Cinco años con vosotros me hicieron entender que de alguna manera ser gallego y tener cristianía son algo inseparable
(José M. Vidal).- En la magnífica iglesia conventual de San Rosendo de Celanova tuvo lugar este sábado el acto de ingreso del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, como miembro de la Real y Pontificia Academia Auriense Mindoniense de San Rosendo. En su discurso, el purpurado recordó sus últimas palabras al dejar la diócesis de Orense: «Nunca olvidaré que soy obispo gallego por ordenación». Y añadía, en esta solemne ocasión: «Os aseguro que nunca lo olvidé».
Osoro recordaba que, desde su despedida de su primera diócesis, pasó por Oviedo, Valencia y Madrid y el Papa le creó cardenal. «Pero, después de estos años, sigue siendo Ourense mi punto de referencia, el hogar en el que aprendí a dar la vida por anunciar a Jesucristo. Y esto lo aprendí con vosotros, de vosotros y entre vosotros. Gracias por seguir acordándoos de mí».
En su emotivo discurso, Osoro reconoce que, por prudencia, ha venido a su primera diócesis menos veces de las que hubiera querido y deseado. Por eso, agradeció especialmente «este gesto de cariño» de poder presumir de ser miembro de la Academia de San Rosendo.
De ahí que comenzase dando las gracias a todos los académicos «y en vosotros a todos los orensanos, a quienes he querido con toda mi alma y con quienes he compartido todo» y de quienes dijo haber recibido siempre «ayuda, amistad, cercanía y muestras constantes de afecto».
Después, recordó que, mientras estuvo en Ourense, quiso «contar siempre con vosotros, oír vuestra voz, saber de vuestros intereses y preocupaciones, recibir el aliento del Espíritu que está en vuestras vidas». Unas vidas por las que dio gracias al Señor.
Y, de nuevo, emocionado, volvió a repetir su mensaje de cariño: «Sabéis que os quiero. Pero deseo decíroslo hoy a todos: fuisteis mi preocupación, mi ocupación, mi orgullo y mi corona».
Y tras esta declaración de amor sentido por su primera diócesis (a la que un obispo nunca olvida), el cardenal quiso ofrecerles a sus antiguos fieles, una vez más, unos cuantos sentimientos, salidos del corazón, «en el nombre de San Rosendo, a quien tantas veces invoqué», para «recordaros sencillamente lo que creo que él, como fundador de la Galicia cristiana, os diría hoy».
En primer lugar, que «el discípulo de Cristo es quien se deja conquistar por Él. Os aseguro que, en los años pasados aquí con vosotros, quise y fue mi empeño dejarme conquistar por Cristo, en el sentido casi físico del término, para poder enseñar no teóricamente sino con la vida lo que esto significaba».
Además de esta experiencia profundamente mística, Osoro confesó, en segundo lugar, que su gran empeño fue vivir estas palabras del Evangelio: ‘El Buen Pastor conoce a sus ovejas y ellas le conocen’. Y por eso, recordó sus andanzas, sus experiencias de salida y de calle, ese «buscar cualquier oportunidad para encontrarme con vosotros».
Porque, en Ourense, quiso poner en práctica una enseñanza que su propio padre le transmitió, cuando decía a sus hijos que «el ser humano tiene que hacer el camino de la semilla que se siembra en la tierra». Es decir, «hay que dejarse modelar por todas las situaciones vitales, culturales, emotivas del ambiente que nos rodea, como hace la semilla que cae en una determinada tierra. Porque sólo así uno puede entrar en comunicación real y vital con quienes lo rodean». O dicho de otra forma, «no basta conocer las realidades, hay que sentirlas».
Y sólo así se puede anunciar la «buena noticia del Evangelio, que cambia la vida de los hombres y mujeres y las llena de gozo». Y sólo así pudo el ahora cardenal sentirse «urgido para anunciar la misericordia de Dios, haciendo y construyendo la comunidad cristiana sin excluir a nadie, sino llamando a todos».
Por eso, quiso hacer ver a sus antiguos feligreses que «tenemos que caminar juntos siendo distintos, que tenemos que acogernos en la singularidad, que tenemos que entregar a este mundo el amor de Dios desde tareas concretas a las que se nos llamó»
Retomando el gallego, aprendido en su etapa ourensana, Osoro comunicó su último sentimiento: que nunca tuvo miedo, siguiendo el camino indicado por Juan Pablo II, de «remar mar adentro», pero «lo hice con vosotros».
Y concluyó con esta otra confesión. «Quise estar a favor de los jóvenes y de los niños, quise estar con ellos, para recoger y testimoniar el don del amor de Dios, que se ha manifestado en Jesucristo. Ahí están mis cartas a los niños y a los jóvenes mensuales durante cinco años».
Eso sí, sin olvidarse de los mayores, «pues quien se pone al lado de los niños y de los jóvenes, está siempre al lado de los mayores y de los ancianos, porque esa es la consecuencia natural de quien busca raíces para entregarlas, de quien sabe que la vida humana tiene dos laderas imprescindibles para surgir: padre y madre». Porque «Dios es algo esencial para luchar contra la soledad y el miedo».
Y el cardenal concluyó su discurso con las palabras que dijo en su última misa en la catedral de Ourense:
«Nunca olvidéis que fueron el Evangelio y la Iglesia quienes guiaron los pasos más importantes y las realizaciones más extraordinarias de este pueblo. Vuestra identidad histórica no puede verse al margen del Evangelio. Vuestra manera de ser no puede entenderse al margen de Jesucristo».
Más aún, «cinco años con vosotros me hicieron entender que de alguna manera ser gallego y tener cristianía son algo inseparable. Habéis recibido del cristianismo la cosmovisón más perfecta que ha conocido la humanidad y para la que no hay sustitutivos. Pido la intercesión de Santa María Madre y San Rosendo para que sigáis manteniéndola. Gracias»
En el las bóvedas del precioso templo conventual de Celanova sonó una atronadora ovación. Y es que, en Ourense, el entonces joven obispo Osoro se casó con una diócesis, su primera novia, a la que nunca olvidó y en la que dejó huella. La huella de la cercanía, de la ternura derramada y del tiempo compartido de un pastor con olor a oveja en otros tiempos no tan ‘franciscanos’.
Antes del emotivo discurso del cardenal, se celebró una sesión ordinaria de la Academia de San Rosendo, una ofrenda floral y una plegaria al santo ante su altar, seguida del acto académico, presidido por el obispo ourensano, José Leonardo Lemos, y por el deán de la catedral de Santiago y presidente de la Academia, Segundo Pérez López. Tras la entrega del consiguiente diploma y medalla, el acto se cerró con la interpretación de sendas piezas por parte de la Coral polifónica Solpor de Celanova.