La 'troika' episcopal vasca funciona unida y a tope, desde la llegada de Elizalde a Vitoria, y, según curas y fieles, sin mirar demasiado a Roma
(José M. Vidal).- Les llaman los «obispos impuestos», cuando no otros calificativos peores. José Ignacio Munilla, Mario Iceta y Juan Carlos Elizalde nunca fueron prelados queridos, pero, ahora, crece el malestar, y hasta la indignación, contra ellos entre la mayoría del clero y de los fieles de San Sebastián, Bilbao y Vitoria, las tres diócesis vascas.
Los motivos del malestar hunden sus raíces en la estrategia urdida, hace más de un quinquenio, por el entonces cardenal Rouco Varela, para imponer obispos «españolistas» en Euskadi y romper por completo con la línea pastoral de la encarnación y la cercanía al pueblo, que encarnaban monseñor Setién y monseñor Uriarte. Por eso, Iceta no fue bien acogido en Bilbao y a Munilla se le reveló públicamente el 90% de su propio clero en San Sebastián.
El malestar latente durante años se está haciendo patente en estos momentos y está cristalizando, incluso, en indignación. Por dos razones principales: la escasa sintonía de los tres prelados con el pueblo vasco y con el Papa Francisco.
Según la mayoría del clero y de los fieles de las tres diócesis vascas, la falta de sintonía de sus tres obispos con la sociedad se manifestó a las claras en su posicionamiento ante la reciente entrega de armas de ETA en Bayona. En el acto, que contó con la presencia del arzobispo de Bolonia, Mateo Zuppi, no estuvo ninguno de los tres obispos vascos, porque no los invitaron y ellos tampoco se interesaron en hacerse presentes.
Creen curas y fieles que, de no estar presentes los obispos en el histórico acto de Bayona, deberían haber mandado a un representante, como sucedió en la cumbre de Aiete, en la que participó el vicario general de Bilbao, Juan Mari Unzueta, representando a las tres diócesis vascas.
La otra causa del creciente malestar es más interna, pero muy importante tanto para los sacerdotes como para los fieles más comprometidos con la institución eclesial. Se trata del papel de portavoz ‘oficioso’ del episcopado vasco, que se viene arrogando el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla.
Las tres diócesis vascas están sin ‘cabeza’ canónica y sin un obispo que las aglutine con autoridad moral, como pasaba en época de monseñor Setién o monseñor Uriarte. Entre otras cosas, porque las diócesis vascas pertenecen a diferentes regiones eclesiásticas y, por lo tanto, tienen diversos arzobispos metropolitanos, que son los que ocupan el máximo rango en el escalafón clerical.
Mientras San Sebastián pertenece a la provincia eclesiástica de Pamplona (junto a Jaca y Calahorra), Bilbao y Vitoria forman parte de la de Burgos (junto a Palencia y Osma-Soria). Los dos metropolitanos son, pues, los arzobispos de Burgos, Fidel Herráez, y de Pamplona, Francisco Pérez.
Ante esta situación, la jerarquía de la Iglesia vasca se rige en base al escalafón y a la antigüedad. Monseñor Iceta ocupa el primer lugar en el escalafón de la Iglesia vasca, no en vano es el obispo de Bilbao, la diócesis más importante de Euskadi. Pero, en antigüedad, le gana el prelado donostiarra, monseñor Munilla, aunque por poca diferencia. Munilla fue nombrado obispo de San Sebastián en
2009 e Iceta, titular de Bilbao, en 2010.
Munilla, líder de la troika episcopal vasca
«Pera la realidad es que monseñor Munilla viene ejerciendo públicamente como líder de la troika episcopal vasca y se arroga la representación de los tres prelados, y eso sienta especialmente mal en Bilbao«, explica un sacerdote bilbaíno.
Y añade el cura que conoce bien los entresijos de toda la Iglesia vasca: «¿Va a ser nuestro representante el obispo de San Sebastián? Nuestro obispo, Mario Iceta, ya tiene varias experiencias negativas, por haber ido de la mano de Munilla, pero sigue callando y prestándose a ese juego».
Por otra parte, el clero de Bilbao le reprocha a Iceta que, ante el desarme de ETA, haya hecho caso omiso a lo acordado por la delegación de ‘Paz y Reconciliación’, en su reunión del pasado 4 de marzo, en la que estuvo presente el prelado. Allí, se instó a la Iglesia bilbaína a luchar por «una convivencia reconciliada», tanto para la generación anterior, como para la actual, para que «no tenga que sufrir lo que han sufrido los anteriores», al tiempo que se pedía «tender puentes entre las dos orillas del sufrimiento».
Por su parte, a Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria desde hace tan sólo un año y un mes, los curas y los fieles le piden una «mayor discreción» y que «no hable ni actúe, como si llevase toda la vida en Euskadi». También le solicitan que se despegue de su ‘padrino’, el cardenal Sebastián, y de los postulados de éste, cuando era arzobispo de Pamplona.
En cualquier caso, la ‘troika’ episcopal vasca funciona unida y a tope, desde la llegada de Elizalde a Vitoria, y, según curas y fieles, sin mirar demasiado a Roma. «Los tres obispos vascos ‘franciscanean’, es decir, repiten algunos de los lemas del Papa, pero no lo siguen ni en el fondo un en la forma. Su postura ante el pontificado de Francisco es la de abrir el paraguas y a ver si escampa cuando antes», explican varios curas de las tres diócesis en parecidos términos.
Esta postura episcopal poco encarnada y poco reformista, que conecta sólo con los curas jóvenes y con los sectores más conservadores de los fieles, indigna profundamente a la mayoría del clero y del pueblo, incluso a los que pertenecen a los sectores más moderados. Éstos piden a sus obispos que «se suban al carro de Francisco y que, como él, ilusionen a la gente y a los curas, en esta nueva etapa primaveral de la Iglesia». Porque la Iglesia vasca no quiere quedarse fuera de este nuevo ‘aggiornamento’. Con sus obispos o sin ellos.