"Soy 'obispo de Francisco' y 'laico y cura de Juan Pablo II', si vale la expresión"

Luis Argüello: «Admiro a los que abandonan una estrategia defensiva para ofrecer humilde y audazmente el Evangelio»

"Benedicto XVI, el humilde maestro, con su renuncia abrió la puerta al vendaval"

Luis Argüello: "Admiro a los que abandonan una estrategia defensiva para ofrecer humilde y audazmente el Evangelio"
Argüello y Blázquez, presentando la Amoris Laetitia

Precisamos redescubrir la fe como luz (Benedicto y Francisco), pero una luz del corazón que integra saberes y vivires y nos permite ser "un corazón que ve"

El mes de febrero del año pasado, Eugenio Alberto Rodríguez, le hacía la siguiente entrevista en el diario La Provincia a monseñor Luis Argüello, de visita en la isla. Por su interés, la reproducimos hoy aquí, con la venia del autor. En ella, se retratan las raíces espirituales del nuevo secretario del episcopado, sus referentes sacerdotales (Eugenio Merino y Marcelino Legido), su hondura evbangélica y su capacidad profético-política o su opinión sobre los últimos Papas.

Antes de ser sacerdote fuiste entre otras cosas profesor de Derecho Administrativo. ¿Qué recuerdo tienes de tu paso por la Universidad?

Pasé 13 años en la Universidad entre mi condición de alumno y luego profesor de la Universidad. Fueron los años de «la transición democrática», con un fuerte relación entre universidad y sociedad. Aprendí muchas cosas, sobre todo, que no se pueden separar asuntos personales, profesionales y políticos. Ahí se fraguó el descubrimiento de mi vocación.

¿Qué importancia das a la acción de la Iglesia en el ámbito universitario?

En tiempos de razón utilitarista, de «postverdad» y de importancia decisiva de la información científica y técnica en la actual revolución industrial, parece de gran importancia una presencia que estimule la apertura de la razón, la búsqueda de la verdad del hombre y de la historia y la solidaridad de todos los saberes con los más pobres de la tierra.

Buena parte de tu vida la has dedicado a la formación de los seminaristas pero también conoces bien los medios de formación de los que ya son sacerdotes. ¿Cuál es el gran logro de la formación de los sacerdotes desde el concilio?

La referencia a la vida apostólica y la propuesta de una formación integral de las diversas dimensiones de la vida sacerdotal: humana, espiritual, intelectual y pastoral

¿Cuál es la principal carencia? ¿El gran reto?

Aunque el Nuevo Testamento y el Concilio nos reclaman fraternidad y espíritu misionero en comunión y servicio del pueblo de Dios, el virus del individualismo y el sentirnos desbordados por el reto evangelizador, nos repliegan en exceso sobre nosotros mismos. Es lo que el papa Francisco llama, de nuevo, clericalismo. El reto por tanto es ser fieles a vocación apostólica para el giro misionero que la Iglesia precisa.

¿Consideras que entre los sacerdotes del siglo XX algunos son especialmente significativos de cara al siglo XXI?

Todos aquellos que en medio de las dificultades abandonaron una estrategia defensiva para ofrecer humilde y audazmente el Evangelio. Citar personas siempre es arriesgado, pero permítanme sugerir alguno de la tierra de donde vengo: D. Eugenio Merino -vallisoletano del presbiterio de León, director espiritual del Seminario, de fuerte mística trinitaria, impulsor del catolicismo social y consiliario de la HOAC- y D. Marcelino Legido, abulense del presbiterio de Salamanca, con una extraordinaria capacidad para unir vida apostólica, estudio y contemplación, situación del mundo y de la Iglesia, en y desde, unos pequeños pueblos.

¿Cómo puede toda la pastoral ser de alguna manera «vocacional»?

Siendo de promoción de conciencia: Dios tiene un designio para mí, para la humanidad y para el cosmos; ayudando a abrir los oídos para escuchar la voz que llama en el corazón, la Palabra y los pobres. Esta conciencia y escucha hacen brotar el dolor de amor (angustia) y la alegría-esperanza que provocan y ayudan a discernir la voluntad de Dios a todos. La vocación no es, primariamente, una opción que yo hago sino el descubrimiento obediente de lo que Dios quiere para mí desde la confianza que Dios solo quiere lo mejor para todos y para cada uno.

Utilizas con frecuencia en tus charlas la palabra coloquio. Coloquio entre la libertad y la gracia, entre el hombre y la mujer, entre carismas, entre laicos y sacerdotes… Sueles añadir aquella expresión maritainiana «en un distinguir para unir»… ¿a qué te refieres?

A la radical vinculación entre todos los polos que has citado. Una vinculación que habla, simultáneamente, de identidad compartida y de diferencia que llama a la reciprocidad y al diálogo para que le fecundidad sea posible. El coloquio o diálogo es constitutivo de nuestra comprensión de lo humano y de las relaciones de las personas con Dios. Este diálogo es posible al reconocer la identidad que nos une y en el mismo ser que nos identifica, la diferencia que nos remite al diálogo con el otro. Hay, sí, que distinguir para unir y unir para poder distinguir.

No eludes hablar del Diablo, de la Bestia y del Dragón del apocalipsis… ¿Por qué?

Porque vivimos en un combate espiritual y es preciso nombrar la contienda de fondo que se expresa en las pequeñas luchas cotidianas, tantas veces deslabazadas. En lenguaje apocalíptico las Bestias son el Imperio y sus diversos instrumentos, sobre todo los de formación de conciencia, el Dragón o diablo es quien, seduciendo al corazón humano en sus reconocibles tendencias de ser el primero, tener más y pasarlo bien, ofrece este poder a la Bestia para un dominio verdaderamente imperialista. Por eso es necesario que salga también a escena el Cordero, hijo de la Mujer, que es capaz de romper los 7 sellos que cierran el libro de la Historia.

Citando a Methol Ferré (algunos dicen «el filósofo del Papa») dices que «en el enemigo está el amigo que debe ser rescatado» que «en la conciencia del enemigo alienta una verdad». ¿Por qué esto es especialmente importante?

Por lo ya citado de propiciar el diálogo desde el reconocimiento de la identidad común. Desde esa identidad compartida el otro -enemigo- en sus búsquedas personales y públicas de libertad, amor y felicidad, puede poner de manifiesto aspectos que o bien denuncian algo de nuestro modo de vivir o nos abren perspectivas a tener en cuenta en nuestro caminar, sabiendo que siempre estamos llamados a la conversión personal y a la reforma institucional para ser fieles en la novedad del tiempo.

Al grancanario Camilo Sánchez pudiste administrarle la Unción de los enfermos unos meses antes de morir (poco antes lo hizo el párroco también) ¿qué valoraste más en él?

Por su puesto su militancia por la justicia en favor de los pobres surgida y alimentada desde el evangelio de Jesús, pero sobre todo, en la relación conmigo, su afán de preguntar y consultar para ser fiel, en medio de los retos y situaciones contradictorias a las que a veces se veía abocado por su compromiso militante.

En nuestro Seminario diocesano podrás celebrar la Eucaristía en un altar realizado a partir de una enorme piedra que hizo llegar precisamente Camilo. ¿Qué relación tiene la Eucaristía con el compromiso político del cristiano?

El compromiso político del cristiano se llama caridad política y la fuente de la caridad es la Eucaristía. En la celebración se nos dice «ID» y así somos enviados a extender la Eucaristía poniendo la mesa de la palabra y la del sacrificio en medio de la plaza pública, para lo cual hay que dotarse a veces de instrumentos institucionales que faciliten el anuncio de la palabra en forma de anuncio (denuncia) de la verdad y la justicia y ayuden a traducir la solidaridad-comunión del sacrificio del altar en mediaciones sociales que la hagan cercana.

El «vendaval Francisco» hace que casi hayamos olvidado el legado que nos dejó Juan Pablo II. ¿Que valoraste más en él?

Soy «obispo de Francisco» y «laico y cura de Juan Pablo II», si vale la expresión. Valoro su testimonio a lo largo de toda su vida, desde su Polonia natal, hasta su último grito silencioso en la ventana de San Pedro horas antes de morir. Valoro su capacidad para ayudar a la Iglesia a acoger el Concilio uniendo una gran pasión trinitaria con la cuestión social y situando en medio una pasión por la persona, defendiendo su sagrada dignidad en todas las situaciones y circunstancias.

En otra de tus visitas a Gran Canaria, siendo Rector del Seminario de Valladolid, diste un par de charlas sobre Benedicto XVI en Las Palmas y Vecindario. Tú eres un «obispo de Francisco» y quizá por eso me parece más oportuno pedirte una palabra sobre Benedicto XVI…

Benedicto XVI, el humilde maestro, con su renuncia abrió la puerta al vendaval. Pero en su pontificado nos ha ofrecido un extraordinario magisterio, sellado con su testimonio, para valorar la vida de Dios en nosotros – Fe, Esperanza Caridad – haciendo un elogio de la razón tan disminuida en el final de la modernidad. Es un «padre de la Iglesia» para el siglo XXI.

Elegiste como obispo un hermoso lema: «Veni lumen cordium» ¿Por qué?

Por la necesidad de vivir según el Espíritu en la carne de nuestra vida. Precisamos redescubrir la fe como luz (Benedicto y Francisco), pero una luz del corazón que integra saberes y vivires y nos permite ser «un corazón que ve».

¿Qué vas a proponerle con más énfasis a los seminaristas de nuestra diócesis?

Que formen su corazón en las entrañas del Buen Pastor para llegar a ser la fraternidad sacramental, apostólica, misionera y martirial, que nuestras diócesis precisan hoy para el «giro misionero» de toda la Iglesia.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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