En la rosa de sucesores, los obispos Vives y Taltavull y el abad de Poblet, José Alegre
(José Manuel Vidal).- Es el obispo-comodín del Papa Francisco, que lo acaba de nombrar miembro de la «fábrica» de prelados del Vaticano, la congregación de Obispos. Pero a Juan José Omella, obispo de La Rioja, le esperan premios o servicios mayores. Con casi total probabilidad, el Papa le nombre arzobispo de Barcelona el próximo mes de febrero. Un obispo sencillo y social, al estilo Francisco, para suceder al cardenal Martínez Sistach, que cumplirá los 78 años (tres de prórroga) el próximo mes de abril.
El actual prelado de La Rioja cuenta con muchas y potentes bazas para ser el nuevo arzobispo barcelonés. De sólida formación intelectual, siempre ha estado alineado en el sector «social» del episcopado. Es decir, entre los obispos convencidos de que la Iglesia debe ser, ante todo, samaritana. Este tipo de pastores, desde la llega al solio pontificio del Papa Francisco, tiene el viento a favor, no en vano Bergoglio quiere una Iglesia «hospital de campaña».
Tampoco le podrían poner pegas en Barcelona por la cuestión lingüística. Omella nació y se crió en Cretas, un pueblo de Teruel, donde se habla perfectamente el catalán, una lengua que el obispo nunca ha olvidado y que habla con soltura, siempre que tiene ocasión. Amén de dominar también el francés y el italiano.
Eso sí, necesitaría una rápida inmersión en los entresijos de la sociedad catalana. Desde la prensa a los intelectuales, pasando por políticos, teólogos, fundaciones y asociaciones. Es decir, integrarse a fondo en el tejido social y eclesial catalán, requisito imprescindible para que para que Omella sea plenamente acogido en Barcelona, cuente en la sociedad catalana y lidere con garantías la conferencia episcopal tarraconense.
Algo relativamente fácil para un prelado que está adornado con muchas y variadas cualidades personales. Omella es un pastor sencillo, cercano, afable, de los que buscan las distancias cortas y pisar barro. De los obispos-pastores y servidores de la comunidad que tanto gustan al Papa. No en vano fue párroco y hasta misionero (estuvo un año en el Zaire), antes de ser vicario general de Zaragoza, para pasar a obispo auxiliar de la sede del Pilar en 1996.
Por poco tiempo, porque el 27 de octubre de 1999 fue nombrado obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón, de la que tomó posesión el 12 de diciembre de 1999. Cinco años después, el 8 de abril de 2004, pasa ya a ocupar una diócesis importante, la de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Además de su experiencia y de su excelente recorrido pastoral, tiene «padrinos». Omella es amigo personal de dos de los cardenales más cercanos del Papa, el también turolense cardenal Santos Abril, arcipreste de la Basílica romana de Santa María la Mayor, y del cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga, moderador del G-9 y probable presidente del nuevo dicasterio romano de ‘Justicia y Caridad’, que se pondrá en marcha tras la reforma de la Curia vaticana. Y no sólo eso. Omella conoce personalmente al Papa, desde su época de arzobispo de Buenos Aires y mantiene una estrecha relación con él.
Además de esos apoyos externos, Omella puede presumir (aunque nunca lo haga) de contar con buen predicamento incluso entre sus compañeros obispos. De hecho, fue elegido por sus pares presidente de la comisión de Pastoral Social. Y, recientemente, de Roma le llegaba otro espaldarazo: el nombramiento de miembro de la comisión de Obispos, la fábrica romana, dirigida por el cardenal Ouellet, donde se cuecen todos los nombramientos episcopales del mundo.
Hasta ahora no era habitual que un simple obispo formase parte de esa potente comisión. Los últimos miembros españoles en ella son dos cardenales: Santos Abril y Cañizares. Y de ella formó parte durante décadas el cardenal Rouco Varela.
El hecho de que Omella entre en ese sancta sanctorum es un claro guiño del Papa hacia el prelado riojano. Un guiño que podría esconder un aval de cara a su eventual designación como arzobispo de la Ciudad Condal.
Descartado en la pugna sucesoria barcelonesa, monseñor Jaume Pujol, arzobispo de Tarragona, que ha cumplido ya los 70 años, sólo quedarían en la carrera Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell y copríncipe de Andorra, el obispo auxiliar de Barcelona, Sebastiá Taltavull, y un ‘tapado’, el Abad de Poblet, José Alegre.
Contra Vives, juega precisamente el hecho de que sea copríncipe de Andorra, amén del sambenito que le colgaron los sectores más conservadores de ser demasiado nacionalista. Monseñor Taltavull es el preferido del clero y del laicado barceloneses, que le admira por su cercanía, sencillez y temple pastoral. Y, además, cuenta ya con experiencia y conocimiento de la realidad de la archidiócesis.
El Abad de Poblet, un aragonés que preside en la caridad, desde hace años, uno de los monasterios-símbolo de Cataluña, podría ser un buen mimbre para cosar un cesto tan delicado (y más en este momento) como el arzobispado de Barcelona. Francisco tiene la última palabra. Y la pronunciará con conocimiento de causa, porque conoce perfectamente al episcopado español y está pilotando su cambio con astuta y sabia determinación.