El religioso italiano lamenta que «la falta de perspectiva» de los dirigentes alarga el conflicto
El franciscano Pierbattista Pizzaballa compartirá hoy en el santuario de Arantzazu su experiencia en el conflicto entre israelíes y palestinos, con el que lleva conviviendo veinte años. Cree que la solución al problema aún está lejana, pero aboga por crear «hombres nuevos» a partir de la educación para que el odio sea cosa del pasado. Lo entrevista Miguel Vllameriel en Diario Vasco.
– Jerusalén es la cuna del cristianismo, pero al mismo tiempo es uno de los lugares más difíciles para un cristiano. ¿Cómo vive un franciscano en medio del conflicto entre Israel y Palestina?
– El propósito de los franciscanos no es solucionar el problema, pero desde el momento en que vivimos junto a la gente que sufre el conflicto, compartimos las mismas dificultades y esperanzas que los habitantes de aquella tierra. Aunque no tenemos la solución, al menos tratamos de aportar solidaridad y apoyo para contribuir a que aflore la humanidad entre tanto odio.
– ¿Los cristianos de Tierra Santa tienen un papel de mediadores en el conflicto? ¿Se mantienen neutrales o toman partido por alguna de las partes?
– Cuando estás dentro de un conflicto es difícil mantenerse neutral, porque vives el sufrimiento de la gente en primera persona. Es la lógica del conflicto, pero en la medida de lo posible intentamos mantenernos al margen de esa lógica, no tomar partido, porque una vez que te pones a favor de alguien, directamente te colocas en contra del otro. Aun así, que pretendamos mantenernos neutrales no quiere decir que seamos distantes, porque nuestra prioridad es estar cerca de la gente que sufre, sean del lado que sean. Siendo fieles a nuestro testimonio allí y defendiendo los Derechos Humanos.
– ¿En qué momento se encuentran las relaciones entre Palestina e Israel?
– Siguen siendo difíciles. Se necesitan unos a otros, pero las relaciones institucionales entre ellos son mínimas. Uno de sus grandes problemas es la falta de visión de futuro de ambos.
– Usted fue mediador en el conflicto de la iglesia de la Natividad de Belén en 2002. ¿Fue el momento más complicado en todos los años que lleva allí?
– Todos los días son difíciles allí, pero aquel fue un momento especialmente complicado. Teníamos la impresión de que los más pequeños canales de comunicación entre israelíes y palestinos estaban a punto de saltar por los aires.
– ¿La situación actual permite mirar al futuro con más optimismo?
-La situación desde el punto de vista político sigue siendo muy difícil. El muro que separa a israelíes y palestinos no es sólo físico, sino que se convierte en un símbolo de la falta de perspectiva y del mutuo reconocimiento de ambos pueblos. Desde el punto de vista de la seguridad sí que vivimos un momento mejor, pero desde el lado político no estoy tan seguro.
– ¿Qué condiciones deberían darse para que mejorara la situación?
– Lo primero que se necesita es un apoyo internacional decidido, porque por sí mismo el conflicto no avanza. También es fundamental ir más allá del nivel político para llegar al nivel educativo y de comunicación. Si los libros de historia palestinos omiten la existencia de Israel y los libros israelíes hacen lo mismo pero al revés, difícilmente se llegará a una solución.
– ¿Ahí es donde trabajan los franciscanos en el día a día?
– Sí. Las primeras escuelas de Oriente Medio fueron fundadas por franciscanos allá por el siglo XVI. Tenemos más de una docena de escuelas en Tierra Santa y no buscamos solucionar el conflicto, sino dar un ejemplo de cómo se puede vivir y ayudar dentro de él. Para solucionar problemas como éste hay que cambiar la mentalidad y el corazón de la gente. Hay que crear hombres nuevos.
– ¿La continua marcha de cristianos de Tierra Santa pone en peligro esa labor?
– Estamos trabajando para preservar la presencia de cristianos en Tierra Santa, aunque hoy en día es casi simbólica, del 1,5% de la población. Pero creo que los cristianos nunca llegarán a desaparecer del todo.