Con la virgen llega, como hijo en su seno, el rocío del cielo, la justicia de lo alto, la salvación de Dios
«Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador». Así empieza la liturgia eucarística de este domingo. Son palabras que no puedo imaginar sin unos labios que las pronuncien, sin un corazón que las llene de sentido, sin un alma que les dé el aliento, la fuerza, la violencia del mandato y del grito. Son palabras que puedo adivinar en labios quemados por la soledad y la aridez del desierto; palabras para corazones quebrantados en días sin trabajo, sin pan, sin salida. Son palabras para el silencio de los hambrientos, para el horror de los naufragios, para la precariedad de la vida. Son palabras se adhieren a la carne de los pobres, y aunque ellos nunca lleguen a pronunciarlas, son su oración más verdadera, pues es su dolor quien las pronuncia, y es Dios quien en ese mismo dolor las escucha.
Para leer el artículo completo, pinche aquí