No hay palabras para agradeceros tanta generosidad y cuánto de Evangelio silencioso nos contagiáis a toda la Iglesia
(Jesús Bastante).- «Las diversas formas de esclavitud moderna, como la trata de personas (…), constituyen una auténtica blasfemia contra Dios y una gravísima afrenta al deber de comportamiento fraternal al que nos invita el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos». El neocardenal de Madrid, Carlos Osoro, mostró su rotunda condena hacia esta lacra, y reclamó a la comunidad internacional que «estas prácticas aberrantes sean consideradas un crimen contra la humanidad».
El arzobispo de Madrid hizo estas declaraciones en su mensaje a la jornada del Grupo Intereclesial sobre la Trata, que este sábado congrego en la parroquia del Pilar de Madrid a los expertos de Confer, Cáritas, Justicia y Paz, la Fundación Cruz Blanca, la Fundación Amaranta y la Comisión Episcopal de Migraciones.
En su mensaje, Osoro hizo suyas las palabras del Papa Francisco, en las que denuncia cómo «la trata de seres humanos se ha convertido hoy en una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una llaga en la carne de Cristo». En este sentido, añadió el prelado, «resultaría sanador que todos los países cumpliesen las previsiones del Convenio de Nueva York de 1949 que obliga a incriminar toda forma de proxenetismo».
Osoro también reconoció la «excelente praxis pastoral» de las instituciones que, desde el Evangelio, «habéis compartido los desafíos que supone esta realidad execrable para nuestra fe cristiana y para cualquier conciencia moral mínimamente sensible».
Todo con un compromiso «que no se limita a detectar y denunciar los problemas, sino que continúa con una oferta convivencial para cerrar los procesos hasta la plena sanación e integración social de las víctimas. No hay palabras para agradeceros tanta generosidad y cuánto de Evangelio silencioso nos contagiáis a toda la Iglesia».
«Tenemos que multiplicar esfuerzos para que las instituciones, la sociedad y la propia Iglesia, como nos recordaba recientemente el Santo Padre, no permanezcan inactivas o en silencio ante esta tragedia. ¡No podemos cultivar la triste globalización de la indiferencia, sino la gozosa civilización del amor!«, subrayó Osoro, quien insistió en la necesidad de que «la Iglesia se convierta en la más firme aliada de las víctimas de trata y que ayude a que las políticas públicas consideren la condición victimal como la auténticamente prioritaria por encima de cualesquiera otras consideraciones por legitimas que fueren (por ejemplo, el control de fronteras). Teórica y prácticamente, el interés superior de la víctima debe salvaguardarse siempre».
Estas fueron las palabras de Osoro:
Me es imposible acompañaros en este importante encuentro que visibiliza una terrible y escondida realidad: la trata de personas. Pero, a través del Vicario de Pastoral social e Innovación, os envío un saludo muy cariñoso y unas breves palabras para destacar la importancia eclesial y social del tema que nos convoca: «La trata de seres humanos una realidad invisible».
A lo largo de la Jornada os habéis acercado al concepto de trata que desborda el campo del abuso sexual y se adentra en otras formas no menos detestables de cosificación de seres humanos como, por ejemplo, la explotación laboral. Todas ellas deforman la imagen del Creador revelada en cada ser humano. Dios quiere que cada persona sea un fin en sí misma, pletórica de dignidad y de derechos, radicalmente libre y en comunión con Él.
Desde una excelente praxis pastoral, las congregaciones e instituciones que formáis el grupo Intereclesial de trata habéis compartido los desafíos que supone esta realidad execrable para nuestra fe cristiana y para cualquier conciencia moral mínimamente sensible. Habéis expuesto vuestro ejemplar trabajo de calle, donde la herramienta privilegiada es vuestra propia persona y su sensibilidad y empatía que salen al encuentro de la vulnerabilidad del prójimo y apuestan decididamente por él. Todo con un compromiso que no se limita a detectar y denunciar los problemas, sino que continúa con una oferta convivencial para cerrar los procesos hasta la plena sanación e integración social de las víctimas. No hay palabras para agradeceros tanta generosidad y cuánto de Evangelio silencioso nos contagiáis a toda la Iglesia.
Tampoco quisiera olvidar la importancia del marco político y jurídico que habéis destacado en el abordaje de este gravísimo problema. Tenemos que multiplicar esfuerzos para que las instituciones, la sociedad y la propia Iglesia, como nos recordaba recientemente el Santo Padre, no permanezcan inactivas o en silencio ante esta tragedia. ¡No podemos cultivar la triste globalización de la indiferencia, sino la gozosa civilización del amor!En particular, como colofón de esta Jornada, a la que me siento afectiva y efectivamente unido, quisiera destacar algunos aspectos que no por evidentes deben ser olvidados:
1. Las diversas formas de esclavitud moderna, como la trata de personas, afectan a todos los países, también vergonzosamente al nuestro muchísimo más de lo que pensamos. Constituyen una auténtica blasfemia contra Dios y una gravísima afrenta al deber de comportamiento fraternal al que nos invita el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sería deseable que estas prácticas aberrantes sean consideradas un crimen contra la humanidad. Como repite el Papa Francisco, la trata de seres humanos se ha convertido hoy en una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una llaga en la carne de Cristo1. En este sentido, resultaría sanador que todos los países cumpliesen las previsiones del Convenio de Nueva York de 1949 que obliga a incriminar toda forma de proxenetismo.
2.- Quiero mostrar mi apoyo más incondicional y entrañable, y con él el de toda la archidiócesis de Madrid, a todas las congregaciones e instituciones de la Iglesia (y, por supuesto, de la sociedad civil), empeñadas en la visibilización de esta lacra, en la firme denuncia de sus causas, y en la atención delicada, entrañable y personalizada de todas las víctimas de trata.
3.- Pido a Dios que, siguiendo el anhelo del Grupo de Santa Marta, la Iglesia se convierta en la más firme aliada de las víctimas de trata y que ayude a que las políticas públicas consideren la condición victimal como la auténticamente prioritaria por encima de cualesquiera otras consideraciones por legitimas que fueren (por ejemplo, el control de fronteras). Teórica y prácticamente, el interés superior de la víctima debe salvaguardarse siempre.
Unidos en la oración y en el compromiso contra la trata, os bendice con cariño y os anima a todas las personas reunidas en este acto,
Vuestro arzobispo,
+Carlos Osoro Sierra