A los veinte años de la riada de Badajoz

«No hay mejor medicina para el ser humano que el amor solidario»

"Todos ponían su grano de arena, para que la esperanza brotara y renaciera desde el amor hecho solidaridad"

"No hay mejor medicina para el ser humano que el amor solidario"
Destrucción causada por la riada de Badajoz Agencias

Del sepulcro, en donde habitaba la muerte, surgió la vida del Resucitado, que se hacía realidad a través del diálogo, la colaboración, el entendimiento y la búsqueda de soluciones eficaces para los más pobres

(Francisco Maya, vicario general de Badajoz).- Hace 20 años vivimos una noche infernal, caótica y cruel; noche de muerte y destrucción causada por una lluvia torrencial, que convirtiéndose en un río desbordado, arrasaba por doquier, matando a 24 personas y una desaparecida; y dejando que este barrio del Cerro y parte de la barriada de San Roque y los pueblos de Valverde de Leganés y de Balboa experimentarán el dolor de casas destruidas y de enseres totalmente perdidos.

Aquella noche, unida a las semanas siguientes, fueron días de desconcierto, de rabia, de preguntas incesantes, culminando siempre en aquél grito de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Sentimos la impotencia ante una naturaleza que inesperadamente rugía con fuerza, y caprichosamente destruía en unas horas lo que había requerido años de esfuerzo y de trabajo. En nuestro corazón resonaban las palabras del libro de las Lamentaciones: «Me han arrancado la paz, y no me acuerdo de la dicha… Estoy sin fuerza y abatido». Así eran como se encontraban cientos de familias experimentando la finitud del ser humano y el misterio de una naturaleza incontrolable.

Se escribieron ríos de tinta tratando de dar explicaciones y razones de por qué había sucedido aquella catástrofe. Habrá algunas razones, no lo dudo, pero cuando la naturaleza campea libremente por dondequiera difícilmente puede ser encauzada y contenida. Esta realidad nos pone de relieve hasta qué punto el hombre no es un ser todopoderoso, capaz de controlar todo cuanto sucede en el universo.

Ahora bien, los cambios climáticos tienen también causas producidas por el ser humano, como dice el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’. «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que Él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» (LS 53).

Y cuando el caos y la muerte aparecían como vencedores, surgió la vida: la solidaridad brotó como un río caudaloso para poder consolar, sanar y acompañar a todas las familias afectadas. Los hombres y mujeres de Badajoz y otros pueblos se convirtieron en voluntarios anónimos limpiando el barro de las casas y de las calles, ayudando en el reparto de alimentos y enseres y haciendo de samaritanos poniendo el bálsamo del dolor compartido, de la escucha y del consuelo a tantas familias destrozadas y desorientadas.

Los de Protección Civil y los bomberos trabajaron hasta la extenuación; los militares salieron de sus cuarteles para ejercer su labor humanitaria, y se hicieron presentes tanto para quitar barro como para aportar cuanto hiciera necesario. Los políticos de las distintas instituciones del Estado como de la Región y de la ciudad de Badajoz se coordinaron y actuaron con gran eficacia, olvidando las diferencias políticas. Toda la ciudad se sintió solidaria con el Cerro de Reyes. Y desde toda España llegó una riada de solidaridad propiciada por particulares, instituciones, asociaciones, comercios, empresas, equipos de futbol, etc.

Si la muerte inesperada destruyó sueños y proyectos, y nos había metido en el sepulcro, la vida del Resucitado se hacía ahora presente a través de la riada de la solidaridad, que corría repleta de fraternidad y unidad con todos los afectados. En Cáritas, como en otras instituciones, nos sentimos desbordados por tanta generosidad. Había que organizar y hacer que todo lo que se recibió llegará con celeridad a los afectados, pero no irracionalmente. Todos ponían su grano de arena, para que la esperanza brotara y renaciera desde el amor hecho solidaridad.

Las instituciones estatales, autonómicas y locales estuvieron a la altura que se les pedía. Se consiguió realojar y dar cobertura a los que se habían quedado sin hogar. Y también se consiguió el reto, a corto y largo plazo, de rehacer y planificar un nuevo barrio. Hay que agradecer la voluntad política, para poder llevar a cabo las inversiones económicas que se necesitaban. Lo que parecía imposible conseguir en tan poco tiempo se logró. Tanto la administración estatal, gobernada por el PP, como la autonómica, gobernada por el PSOE, y la local, gobernada por el PP, a través del dialogo y el esfuerzo común planificaron un nuevo barrio y lo construyeron en un tiempo récord.

Del sepulcro, en donde habitaba la muerte, surgió la vida del Resucitado, que se hacía realidad a través del diálogo, la colaboración, el entendimiento y la búsqueda de soluciones eficaces para los más pobres. La auténtica compasión, hecha solidaridad y justicia efectiva, ponían de manifiesto que no hay mejor medicina para el ser humano que el amor solidario, que nos hermana y nos hace compartir juntos los sufrimientos y las alegrías de los otros.

Todos fuimos samaritanos en la apuesta decidida por liberar a las familias de tanto sufrimiento, aunque fueron ellos los que sufrieron en sus carnes el miedo, la angustia y el desconsuelo al padecer el horror de una noche que siempre quedará marcada en sus mentes y corazones, y, sobre todo, el dolor ante la pérdida de sus seres queridos.

Pero permitidme que haga referencia a dos personas, que creo debemos recordar: a Don Santiago Moreno, párroco en aquel momento de esta barriada, que sufrió y lloró con su gente, quedando marcado para siempre por la experiencia vivida, y a D. Manuel Malagón, que llevaba poco tiempo como sacerdote en este barrio, y metido en la calle, entre la gente, se dió por completo. Y sin querer quitar protagonismos a autoridades civiles, quiero recordar aquella homilía de D. Antonio Montero, arzobispo de Mérida-Badajoz, que en la celebración de los fallecidos por la riada en la Granadilla, marcaba pauta de cómo actuar.

Al recordar lo que aconteció hace ya 20 años hemos de orar, con inmenso cariño, por los 24 hermanos fallecidos y por la persona desaparecida en este día, presentando sus vidas ante esta mesa, para que ya gocen de la paz y la alegría eternas. Y dar gracias en esta Eucaristía por toda esta riada de solidaridad, en la que enseñamos a toda España cómo la solidaridad hace milagros y donde hay muerte sabe poner vida.

Hermanos, aún queda mucho por hacer, la vida que brotó de aquella solidaridad debe permanecer en este barrio y en toda la ciudad. Aún hay mucho sufrimiento, mucha gente sufre por la falta de trabajo, y se encuentran en la pobreza y la exclusión. Debemos de nuevo unirnos todos para afrontar los grandes retos de nuestra ciudad. No se trata de echarnos las culpas unos a otros, sino de sentarnos, dialogar y buscar soluciones eficaces para luchar contra la pobreza en las barriadas de Badajoz. Éste quiere ser el empeño de nuestra Iglesia, y por eso desde Cáritas diocesana se quiere planificar un programa de lucha contra la pobreza para las barriadas más pobres de la ciudad. Ojalá que el espíritu que marcó el quehacer en la lucha contra los efectos de la riada sea el que prevalezca en estos momentos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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