Si lo aquí denunciado no fuera cierto, nadie tendría que haber dado una indicación para que se respetase la presunción de inocencia de Miguel, y esa indicación no hubiera cambiado, como de hecho ha sido, la actitud de muchos sacerdotes
(Eduardo Lostao, Juan Luis Castón y José Ignacio Martín).- Hay artículos que uno jamás habría querido tener que escribir, pero el Amor de Dios exige ser defendido, también de esta forma, cuando se han agotado todos los demás caminos, y durante tres años se ha suplicado en todas las puertas. El Evangelio enseña que el escándalo no está tanto en el pecado como en la corrupción que lo encubre y que la Misericordia cura sólo en la verdad.
Un sacerdote del Opus Dei, me dijo: «están haciendo con Miguel lo que otros sacerdotes hicieron con la Obra cuando empezó.» Se refería a unos cuantos miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, instigados y engañados por el sacerdote Isaac de Vega Arribas. Me lo dijo con conocimiento de causa y sabiendo que yo lo sabía tan bien como él.
Mucho antes de que empezara el estudiado linchamiento mediático que propició la intervención policial y judicial, fuimos testigos de que las calumnias vertidas por Isaac de Vega habían sido asumidas como algo cierto por muchos sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
Si así habían llegado a Madrid, era fácil advertir el efecto que esas infamias, vertidas en el ámbito más reducido de Vigo y Pontevedra, y refrendadas por el juicio de los numerosos sacerdotes de la sociedad sacerdotal, podían estar teniendo en las distintas esferas sociales e institucionales gallegas. Basta un gesto, un comentario, una palabra repetida y concordante, para matar la dignidad de un hombre.
Fui a la sede del Opus Dei en Madrid. Era la primavera de 2014. Seis meses antes de que empezara la campaña mediática. Expliqué lo que estaba pasando. Quien me atendió había sido responsable de la Obra en Galicia. Dijo no conocer a Isaac de Vega. También planteó el conocido problema canónico: el Prelado del Opus Dei, como presidente de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, no tiene jurisdicción sobre los sacerdotes diocesanos, pues ellos dependen del obispo titular de la diócesis en la que están incardinados. La Prelatura se limita a atenderles espiritualmente y, por tanto, no puede interferir en el desarrollo de sus respectivos encargos pastorales.
Meses después, empezó la campaña mediática. Miguel callaba, era entonces lo más parecido a un niño indefenso, y rezaba. Otros sacerdotes y yo mismo, por defender la verdad que conocíamos, fuimos presentados mediáticamente como la cabeza de una secta destructiva, sacrílega y satánica, en Madrid.
Hacía tiempo que con permiso de D. Fidel Herráez, entonces obispo auxiliar de Madrid, y hoy Arzobispo de Burgos, el sacerdote Juan Luis Castón y yo atendíamos a los miembros de la asociación. Habíamos hablado con todos. También con las consagradas a las que Isaac de Vega acusó y que, para defenderse en el proceso judicial, tuvieron que aportar un peritaje ginecológico de virginidad.
El día de Santa Maravillas de Jesús de 2014, me sentaba en el salón de la casa de Miguel delante de dos guardias civiles. Ellos me hacían preguntas, y yo les contaba. Pero ya era tarde. Se llevaron a Miguel, y para darle volumen a la supuesta asociación ilícita, porque queda muy raro que uno se asocie sólo consigo mismo, detuvieron también ese día a la consagrada Marta Paz: también era raro, porque se suponía que era una de las víctimas de abusos sexuales -y el peritaje demostró después que también era virgen. Pero así se construyó el caso eclesial, policial y judicial. Y se la llevaron.
En el coche, camino de Galicia, el guardia civil que había llevado el asunto, quizás para cerrar el círculo de sus pesquisas, le preguntó a Marta: «Oye, dime, eso de Serviam qué significa, ¿es una palabra satánica, verdad?». Se conoce que alguien había engañado a la Guardia Civil. Pero no hacía falta saber teología, hubiese bastado mirar a los ojos a esa chica que hacía ocho años, con la bendición del obispo Mons. José Diéguez, había entregado su vida a Dios y al Corazón Inmaculado de María. Marta no pudo evitarlo, y le salió de la garganta un «¡no!», mientras el coche se perdía en la carretera y la prensa preparaba el titular: «La pseudomonja Marta Paz, brazo derecho del líder de la secta, detenida».
Volví, acompañado por el sacerdote Juan Luis Castón, a la sede del Opus Dei en Madrid. Nos entrevistamos con el Vicario Regional en España. Nos escuchó amablemente. Nos explicó de nuevo el conocido problema canónico, y se comprometió, como de hecho así fue, a dar una indicación en los centros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz para que se respetara la presunción de inocencia de Miguel.
Escribí varias cartas al Prelado del Opus Dei. Le decía que entendía el conocido problema canónico, pero que la realidad era otra. Transcribo:
«Isaac de Vega ha usado la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz para extender unas calumnias terribles entre muchísimos sacerdotes. Algunos de ellos, con un papel relevante en este asunto e incluso con puestos de responsabilidad en las diócesis de Tui-Vigo y Madrid, han actuado movidos por esta fuente contaminada. Por supuesto, este proceso, en su conjunto, no se ha expandido sólo por esta única línea de desarrollo, pues también ha habido un movimiento en la línea jerárquica institucional.
Es verdad, pero eso lo hace aún más grave, porque la fuente de origen ha sido la misma. En algunos sacerdotes, ambas líneas han confluido, en razón de su encargo pastoral. La misma fuente ha contaminado a la curia diocesana, a la congregación para los IVC y, con su reincidente falso testimonio, también a la justicia española.
El señor Isaac de Vega se sirvió de la confianza lógica entre los miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
Algunos sacerdotes fueron engañados. Pero eso no resta importancia al hecho de que el vínculo de confianza entre ellos haya sido una condición imprescindible para llegar a la situación en la que nos encontramos. Un carisma nos puede gustar más o menos, pero intentar dar muerte a un niño mientras está naciendo, porque su espiritualidad no encaja con lo que nosotros entendemos que debe ser la vida monástica y religiosa, es algo muy serio».
Juan Diz fue el primer Consiliario de la asociación.
Isaac de Vega Arribas empezó a sustituir a Juan Diz desde 2006, y recibió en 2009 el nombramiento de Asistente Eclesiástico.
Ángel Marzoa, Rector del Seminario Mayor de Tui-Vigo, redactó los estatutos de la asociación. Su trato con Miguel y con los miembros de la asociación, fue asiduo y prolongado durante muchos años. Tres seminaristas de la asociación vivieron con él varios años.
Manuel Salcidos fue el Visitador Canónico. Afirmó en sede judicial que no entrevistó a Miguel, pero justificó su actuación diciendo que el día que le llevó su nombramiento de visitador -presentado engañosamente por Isaac de Vega, en asamblea ante todos los miembros de la asociación, como un paso previo a la aprobación del futuro Instituto de Vida Consagrada- le preguntó «sin que él se diera cuenta».
Juan Luis Martínez Lorenzo es el Vicario General de la Diócesis de Tui-Vigo. Un día después de que, sin haberle entrevistado previamente, se le leyeran a Miguel en el obispado «las conclusiones de la visita canónica», el Vicario General de la Diócesis acompañó a Manuel Salcidos para, a toda prisa, y tras convocarlos en la sede del Arzobispado de Madrid, pedir a los consagrados que estaban colaborando en el Obispado de Ávila y a las consagradas de Bustarviejo, que, en 20 minutos, rellenaran un cuestionario con preguntas de catecismo, y completar así la supuesta investigación. Quienes firmamos este artículo, estuvimos presentes ese día.
José María Santana, sacerdote numerario, trató durante muchísimos años con asiduidad y cercanía tanto a Miguel como a los miembros de la asociación.
José Luis Méndez, Delegado de la Pastoral de la Salud en Madrid, y amigo personal de Isaac de Vega, atendió formativa y sacramentalmente durante tres años a las consagradas que estaban en una residencia de ancianos en Bustarviejo, desde que el Cardenal Rouco las llamara a la Archidiócesis de Madrid para esa tarea. Poco antes de que empezara el linchamiento mediático, José Luis Méndez dijo a las consagradas que ya no tenía tiempo para atenderlas.
Era él, sacerdote, conocedor de sus vidas, quien debía haber defendido la verdad cuando, en un terrible linchamiento mediático nacional, esas mujeres fueron presentadas de forma aberrante como miembros activos de una secta destructiva, sacrílega y satánica. No hay nada que exonere a un sacerdote de Jesucristo de cumplir con esta obligación.
Alfonso Sánchez-Rey, párroco en Madrid, atendió espiritualmente a los consagrados que colaboraban y residían en el obispado de Ávila.
José Fernando Rey, párroco en Madrid, atendía espiritualmente el Carmelo de El Escorial, cuya entonces priora, la Madre Piedad, por defender la inocencia de Miguel fue dolorosamente calumniada. Fernando Rey ha declarado en varias ocasiones contra Miguel en el proceso judicial en curso.
José María Gil Tamayo es el Secretario General y Portavoz de la Conferencia Episcopal Española. A los pocos días de la detención de Miguel, en rueda de prensa, y representando la voz de todos los obispos españoles, afirmó que nos encontrábamos «ante una patología religiosa». Ciertamente, semejante vulneración de la presunción de inocencia, que atenta directamente contra la dignidad de la persona, no se debe a una indicación de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española.
Desde el más profundo respeto, y sincero afecto: el problema, en este caso, no es que no se entienda, exactamente, el estatuto jurídico de la Sociedad Sacerdotal de Santa Cruz.
En decir: ¿cuántos sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, exactamente, y con cuántos puestos de responsabilidad, exactamente, tienen que intervenir en una infamia como la presente, para que el famoso problema canónico no sea un argumento para negar cualquier tipo de responsabilidad, como así ha sido, tanto en el ámbito externo pastoral como en el ámbito interno de la propia sociedad sacerdotal?
Si interpreto mi estatuto jurídico de manera que sea imposible admitir los errores, arrogándome lo que sólo compete a la Santa Madre Iglesia en cuanto Inmaculada, lo que tengo es un problema muy serio que, de no corregirse, podría llegar a convertirse, con propiedad, en una patología religiosa. Por vergonzante que sea el error, si sus consecuencias tienen la extrema gravedad que de hecho han tenido, entonces tengo que actuar en proporción directa al daño causado. Es de justicia que sea así, y esa reparación viene exigida por la propia Misericordia de Dios.
Si lo aquí denunciado no fuera cierto, nadie tendría que haber dado una indicación para que se respetase la presunción de inocencia de Miguel, y esa indicación no hubiera cambiado, como de hecho ha sido, la actitud de muchos sacerdotes. En justicia, el paso siguiente es decir la verdad, de manera que sea efectiva real, pública y judicialmente, para la restauración de la dignidad, el derecho al honor y a la libertad, de las numerosas personas que aún sufren esta calumnia.
No estamos hablando de un caso de pederastia, ni siquiera de abusos a adultos en general, sino de que eso era una secta destructiva, donde la gente estaba manipulada psicológicamente hasta la pérdida de su voluntad, estaban sin dormir, mal alimentados, etc. ¿A la vista de todo el mundo? ¿Delante de todos esos sacerdotes que nunca vieron nada? Esa es la acusación literal que sostiene todos los supuestos delitos.
¿Cómo es posible que varios de estos sacerdotes colaboraran en el informe del investigador privado que judicializó el caso y en el que se dice, por ejemplo, que el añadido de nombre de los consagrados el día de su entrada en el convento-…de la Cruz, …de la Inmaculada, etc.- es un rasgo despersonalizador propio de las sectas destructivas? ¿Era posible una secta satánica con esa mediación eclesial? No es una conspiración cinematográfica, por supuesto. Es, sencillamente, lo que parece:
La Asociación Pública de Fieles Orden y Mandato de San Miguel Arcángel, la vida de Miguel y su familia, de las comunidades de consagradas y consagrados y de los cientos de miembros laicos de la misma, estuvo tutelada espiritualmente durante muchos años por sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz que fueron testigos directos de que aquello, desde luego, ni era una secta destructiva, como afirma hoy la acusación que sostiene el presente proceso judicial, ni era sacrílega, ni era satánica.
Su silencio es un gravísimo pecado de omisión, que ampara la calumnia difundida entre ellos por Isaac de Vega, y que sigue causando un daño terrible a la dignidad y a la vida de Miguel, de su familia, y de las numerosas vocaciones consagradas y familias enteras que, gracias a Miguel, conocieron el Amor de Dios en Jesucristo y la verdad de la Santa Madre Iglesia.