Bergoglio quiere mostrar a los obispos españoles cuál debe ser el perfil de pastor en el actual momento histórico: hombres cercanos a sus fieles, que sepan escuchar, tender puentes y que se implique de lleno con los descartados de la sociedad
(Jesús Bastante).- Sucedió el 26 de junio de 2005. Una semana después de que una veintena de obispos salieran a la calle, por primera vez en la historia democrática de nuestro país, para manifestarse contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero por la aprobación del matrimonio gay, el nuevo arzobispo de Barcelona, Juan José Omella (que no asistió a la manifestación) acudía a la marcha contra la pobreza. Este gesto define al hombre que este mediodía se convertirá, oficialmente, en el sucesor del cardenal Sistach al frente de la principal diócesis catalana: un obispo social, preocupado por los pobres y los descartados, y alejado de las tesis más reaccionarias del Episcopado español.
Y es que el nuevo arzobispo de Barcelona (Cretas, Teruel, 1946) es, junto a Carlos Osoro, el hombre del Papa Francisco en España. No en vano Bergoglio lo designó hace pocos meses miembro de la Congregación de Obispos. Su nombramiento marca el deseo del Papa de que la Iglesia catalana mantenga una posición no partidista ante el proceso independentista en el país, sabedor de que, sea cual sea el resultado final, seguirá habiendo fieles a los que pastorear.
No obstante, quienes conocen a Omella lo definen como un hombre sensible a la cuestión catalana, que conoce el catalán (nació y se crió en la zona de la Franja aragonesa). «Es un pastor abierto, ponderado, que conoce la situación y que no viene con prejuicios anticatalanistas», asegura un eclesiástico que ha estado muy cerca del nombramiento, que ha contado con la tutela, y el visto bueno, del cardenal Sistach.
Pese a todo, su designación ha sorprendido, y mucho, a importantes sectores de la Iglesia catalana, que consideraban que, en la actual situación, el candidato natural era el arzobispo de Urgell y copríncipe de Andorra, Joan Enric Vives, o el obispo auxiliar de Barcelona, Sebastiá Talltavull. Extraoficialmente, la designación ha caído como un jarro de agua fría en sectores cristianos del Govern, quienes hasta última hora intentaron interceder ante la Santa Sede para que el designado fuera un eclesiástico catalán.
No lo va a tener fácil monseñor Omella. La actual situación en Catalunya, inmersa en un procés de consecuencias impredecibles, no favorece la presencia de un «extraño». Aunque habla y entiende el idioma, el nuevo arzobispo de Barcelona no es catalán, y sus primeros pasos serán analizados con lupa tanto desde la Generalitat como desde Madrid. Los más veteranos recuerdan las dificultades que tuvo el cardenal Marcelo González Martín cuando fue impuesto por el franquismo en los años sesenta, y no quieren que la historia se repita.
Por contra, el nuevo obispo tendrá a su favor el absoluto apoyo del cardenal saliente, Lluís Martínez Sistach, y del propio Papa Francisco, quien ha apostado fuerte por monseñor Omella. Con este nombramiento, Bergoglio quiere mostrar a los obispos españoles cuál debe ser el perfil de pastor en el actual momento histórico: hombres cercanos a sus fieles, que sepan encontrarse con todos, escuchar antes de tomar decisiones , que sepa tender puentes (algo imprescindible hoy en Catalunya) y que se implique de lleno con los descartados de la sociedad. Y en esto Omella es uno de los líderes entre los obispos españoles.
A su pluma se debe la publicación de la última instrucción pastoral de la CEE, «Iglesia, servidora de los pobres», el primer texto de la etapa post-Rouco y en la que los obispos quieren profundizar en el servicio a los más desfavorecidos de la sociedad, cambiando así el eje de la política episcopal de las últimas décadas, basada en la condena, la prohibición, y una excesiva obsesión por la doctrina sexual y el manejo del poder.
En los últimos meses, el obispo ha presentado el documento en varias provincias, reclamando a los partidos políticos, especialmente de cara a las próximas generales, un pacto de Estado que «deje a un lado la ideología y los partidismos» para «trabajar de forma conjunta y con otras asociaciones y entidades para lograr un pacto social, en el que puedan participar todos y no se aísle a nadie».
Junto con su labor social, monseñor Omella se ha convertido en el punto de conexión entre el Papa Francisco y España, especialmente en las cuestiones más delicadas. Así, el futuro arzobispo de Barcelona ha tenido un papel destacado en la gestión de algunos de los últimos escándalos relacionados con los abusos a menores, especialmente los acontecidos en Granada -el famoso «caso Romanones»- y en el del menor víctima de presuntos abusos en el colegio Gaztelueta, propiedad del Opus Dei en Bizkaia.
Breve reseña biográfica
El nuevo arzobispo de Barcelona estudió en el Seminario de Zaragoza y en Centros de Formación de los Padres Blancos en Lovaina y Jerusalén. El 20 de septiembre de 1970 recibió la ordenación sacerdotal y empezó a trabajar como coadjutor y como párroco, informa Efe.
Entre 1990 y 1996 fue Vicario Episcopal en la diócesis de Zaragoza. Ese año fue nombrado obispo auxiliar de Zaragoza y tres años más tarde pasó a ser obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón.
Entre 2001 y 2003 fue Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca, hasta que el 8 de abril de 2004 fue nombrado obispo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Es miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social desde febrero de 2002 y con anterioridad, desde 2000 fue presidente en funciones de esta misma Comisión.