Los restos mortales de Miguel Asurmendi, "salesiano hasta la médula" como lo han descrito en esta ceremonia, han sido enterrados en la cripta
(Vicente Luis García).- Ya reposan los restos del XIVº obispo de Vitoria en el espacio reservado en la Catedral de Santa María. A las seis de la tarde del 11 de agosto comenzaban los funerales por el alma de Monseñor José Miguel Asurmendi Aramendía, obispo de Vitoria. La misa funeral fue presidida por el actual titular de la diócesis monseñor Juan Carlos Elizalde. Con él concelebraron varios obispos, entre ellos D. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y actual presidente de la Conferencia Episcopal Española.
El templo gótico se llenó de fieles alaveses que querían asistir a esta despedida y acción de gracias por los más de veinte años de servicio pastoral de monseñor Asurmendi en Vitoria. Acudieron representantes de las diversas instituciones públicas y acudieron también personas desde Pamplona y Tarazona, su primer destino como obispo.
El féretro fue colocado frente al altar durante la ceremonia y tras finalizar la liturgia eucarística fue trasladado a la cripta de los obispos, lugar preparado para acoger sus restos y que el mismo Asurmendi conoció y manifestó en reiteradas ocasiones su deseo de ser enterrado en ese lugar.
Al comienzo de la celebración el Vicario General, Fernando Gonzalo-Bilbao, mano derecha de Asurmendi durante todos estos años, hizo una semblanza biográfica de D. Miguel, repasando emocionado su curriculum y los hitos más destacados de su vida como obispo de Vitoria.
La homilía de monseñor Elizalde, sucesor de Asurmendi comenzó reconociendo que aunque su trato con D. Miguel había sido solo durante el periodo de transición tras ser nombrado obispo de Vitoria, se sentía «huérfano» ya que durante ese corto periodo de tiempo D. Miguel fue para él como un «padrazo». El resto de la homilía la distribuyó en cinco destellos, conformando una estrella de cinco puntas para destacar la humanidad de D. Miguel, el valor de una misión cumplida o la profundidad de un hombre, que sobre todo en la última etapa acertó a suplir sus limitaciones físicas con una mayor dedicación a la oración y la meditación desde su capilla en el obispado.
Que la muerte le ha pillado de improviso se desprende de la cantidad de proyectos que albergaba Asurmendi y pensaba llevar a cabo durante su jubilación. Parece ser que tenía planeado asistir en septiembre a la canonización de Madre Teresa en Roma.
Tras la ceremonia los restos mortales de D. Miguel José Asurmendi fueron depositados en la cripta, y sobre el piso que cubre el pasadizo se depositaron las diversas coronas de flores que lo acompañaron junto al altar.
Non solum sed etiam
El comentario más común ante la muerte de monseñor Asurmendi es que su jubilación ha sido breve, pero a renglón seguido casi todos comparten la tesis que presentó monseñor Elizalde en su homilía: D. Miguel ya había cumplido su misión, y aunque el final se había ajustado al que ni él ni los demás podían barajar como deseable, su muerte ha podido ser interpretada como el final de la vida una vez la misión cumplida.
A D. Miguel le tocaron en Vitoria tiempos duros y difíciles, lo reconocía su vicario general al comienzo de la misa funeral. Pero, como también destacó D. Gonzalo-Bilbao, supo alentar y poner en marcha muchas iniciativas pastorales. D. Juan María Uriarte había declarado tras conocer su muerte que D. Miguel se había sabido adaptar a la situación del País Vasco y que se preocupó por la paz y la fe en Euskadi.
Sin duda D. Miguel Asurmendi ha dejado un legado a su paso por Vitoria, un legado que Elizalde ha de saber aprovechar y servirse de él para impulsar con sus aportaciones una Diócesis con un gran potencial espiritual y pastoral que en las nuevas generaciones pueda encontrar la savia necesaria para seguir construyendo el reino de Dios en la Tierra.
D. Miguel ha cumplido su misión, ojalá de los demás puedan decir mañana otro día lo mismo.
Autoridades eclesiásticas y políticas junto a cientos de fieles han despedido hoy en un emotivo funeral celebrado en la catedral de Santa María de Vitoria al obispo emérito de la ciudad Miguel Asurmendi, fallecido a los 76 años.
El templo gótico del siglo XIV situado en lo alto de la colina del casco medieval de Vitoria y conocido popularmente como la Catedral vieja, ha albergado el acto fúnebre de cuerpo presente, que estaba abarrotado.
La ceremonia, presidida por el actual obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, que relevó a Asurmendi hace apenas cinco meses, ha congregado al presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, así como a obispos y arzobispos de distintos puntos de España.
Además del prelado de Vitoria y el cardenal Ricardo Blázquez, han concelebrado la misa el arzobispo de Burgos, Fidel Herráez; el de Barcelona, Juan José Omella; el de Pamplona y Tudela, Francisco Pérez; el obispo de Huesca y Jaca, Julián Ruiz Martorell; el de Santander, Manuel Sánchez Monge; el de Bilbao, Mario Iceta; el de San Sebastián, José Ignacio Munilla, así como el obispo emérito de la capital guipuzcoana, Juan María Uriarte.
Tampoco han faltado a esta cita representantes del Gobierno Vasco como la consejera de Seguridad, Estefanía Beltrán de Heredia; la teniente de diputado general de Álava, Pilar García Salazar, y los tenientes de alcalde de Vitoria Peio López de Munain e Itziar Gonzalo.
En su homilía, el actual obispo de la capital alavesa ha calificado a Asurmendi como «un maestro» con «juicio benévolo, alma grande y corazón de pastor», que tenía una «humanidad cordial» y un «trato respetuoso, solemne, digno y delicado».
Ha mencionado que su muerte por infarto a última hora del miércoles fue «un golpe inesperado» que ha dejado en sus fieles «un sentimiento de orfandad» y ha lamentado que cuando dejó de ser obispo de Vitoria y regresó a Pamplona estaba lleno de «ilusión, planes, proyectos, amistades y sueños», pero sólo tuvo cinco meses para llevarlos a cabo.
Una vez terminada la misa, los restos mortales de Miguel Asurmendi, «salesiano hasta la médula» como lo han descrito en esta ceremonia, han sido enterrados en la cripta de los obispos como era su deseo, ya que en varias ocasiones manifestó que quería descansar en la diócesis en la que sirvió durante 21 años. (RD/Agencias)
Texto compleo de la homilía de monseñor Elizalde
Señor Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española, señores arzobispos y obispos, queridos salesianos y otros religiosos y religiosas, sacerdotes y laicos, diocesanos todos de Tarazona y Vitoria, queridas autoridades, amigas y amigos todos: Don Miguelen heriotzak goibeldu gaitu. Beraren alde eska dezagun.
Hoy como los discípulos de Emaús caminamos tristes por el golpe inesperado de la muerte de D. Miguel. Yo no puedo evitar un sentimiento de orfandad. El Señor Jesús en la Eucaristía se hace el encontradizo para preguntarnos cómo estamos. En la muerte somos incapaces de reconocerle. Por eso necesitamos que nos dirija la Palabra y «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les contó los que se refería a Él en la Escritura». Sus palabras nos dan un horizonte nuevo: «el Mesías tenía que padecer para entrar en la gloria».
Lo que vivido en singular les deprime y entristece, vivido en plural, desde Jesús les anima y les llena de alegría: «Cómo ardía nuestro corazón mientras íbamos de camino». También nosotros necesitamos este ardor del corazón que nos ayude a superar la tristeza y la Palabra definitiva de Jesús, su Resurrección, que nos devuelva la esperanza. Los discípulos volvieron contentos a Jerusalén y contaron cómo le habían reconocido al partir el pan. Él está vivo y eso hace nuevas todas las cosas.
Miguel vive en el Señor Resucitado y desde esa certeza rescatamos mucho consuelo y mucha alegría para nuestra propia vida. La resurrección de Jesús, no nuestros deseos, nos da verdadera esperanza. La Resurrección de Jesús tan real que la cruz ¿qué transparenta en la vida de D. Miguel? Varios destellos:
Que la vida es para una misión.
Miguel sólo llevaba 5 meses como obispo emérito. Cuando al momento de fallecer me dieron la noticia las primeras palabras que vinieron a mi mente fueron las del Papa Francisco en el número 273 de Evangelii Gaudium: «Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo». Pensé: D. Miguel ha vivido para la misión y terminada la misión se ha terminado la vida. «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme…Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego para esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar.» Despedimos a un pastor que ha vivido siempre para la misión. El Papa advierte del peligro de vivir desde la privacidad de los cobertizos personales a distancia de la gente y sus problemas, sin olor a oveja. Para quien ha vivido entregado la muerte es la última entrega. La vida de D. Miguel me interroga: ¿Vivo yo para lo nuclear de mi misión, desde lo esencial o vivo entretenido entre cuestiones secundarias?
Culminamos la vida como una obra de arte. D. Miguel en esta nueva misión de obispo emérito estaba lleno de ilusión, planes, proyectos, amistades y sueños. Quería culminar la vida como una obra de arte y así ha sido aunque no de la manera que él y nosotros esperábamos. Tenía conciencia de que le quedaban muchas cosas por hacer. El Papa les preguntaba a los jóvenes en Cracovia: ¿Os atrevéis a soñar? ¿Creéis que las cosas se pueden cambiar? D. Miguel nunca renunció a sus sueños ni a los vocacionales y una y otra vez intentó con sus colaboradores más cercanos dar con las propuestas juveniles más acertadas para la pastoral vocacional. Hoy al encomendarle refrescamos nuestros sueños, alimentamos los grandes deseos, los que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, seguros como decía el Papa a los jóvenes, de que una vida de es bella si deja su propia huella, su impronta, lo que Dios espera de cada uno.
Todos y cada uno somos únicos e irrepetibles. Dios sobre cada uno pronuncia un nombre. Todos tenemos un sello, un estilo, una impronta, una manera única e irrepetible de ser y de querer. Un autor contemporáneo dice que «nacemos originales y morimos copias». Con D. Miguel no ha sido así. Nacer en una familia entrañable, crecer desde el cariño de sus padres, hermanas, tíos y abuelos le dio siempre ese aire cálido, cercano y cariñoso. ¡Bendita familia! ¡Qué suerte tuvo D. Miguel! Gracias por estar ahí arropándole siempre. Para vosotras sus hermanas nunca dejó de ser el pequeño ¿verdad? Vuestra herencia familiar, esa humanidad cordial, la hemos disfrutado todos. Algo tendrá que ver la familia salesiana en ese trato respetuoso, solemne, digno y delicado de D. Miguel.
Te hacía sentirte importante cuando te dedicaba toda su atención. Transparentaba las palabras del Papa en el número siguiente: «Necesitamos reconocer también que toda persona es digna de nuestra entrega…cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida». ¿Planto mi sello personal en lo que hago y vivo? ¿Contribuyo a un mundo mejor?
Un gran pastor en comunión con grandes pastores. D. Miguel ha sido obispo en los pontificados de San Juan Pablo II, Benedicto XVI y del Papa Francisco. Ha tratado de recoger lo mejor de cada uno en su modelo pastoral y la impronta de San Juan Bosco le ha acompañado siempre. Despedimos a un gran pastor atento siempre a la evolución de la Iglesia en medio del mundo. En 25 años de obispo de los cuales 20 han transcurrido en Vitoria se han superado muchas dicotomías y muchos enfrentamientos. El modelo de pastor que él ha encarnado y acompañado favorece la reconciliación social y la administración personalizada del sacramento de la penitencia; la acción social entre los más desfavorecidos y la adoración eucarística; la promoción del laicado y la clara identidad sacerdotal; el compromiso social y la espiritualidad; la pastoral diocesana y los nuevos movimientos y carismas. El frente de evangelización en un mundo secularizado es tan inmenso que ser pastor de pastores de distintas sensibilidades en un cauce eclesial hondo y fecundo ha sido uno de sus retos. Nadie sobra, todos nos necesitamos, todos somos necesarios.
Lo más sagrado de su persona, su intimidad vuelta a Dios. Lo más grande de D. Miguel se nos escapa. ¡Con qué cariño preparó la capilla de su casa de Pamplona para estos pocos meses! ¡Cómo durante varios meses tuvo que celebrar la misa en su casa de Vitoria por encontrarse lleno de achaques y de «goteras»! Su amistad con el Señor, su intimidad con Él las conocemos por indicios. El mundo nos prepara para la acción: hacer, deshacer, programar, evaluar. Y ha sido D. Miguel un hombre de acción. Pero sobre todo ha sido grande en la pasividad y en la contemplación siempre. En el último año de su vida en Vitoria por sus enfermedades D. Miguel se agigantó.
La fecundidad, la felicidad nos la jugamos en la pasividad: asumir, aceptar, tragar, acompañar y en todo esto D. Miguel fue un maestro. Fue grande. Él sabría sus penas, sus preocupaciones, su pasión interior, su dolor. Nunca nos quiso importunar. Nos quedamos con su juicio benévolo, con su alma grande y con su corazón de pastor. Queremos seguir sus pasos yo el primero. Nos encomendamos y le encomendamos a San Prudencio de Armentia y a Santa María de Estíbaliz, la Blanca, María Auxiliadora.
Kristoren berpizkundea gure argia da. Encomendamos nuestra diócesis de Vitoria y nuestra Iglesia universal. Son tiempos recios y apasionantes. Como en Iglesia en salida, en el funeral de D. Miguel, renovamos nuestra vocación de servicio a nuestro pueblo y a nuestra sociedad, especialmente a los últimos. Agradecemos a Su Santidad el Papa Francisco su telegrama de condolencia.