El valenciano en la Iglesia

El derecho a la propia lengua y cultura

"Queremos que nuestra lengua sea la lengua de la liturgia"

El derecho a la propia lengua y cultura
liturgia valenciano

¿Por qué los obispos y la mayoría de los presbíteros valencianos no solo no son capaces de valorar la diversidad sino que intenten extinguirla?

(Josep Miquel Bausset).- La carta que 152 presbíteros valencianos dirigimos (y entregaron en el arzobispado de València) el pasado 29 de junio al arzobispo Antonio Cañizares a propósito del valenciano en la Iglesia, (o mejor dicho: de la prohibición del valenciano en la Iglesia), me ha hecho recordar diversos discursos del papa Juan Pablo II en relación a la cultura y a la lengua de los pueblos.

Y es que en el País Valenciano, los cristianos valencianoparlantes no podemos celebrar nuestra fe en valenciano, ya que nuestros obispos y la mayoría de los sacerdotes continúan marginando nuestra lengua e impidiendo que entre en las asambleas litúrgicas. Ni en Japón, ni en Zimbabwe, ni mucho menos en Madrid o en Londres, no se da la anomalía de marginar una lengua como pasa con el valenciano en la Iglesia.

Juan Pablo II fue un papa muy sensibilizado en la defensa del derecho de las naciones, debido a la opresión que sufrió Polonia. Por eso en su viaje a Cuba, el 23 de enero de 1998, el papa Juan Pablo II defendió la importancia de la cultura como un hecho «fundamental para la vida de las naciones y para el cultivo de los valores humanos más auténticos». Ya unos años antes, en su discurso a la ONU, el 5 de octubre de 1995, el papa Juan Pablo II decía: «Nuestro respeto por la cultura de los demás se enraíza en nuestro respeto por el esfuerzo que hace cada comunidad para dar respuesta al problema de la vida humana».

Pero las palabras más valientes del papa en aquel discurso en la ONU, (y que podrían aplicarse a la Iglesia del País Valenciano) apostaban por el respeto a las lenguas de los pueblos. El papa decía: «Extrañarse de la realidad de la diversidad (o peor aún, intentar extinguir esta diversidad) significa encerrarse en la posibilidad de sondear la profundidad del misterio de la vida humana. Por tanto, la diferencia, que algunos encuentran tan amenazadora, puede convertirse, por medio de un diálogo respetuoso, en la fuente de una comprensión más profunda de la existencia humana». Y si eso es así, ¿por qué los obispos y la mayoría de los presbíteros valencianos no solo no son capaces de valorar la diversidad sino que intenten extinguirla, arrinconado el valenciano en el seno de la Iglesia?

En ese mismo discurso en la ONU, el papa Juan Pablo II hacía un paso más en la defensa del derecho de los pueblos: «Nadie, ni un Estado ni otra nación, ni ninguna organización internacional, no está nunca legitimada a afirmar que una determinada nación no es digna de existir. Este derecho fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal». Y acababa su discurso así: «El derecho a la existencia implica naturalmente, para cada nación, también el derecho a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve aquella que yo llamaría su originaria soberanía espiritual».

Como hijo de un pueblo masacrado diversas veces, el papa polaco decía también: «La historia demuestra que, en circunstancies extremas (como las que se han visto en la tierra donde nací), es precisamente su misma cultura la que permite a una nación sobrevivir en la pérdida de su propia independencia jurídica y económica».

También en su discurso en la UNESCO, el 2 de junio de 1980, en París, el papa Juan Pablo II defendió el derecho de los pueblos a la cultura, de esta manera: «La nación existe por la cultura y para la cultura, y así es la gran educadora de los hombres a fin que puedan ser más en la comunidad».

El 14 de septiembre de 1987, el papa Juan Pablo II decía a los amerindios «Os animo a custodiar vuestras culturas, lenguas, valores y costumbres que habéis mantenido tan bien en el pasado y que forman una sólida base para el futuro».

Unos años después, el 11 de agosto de 1993, en el santuario de la Virgen Mare de Izamal, el papa se dirigió a los representantes de las comunidades indígenas de esta manera: «La Iglesia afirma claramente el derecho de todo cristiano a su propio patrimonio cultural, como parte inherente a su dignidad». Y es que como recordaba Juan Pablo II, y como sabemos muy bien los cristianos valencianos, «no siempre se ha valorado debidamente la riqueza de vuestras culturas, ni se han respetado vuestros derechos como persones y como pueblos». Por eso el papa animaba a «los pueblos autóctonos de América a conservar con sano orgullo la cultura de sus antepasados».

En resumen: el papa Juan Pablo II siempre defendió «el derecho de las minorías a preservar y a desarrollar la propia cultura», como manifestó en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, el 8 de diciembre de 1988. Por eso el papa Juan Pablo II denunció la amenaza de extinción cultural en determinados lugares, por «una legislación que no les reconoce el derecho a usar la propia lengua». No sé si el papa Juan Pablo II estaría pensando en la Iglesia del País Valenciano, que sigue prohibiendo, todavía hoy, que nuestra lengua entre en las celebraciones litúrgicas.

Nuestros pastores, los obispos y los presbíteros del País Valenciano, habrían de releer los textos del papa Juan Pablo II, para así aprender a respetar y a introducir la lengua y la cultura del País Valenciano en la Iglesia Valenciana. Y también habrían de acoger la carta de los 152 sacerdotes valencianos que queremos que nuestra lengua sea la lengua de la liturgia de los cristianos valencianos. Como el castellano es la lengua litúrgica de los cristianos de Sevilla o de Burgos, el portugués lo es de los cristianos de Lisboa o el italiano lo es de los de Roma.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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