“Para muchos cristianos, la ley y el orden son más evangélicos que el propio Evangelio”
(José Manuel Vidal).- Con Ceuta, Mellila, Lampedusa…en el corazón. Arropados por la presencia del nuevo arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, se reunieron anoche en la parroquia de los Jerónimos de Madrid los tres profetas de las vallas y de las concertinas: El arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, el secretario de la comisión de Migraciones de la CEE, José Luis Pinilla, y el Padre Ángel. Para lanzar, de nuevo, un grito de denuncia a los políticos que no respetan la «dignidad» de las personas inmigrantes ni reconocen sus derechos humanos.
Noche de gala en la parroquia madrileña de San Jerónimo el Real, que recibía a monseñor Osoro, para presidir la primera sesión del Foro Cristianismo y Sociedad, organizado por Justicia y Paz de Madrid, la Parroquia y la Fundación Crónica Blanca de Jóvenes Comunicadores, con una mesa redonda bajo el título ‘Lampedusa, Ceuta ¿Cuál será la siguiente? Dignidad de la persona y emigración’.
El nuevo arzobispo atrae a la gente y la iglesia estaba llena ya para la misa previa. En su homilía, el prelado madrileño, imitando al Papa Francisco, recordó a los fieles tres palabras para la fiesta de Todos los Santos: «Contemplar, vivir y anunciar». Porque «debemos ser consuelo de nuestros hermanos que sufren«.
Y, después, añadía que «el Evangelio vivido sea un Evangelio que sale a los caminos del mundo, a los lugares donde está padeciendo la gente». Con el Evangelio, la Iglesia puede «hacer frente a la economía que excluye, a la idolatría del dinero que ya no sirve al hombre» y a «todas las nuevas esclavitudes».
En la posterior rueda de prensa, moderada por el periodista argentino Esteban Pittaro, premio Juan Pablo II de Comunicación 2014, intervinieron el profesor del departamento de Sociología y Trabajo de la Universidad Pontificia de Comillas, Pedro Cabrera; el director del secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, José Luis Pinilla, y el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo.
Cabrera presentó el mapa actual de la desigualdad e invitó a la «lucha global por la dignidad del ser humano». Con dos datos concretos. Primero, que la renta per capita media de África es de 500 euros frente a los 24.000 de la de España después de la crisis. Y segundo que un africano, que emigra con su familia a España, le está ofreciendo a sus hijos 30 años más de vida.
«¿Cómo es posible que no vengan más?«, se preguntó. A su juicio, no lo hacen porque «a cada uno le gustan los suyos, su tierra, su familia, el lugar donde es conocido y querido». Lo que queda claro, en todo caso, con multitud de datos es que «la magnitud de la desigualdad y de la inequidad es brutal». Por eso pidió no ya «el sueño de una sociedad justa», sino, al menos «el de una sociedad decente, en la que las instituciones no humillen a sus miembros».
A continuación, intervino el director de la comisión episcopal de Migraciones, José Luis Pinilla. En una vibrante intervención, el jesuita enunció una serie de derechos- deberes y tres contemplaciones. Entre los primeros, «el derecho a no emigrar, el derecho a emigrar, el deber de cooperación internacional, el deber de hospitalidad o el deber de pasar de la acogida a la integración».
Pinilla denunció que «las disposiciones legales españolas atentan contra el derecho a la hospitalidad«, al tiempo que reconocía el derecho del Estado a regular los flujos migratorios, pero salvaguardando el principio de la dignidad humana». Y, en este sentido, aseguró que «las devoluciones en caliente están en contra de los derechos humanos».
En una de sus contemplaciones, Pinilla recordó la célebre foto de los emigrantes encaramados en la valla y la gente, al lado, jugando al golf. A este respecto aseguró que «Melilla tiene derecho a vivir sin vallas, como una ciudad de acogida» y volvió a denunciar que las expulsiones en caliente «son ilegales».
Por último, Pinilla aseguró que «los emigrantes no son causantes, sino las primeras y mayores víctimas de la crisis». Al contrario, «el emigrante es un enriquecimiento para la sociedad y para la Iglesia».
La última intervención corrió a cargo del arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo. En su testimonio el obispo franciscano comenzó asegurando que, desde su experiencia vital, «la política migratoria de la UE, de España y de Marruecos condena a miles de personas a la muerte«. Y a las que no mueren, «a la exclusión, a la enfermedad, a la esclavitud o a la prostitución».
En una diócesis de frontera como la suya, las eucaristías también son de frontera, con muchos subsaharianos que se acercan a la Iglesia en «busca de esperanza y consuelo». Y «en la Iglesia encuentran ayuda y acogida, pero sobre todo familia, casa y ternura».
Porque, a juicio de monseñor Agrelo, «la Iglesia no puede limitarse a rezar por los que mueren» y tiene que proclamar la denuncia profética que brota espontánea de la Palabra de Dios. Una Palabra que, por supuesto, suena distinta en una catedral que en una patera.
Una Palabra de Dios que pone en evidencia, por ejemplo, que «para muchos cristianos, la ley y el orden son más evangélicos que el propio Evangelio«. Por eso, el prelado norteafricano, de origen gallego, denunció, una vez más, con ejemplos impactantes, «la indiferencia de la sociedad ante la muerte de los pobres».
Agrelo concluyó su intervención con una referencia a un reciente video grabado por PRODEIN, en el que se ve como la Guardia Civil apalea a un emigrante que intenta saltar la valla hasta dejarlo inconsciente y, así, sin atenderlo, lo pasan al otro lado de la valla y los entregan a la policía marroquí, siempre inconsciente y sin atención alguna.
«Si éste es el icono de nuestra sociedad, estamos ante una sociedad muy enferma». Por eso, terminó diciendo: «Necesitamos a los emigrantes para que nos salven y nos curen». Y en los Jerónimos resonó una sentida ovación. Quizás para reparar simbólicamente y pedir perdón a Dios por el maltrato a sus hijos en las vallas de Ceuta y Melilla.
Monseñor Osoro, que no había dejado de tomar notas durante toda la mesa redonda, abrazó a monseñor Agrelo y le dijo: «Gracias, Santiago. Que Dios bendiga tu hermoso servicio en la frontera. Cuenta conmigo y con la ayuda de la diócesis de Madrid«.