José Gabriel Larreta Irisarri, salesiano misionero en Etiopía

«Cada año mueren entre 5 y 6 millones de hambre»

"A Etiopía la tenemos olvidada pero es un rosario de sorpresas"

Un día normal es desayunar un vaso de agua y sobre las seis de la tarde, café o té con una oblea de "teff", cereal típico, con un poco de pimienta

Etiopía «es un rosario de sorpresas» en sus 1,1 millones de km2 (como dos veces España). «Hay que ir jugando a la gallinita ciega para ir de asombro en asombro descubriendo maravillas». Lo cuenta José Gabriel Larreta Irisarri, pamplonés de 83 años -sus padres tenían la colchonería Larreta en el Casco Viejo-, salesiano y misionero en África desde hace 25, los últimos siete años en este país africano. Lo entrevista María Jesís Castillejo en Diario de Navarra.

El mismo donde se encontró a Lucy, esqueleto de un homínido de 3,2 millones de antigüedad y que acaba de ser superado por Kadanuumuu, hallado no lejos, de 400.000 años antes. Un país del Cuerno de África con maravillas como el lago Tana, donde nace el Nilo Azul, de montañas de hasta 4.000 metros y depresiones de 100 metros bajo el nivel del mar, donde se hablan 80 lenguas y 200 dialectos, cuenta, y del que han salido atletas olímpicos como Haile Gebreselassie, Abebe Bikila o Gelete Burka…

Además, según las leyendas, la antigua Abisinia fue centro de la famosa dinastía de Saba, cuya reina viajó hasta Jerusalén para conocer a Salomón y se volvió con un hijo, Menelik, y la legendaria Arca de la Alianza… Pero también, y por desgracia, Etiopía es uno de los países más pobres del mundo (ocupa el número 169 en la escala del Índice de Desarrollo Humano o IDH) y, para este misionero, «lo tenemos bastante silenciado y olvidado». Larreta reside con otros tres salesianos-él es el vicario- y varios novicios en Debre Zeit, a 48 km al sur de la capital, Addis Abeba, un «pueblo» con 110.000 almas. «Nos rodean siete lagos».

¿De qué vive la gente?

Del aire. El 50% de los 85 millones de habitantes están en desempleo. La pobreza es endémica, cada año mueren entre 5 y 6 millones de hambre. Un día normal es desayunar un vaso de agua y sobre las seis de la tarde, café o té con una oblea de «teff», cereal típico, con un poco de pimienta.

¿Sólo eso?

Los más pudientes rellenan con verduras, patatas, algo de carne…

¿Por qué tanta pobreza?

Hay muchas causas. La orografía es complicada, las sequías son constantes, faltan infraestructuras para obtener y canalizar agua, casi todo son pistas de tierra, sólo el 40% está alfabetizado… Además, Etiopía vivió 20 años de guerra en los que se gastaron a diario 2 millones de dólares en armamento y demás, y aún debe parte de ese dinero. Hay un 8% de mortalidad infantil, un médico por cada 100.000 habitantes -¡en Navarra hay 566 !-… Son familias muy numerosas y viven en casitas de adobe como de 5 x 3 metros, menos que mi despacho. No tienen ni con qué escribir.

¿Qué hace en Debre Zeit?

Hace diez años se fundó una casa salesiana de formación de noviciado. Estamos en una barriada muy pobre, habitada por 750 familias desplazadas de la guerra. Tenemos un centro juvenil al que acuden unos 450 chicos y chicas, con deportes (fútbol, baloncesto…), librería y cursos de mecanografía, ordenador -nos faltan ordenadores-, bordado, peluquería… Además, con el apoyo de una ONG italiana y con la ayuda que me mandan familiares y amigos de Pamplona – 7.000 euros anuales- y otros tantos de Zaragoza -donde trabajé 13 años- repartimos una vez al mes un quintal de «teff» a 324 familias. También me mandan desde España ropa, unos 300-400 kilos al año. Tenemos un buen pozo de agua y repartimos 20 litros de agua diariamente durante 8 meses a 200 familias. También hemos creado un grupo de danza con varias chicas, Tighist, Mesay, Merkdes… Casi todas aparentan dos años menos por la desnutrición. También nos gustaría dar el desayuno a un centenar de críos de 4 a 6 años. Hacemos… lo que podemos.

¿Han notado la crisis?

Y tanto que la hemos notado. Hubo un momento en que el quintal de teff, que costaba 600 birr (33 euros) llegó a valer el triple. Hubo protestas y al final se logró que bajara a 750 birr, aún así mucho dinero para el pobre y para un alimento tan básico: es su pan.

¿Cómo es que se hizo misionero?

Bueno, era algo que me gustaba desde pequeño. Con 12 años me leí la historia de San Francisco Javier. Estudiaba en los Escolapios, pero los domingos en Salesianos organizaban lo que llamaban el Oratorio Festivo y había un ambiente muy majo. Yo quería ser sacerdote y pensé primero en hacerme franciscano. Pero un salesiano le dijo a mi padre: No, no, con lo alborotador que es, ni franciscano, ni jesuita, ni… Necesita movimiento; mejor salesiano.

Y se hizo salesiano…

Sí (se ríe). Estudié aquí, luego en Barcelona y en Roma y me ordené en 1952. Trabajé 13 años en un colegio salesiano de Valencia, otros 13 en Zaragoza y 13 más en Burriana (Castellón). Hasta que participé en un concilio universal en Roma, en 1979. Un salesiano ruandés nos sorprendió a todos gritando: «¡Mandáis misioneros a Asia, a América… y a África, que es el futuro, nadie…!». Aquello me marcó. Tenía 55 años pero estaba bien y además hablo varios idiomas -francés, inglés, italiano y dos lenguas africanas- . Solicité ir a misiones. Con otros compañeros fundé la misión de Sikasso, en Malí. Allí estuve siete años, luego otro siete en Togo, dos meses en el Zaire, dos años en Benin, dos en Malí… y me llamaron a Roma. Ahí estuve cuatro años de secretario de Misiones para África. Y desde hace siete años, en Etiopía.

¿Ha estado enfermo alguna vez, por ejemplo, de malaria?

Huy, infinitas veces. Una vez me dio un ataque de malaria cuando volaba en avión de Haití a París. Estuve cinco días en coma.

Y ahí sigue, en la brecha.

Sí, bueno, ahora estoy en Pamplona un mes de vacaciones y la mitad del tiempo con revisiones médicas (se ríe). Pero estoy bien.

O sea, que se volverá a Etiopía.

Por supuesto, yo allí me quedo. Además, después de siete años, por fin he conseguido dominar la lengua oficial, el amharico…

Cuando vuelve a Europa le chocará lo que ve, en comparación.

Claro, es como pasar de un nivel de casi 0 a 100. Tampoco me parece mal que la gente que ha trabajado mucho y se lo ha ganado quiera vivir bien. Pero no debemos olvidar que hay gente en otro nivel.

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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