Miguel es un padrazo y está enamoradísimo de su mujer. No he visto un hombre más enamorado de su mujer
(José Manuel Vidal).- Tras 17 meses de silencio absoluto, las superioras de las «miguelianas», Ivana Lima e Iria Quiñones, abren su corazón. Absolutamente convencidas de la inocencia de Feliciano Miguel Rosendo, niegan cualquier abuso sexual del que definen como un «padrazo y un marido ejemplar», al tiempo que señalan al capellán de Orden y Mandato, Isaac Vega, como el instigador de toda esta «trama de calumnias». Con el silencio cómplice del obispo de Tui-Vigo, monseñor Luis Quinteiro.
Ivana Lima, la madre general, tiene 40 años, es auxiliar de enfermería y conoce a Miguel desde los once. Iria Quiñones, vicaria general, es psicóloga, ha estudiado Ciencias religiosas, tiene 37 años y conoce al fundador desde los 16. Ambas llegan a la entrevista, que se celebra en Madrid, vestidas de calle, aunque se siguen sintiendo «consagradas» y viven como tales.
No parecen atormentadas. De entrada, transmiten serenidad, sosiego y paz, con la sonrisa siempre en la boca. A pesar del calvario que están pasando desde hace casi dos años y de que su líder y fundador, Feliciano Miguel Rosendo, siga encarcelado en la cárcel coruñesa de Teixeiro, a la espera de juicio por «asociación ilícita» y «abuso sexual».
Las dos proceden de familias «alejadas» de la Iglesia y de la fe, conectaron con Miguel y entraron a formar parte del grupo de gente que se movía a su alrededor. «En mi casa sólo se iba a misa en los entierros y el domingo de Ramos», dice Iria. Fue su madre la que la llevó a ver a Miguel, porque era tan introvertida, que se escondía detrás de las columnas, para que nadie la viese. Desde entonces, entraron a formar parte del grupo de los miguelianos, «porque allí se respiraba una ambiente alegre, de familia y se estaba tan a gusto que me sentía feliz». Tanto que, con el paso del tiempo, decidió hacerse «consagrada».
La familia de Ivana Lima también estaba muy alejada de la Iglesia. «No éramos una familia practicante; más bien una familia desestructurada, con mis padres a punto de separarse. Yo no amaba mi vida a los once años. Mi madre acudió a Miguel en busca de ayuda y, por vez primera, me encontré con un hombre de Dios, que lo primero que me dijo es que Dios me amaba, cuando yo pensaba que estaba en las nubes y que se había olvidado de mí».
Cuenta Ivana que, tras ese encuentro, Miguel consiguió que siguiese estudiando y recuperando sus valores y las ganas de vivir, al tiempo que «sacaba a mi familia y a otras muchas del tarot, de la cartomancia, de los curanderos y de las brujas, y las llevaba a Dios». Pasaron los años en medio de catequesis, reuniones y ensayos de un grupo musical e Ivana decidió consagrarse a Dios en Orden y Mandato, en una peregrinación al santuario de Fátima. Poco después, monseñor Diéguez Reboredo, entonces obispo de Tui-Vigo «aprobó este nuevo camino de vida consagrada dentro de la Iglesia».
«Nunca he visto un hombre más enamorado de su mujer»
Desde entonces, las dos monjas conviven con Miguel y siguen su carisma. De ahí que les duelan especialmente las acusaciones de «abusador». «Miguel está casado y tuvo tres hijos: un hijo y dos gemelas, una de las cuales murió y la otra está en silla de rudas. No sólo es un padrazo, sino que está enamoradísimo de su mujer. Yo no he visto un hombre más enamorado de su mujer», explica Ivana.
Y cuenta que ese amor le llamaba muchísimo la atención, porque, en aquel momento, sus padres estaban en proceso de separación. «Cuando veía el amor de Miguel y Mary pensaba que era posible que un matrimonio funcionase y se quisiese. Les veía como un ejemplo, como una referencia«.
Quizás por eso, a Ivana se le viene a la mente lo que tiene que estar pasando la esposa de Miguel. «Está viviendo todo lo que se está diciendo de su marido con mucho dolor y sufrimiento, pero también con muchas ganas de que le den la oportunidad de defenderse y de defender a su marido, porque está absolutamente convencida de la inocencia de su esposo».
Las dos, Ivana e Iria, aseguran al unísono que «jamás» vieron ni escucharon nada sobre los presuntos abusos de Miguel. Iria explica: «Es imposible que todo eso haya ocurrido sin que nadie se diese cuenta. En la casa de Mougás, descrita ahora como la de los horrores, vivíamos mucha gente en un espacio muy pequeño. Esconderse allí de algo era imposible. Y mucho menos, durante diez años. Allí no era posible que te metieses el dedo en la nariz sin que se enterasen los demás».
Además de desmentir las acusaciones de abusos, las dos superioras miguelianas señalan al capellán de orden y Mandato, Isaac Vega Arribas, perteneciente a la Hermandad sacerdotal de la Santa Cruz (asociación presbiteral próxima al Opus Dei), como el culpable directo de lo que llaman «un montaje». Describen al ex capellán como un hombre «iracundo, engreído, prepotente y lujurioso».
Más aún, le acusan de manipular las conciencias de algunas de sus hermanas, a las que decía que «no tenían que obedecer a las superioras», a través de la dirección espiritual, que todas las consagradas estaban obligadas a llevar con él e, incluso, presionándolas en la confesión.
«Miraba a las monjas con lujuria»
Según Ivana, el capellán «puso en duda la vocación de mi hermana Sandra y no me gustaba cómo la trataba. Si tengo que definirlo con una palabra, diría lujuria. La trataba como a una mujer del mundo, no como a una consagrada». Y añade: «No me gustaba la actitud de Isaac con las mujeres. Veía lujuria en él. Yo pensaba que era el demonio que me tentaba para que pensase mal de él…Un día se lo dije a Miguel y me contesto: ‘Su alma sacerdotal está en peligro. Ivana, por favor, ayúdame».
Otro episodio desconcertante en la vida del capellán lo narra así Ivana: «Una vez fuimos a casa de Isaac de Vega, le vaciamos la habitación para limpiar y encontramos una tableta entera de hachís. Él nos dijo que se lo había dado un preso. En aquel momento, me lo creí».
Tanto Ivana como Iria acusan al cura de relacionarse especialmente bien con los narcos gallegos desde su cargo de capellán de la cárcel viguesa de A Lama. «Isaac decía que todos los viernes comía con los narcos. Y se reía. Todo estaba envuelto en sarcasmo y transmitía la sensación de que lo hacía para ayudarlos, pero a mí no me parecía normal», cuenta Ivana.
Iria precisa más aún la acusación: «Según nos contó la hermana Lorena María, la hermana que lo acompañaba en la pastoral penitenciaria, a quien más ayudaba era a los narcos, que son los que menos lo necesitan. Eso llamaba la atención y causaba conflictos, pero nadie se atrevía a decir nada. El se justificaba diciendo que los narcos eran ‘rescatables’. Curiosamente, los más rescatables para él eran siempre los narcos y alguna mujer guapa».
¿Comentaron las superioras estos comportamientos ‘irregulares’ con alguien? En principio, no podían hacerlo, porque «estábamos sujetas al sigilo de la dirección espiritual». Alguna vez Ivana se lo comentó a Miguel y éste lo puso en conocimiento de monseñor Quinteiro, que no hacía nada. Pero, la mayoría de las veces, nadie se atrevía a decir absolutamente nada. «El que mandaba en Orden y Mandato era Don Isaac, representante del obispo, monseñor Quinteiro. Miguel se limitaba a decir que había que ayudarlo. Isaac lo decidía todo, tanto a nivel material como espiritual».
¿Qué buscaba Isaac Vega en Orden y Mandato? Las dos superioras responden al unísono: poder. «Teníamos vocaciones masculinas y femeninas, con las que él se ponía las medallas ante el obispo y ante la Obra. Por poder, por celos y por envidia, quería apartar a Miguel y adjudicarse las vocaciones como mérito propio. Nos decía que, en el Opus Dei, cada sacerdote tenía que conseguir un número determinado de vocaciones».
Según el relato de las hermanas, cuando el capellán vio que no conseguía el control de Orden y Mandato, comenzó a manipularlo todo. Hasta las direcciones espirituales y la confesión. «A mí, en la confesión, comenzó a decirme que tuviese cuidado con Miguel, que era como el Maciel de los Legionarios. Y me lo decía en el confesonario, para que, atada por el secreto del sacramento, no se lo pudiese contar a nadie, pero utilizaba la penitencia no para hablar de mi alma, sino para malmeter contra Miguel».
Fue, entonces, cuando Ivana e Iría comenzaron a hacerle frente. «El venía tres o cuatro veces a la semana al convento. Y era constante la humillación a Ivana. Imagínese una comunidad en la que el capellán se pasa el día humillando a la superiora, diciéndola que levitaba o que era una ‘burra’, ante el escándalo de las demás hermanas», cuenta Iria. Y, al final, no tuvieron más remedio que ir a ver al obispo y contárselo todo.
Monseñor Quinteiro Fiuza, obispo de Tui-Vigo, «nos recibió, sacó el pectoral y dijo: ¿Quién es él para decir que vosotros no sois madres? ¿Quién es él para decir que esta obra no es de Dios? Como pastor les pido perdón, porque eso no es propio de un sacerdote». Más aún, «en una visita al convento, delante de su vicario general dijo: ‘Creo firmemente en la inocencia de Miguel y en la santidad de su obra, pero no puedo hacer nada».
Poco tiempo después, ordena una visita canónica a Orden y Mandato y nombra, para realizarla, a otro sacerdote del Opus «y amiguísimo de Isaac», Manuel Salcidos. Las monjas están convencidas de que su visita «fue un paripé, para poder disolver Orden y Mandato».
La conclusión de las superioras miguelianas es clara. No sólo creen en la inocencia total de Miguel, sino que consideran que «hay un inocente que lleva 17 meses encarcelado y sin derecho a defenderse». Ellas, para defender a ese inocente, están listas. «Estoy dispuesta a dar hasta mi última gota de sangre, para demostrar que este hombre es inocente. Yo, Ivana Lima, lucharé y lucharé contra quien sea y hasta el final». Iría dice lo mismo. Y en sus miradas brilla la luz de su verdad.
El ex capellán de Orden y Mandato, Isaac Vega, niega rotundamente todas las acusaciones que contra él viertan las consagradas miguelianas y asegura que en el juicio todo quedará claro.