo enamorado de África, que está deseando jubilarse, para pasar sus últimos días en un leprosario. Gomá, el filósofo con agallas en un mundo que desprecia o infravalora lo religioso. El obispo Aguirre, que encarna esa iglesia «hospital de campaña» que pide el Papa. Dos creyentes samaritanos.