Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada
(Jesús Bastante/Agencias).- La sede del Parlamento más antiguo del mundo fue el lugar elegido por Benedicto XVI para lanzar el que, hasta la fecha, es su discurso más político de todos cuantos ha pronunciado en su visita a Reino Unido. Frente al cuerpo diplomático, los miembros de los Lores y los Comunes y una nutrida representación de la sociedad civil, el Pontífice subrayó la importancia del diálogo constante entre la fe y la razón y la buena relación entre las religiones y la política.
Desde el mismo lugar en que fuera condenado Tomás Moro -patrón de los políticos- por no querer renegar de su fe, Benedicto XVI recordó al político británico, «admirado por igual por creyentes y no creyentes por la integridad con la que siguió lo que le dictaba su conciencia. Lo hizo aun a costa de enfadar a un soberano del que era un buen servidor porque eligió servir primero a Dios».
En este punto, el Papa aseguró que la religión «no es un problema» que los legisladores deban solucionar, sino un factor que contribuye al debate nacional, al tiempo que denunció los intentos que existen para «silenciarla». Para Benedicto XVI, el mundo de la razón y el de la fe se necesitan y que no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo.
«En otras palabras, la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional«, dijo al auditorio, entre el que se encontraba el primer ministro británico, James Cameron, y sus antecesores Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair y Gordon Brown
El Papa expresó su preocupación por la «creciente marginación» de la religión, especialmente la cristiana, en algunas partes del mundo, incluso, dijo, en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia.
«Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna», denunció.
Del mismo modo, el Pontífice mostró su temor ante el hecho de que los políticos cristianos actúen contra su conciencia, lo que consideró «signos preocupantes de un fracaso no sólo de los derechos de los creyentes en la libertad de conciencia y religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública».
También se refirió a la crisis financiera mundial y dijo que la falta de ética en la actividad económica ha contribuido a la situación en la que viven millones de personas en el mundo.
Desde esa perspectiva, hizo un llamamiento a la solidaridad y abogó por «nuevas ideas» que mejoren las condiciones de vida en áreas importantes como la producción de comida, agua potable, creación de puestos de trabajo o ayuda a las familias, especialmente los emigrantes.
«Cuando está en juego la vida humana -manifestó-, el tiempo es siempre limitado. El mundo ha sido testigo de los ingentes recursos que los gobiernos pueden emplear en el rescate de instituciones financieras (…) y, desde luego, el desarrollo humano integral de los pueblos del mundo no es menos importante».
Benedicto XVI subrayó que lo anterior es una empresa «digna de la atención mundial, demasiado grande para que fracase».
Tras referirse a la tradición jurídica británica y la separación de poderes, elogió la figura de santo Tomás Moro, del que resaltó su integridad de conciencia, «incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un buen servidor, pues eligió servir primero a Dios».
Según el Papa, el dilema que afrontó Moro, «la perenne cuestión de la relación entre lo que se debe al César y lo que se debe a Dios«, sigue presentándose cada vez que cambian las condiciones sociales.
«Cada generación cuando promueve el bien común, debe replantearse «¿qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? y ¿qué alcance pueden tener?, ¿en nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales?», se preguntó.
El Papa dijo que esas cuestiones conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil y señaló que «si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil».
Desde Westminster Hall, Benedicto XVI se trasladó a una ceremonia ecuménica a la Abadía de Westminter, la primera vez que un Pontífice visita el más importante templo del anglicanismo, donde fueron coronados la mayoría de los monarcas ingleses desde 1066, incluido Enrique VIII, el rey que rompió con el Vaticano y se proclamó cabeza de la Iglesia del país.