Conocidos los niveles de consumo y de fiesta que se han dado esos señores, podemos concluir, con mucha lógica, que la ambición de euros ha sido tan inagotable como la rienda suelta que han dado a sus placeres
El Obispo de Ciudad Real, Antonio Algora, ha aprovechado la Carta Pastoral que los domingos se reparte en las diferentes parroquias de la diócesis para criticar el uso que algunos dirigentes políticos han hecho del dinero del Estado.
En su pastoral, Algora ha asegurado que los ciudadanos de las sociedades occidentales tienen motivos para estar «hundidos y desmoralizados», porque el panorama social, ha asegurado, «no es precisamente halagüeño, tanto en el contexto más próximo de las familias o los barrios como en lo más global del terrorismo, del panorama de muerte y destrucción» al que las personas se «están acostumbrando».
Algora se ha referido a los datos que el mes pasado se publicaban del Informe que elabora FOESSA, la Fundación de Cáritas que, ha asegurado, ponían de manifiesto los datos «terroríficos» de la pobreza.
Datos, ha comentado, que se publicaban a la vez que se conocía «la vida que llevaban algunos dirigentes políticos con los dineros del Estado, con esos dineros que deberían haber servido para pagar los servicios sociales que suavizan las pobrezas de muchos».
Con todo y ante el enfado social, la indignación y la ira que se ha provocado, ha advertido de que puede que el problema se reduzca a lo económico «y, una vez más, al dinero que unos derrochan y otros necesitan para sobrevivir», si bien ha pedido que el planteamiento no se encierre «en los estrechos márgenes de lo meramente económico».
Precisamente, ha apuntado que «conocidos los niveles de consumo y de fiesta que se han dado esos señores, se puede concluir, con mucha lógica, que la ambición de euros ha sido tan inagotable como la rienda suelta que han dado a sus placeres».
Por eso, ha advertido, el hundimiento y la desmoralización de la sociedad «es mucho más honda».
¿Hundidos… desmoralizados?
Motivos tenemos en nuestras sociedades occidentales para estar hundidos y desmoralizados. El panorama no es precisamente halagüeño, tanto en el contexto más próximo de nuestras familias o nuestros barrios como en lo más global del terrorismo, del panorama de muerte y destrucción al que ya nos estamos acostumbrando. Lo más llamativo del mes pasado es que, a la vez que se publicaban los datos del Informe que elabora FOESSA, la Fundación de Cáritas, y lo terrorífico de los datos de la pobreza, conocíamos la vida que llevaban algunos dirigentes políticos con los dineros del Estado, con esos dineros que deberían haber servido para pagar los servicios sociales que suavizan las pobrezas de muchos.
Con todo y ante el enfado social, la indignación y la ira que se ha provocado, quiero advertir que nos puede llevar a reducir el problema a lo económico, y, una vez más, al dinero que unos derrochan y otros necesitan para sobrevivir; no nos debemos encerrar en los estrechos márgenes de lo meramente económico. Precisamente, conocidos los niveles de consumo y de fiesta que se han dado esos señores, podemos concluir, con mucha lógica, que la ambición de euros ha sido tan inagotable como la rienda suelta que han dado a sus placeres.
Por eso, nuestro hundimiento y nuestra desmoralización es mucho más honda, tocamos los límites de un ser humano insensible a lo que está pasando, a estar ciegos a las necesidades primarias de alimento, salud y vivienda de millones de personas. Y, desde arriba y desde abajo ver cómo se sueña, por lo mismo, en creer que la solución de los problemas está en esa misma realidad material, en los dineros.
Abrimos, en este domingo, en la Iglesia, los días de Adviento. Sabemos quien viene a nosotros en la Navidad. Nace Dios, creemos, es el Hombre nuevo. El Rey del Universo que construye el Reino de Dios. Lo hace viniendo a nosotros como un frágil y pequeño bebé, retoño nuevo de la raza humana caída, ciertamente, por el pecado a lo más hondo de la miseria y de la muerte que nos producimos. Por eso, este tiempo de Adviento tiene el sello de la urgencia, del arrepentimiento y de la esperanza.
Se hace urgente cambiar, démonos prisa en preparar el camino al Señor. Sabemos que viene a nosotros para hacer un mundo nuevo de justicia, amor y paz, de verdad, santidad y gracia, nos trae la vida nueva. Hemos de acomodar la casa reedificando estos muros caídos y desalojando todo lo que se ha mostrado viejo y caduco y que nos ha llenado de suciedad y abandono de los más pequeños de la casa.
He dicho arrepentimiento y no remordimiento. No se trata de darnos mal porque somos malos, sino de mostrar nuestro pesar a Dios, al Padre de la misericordia que nos da esa sabiduría del arrepentimiento que nos construye por dentro, que nos hace crecer en las convicciones más profundas y en la experiencia de por dónde van las salidas de las calles que nos cortamos anteriormente.
Esperanza, sí, esperanza que viene a nosotros de Nuestra Señora esperando el nacimiento de su Hijo, pues en nadie más tiene futuro la raza humana. Santa María del Adviento, nos ponemos junto a su regazo para acompasar nuestro latido vital al de su corazón acoplado a los planes de salvación de nuestro Dios.
Vuestro obispo,
† Antonio.
(Rd/Agencias)