Benedicto XVI recibido en el aeropuerto por las autoridades libanesas

Papa: «Vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios y de los hombres»

Pide preservar el "equilibrio" entre cristianos y musulmanes", a su llegada a Beirut

"Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno"

El papa Benedicto XVI llegó hoy al Líbano en una visita pastoral de tres días para transmitir un mensaje de paz en la región. El papa pidió hoy que se preserve el equilibrio entre cristianos y musulmanes en el Líbano, a su llegada al aeropuerto de Beirut donde inició una visita de tres días a este país.

«Es muy importante el equilibrio entre cristianos y musulmanes. Hay que preservarlo y tiene que ser ponderado», dijo el santo padre.

El papa visita por primera vez el Líbano en sus siete años de pontificado.

El avión del papa, un Airbus A320 de la compañía italiana Alitalia, aterrizó en el aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut sobre las 13.45 hora local (10.45 hora GMT).

El nuncio apostólico del Vaticano, monseñor Gabriele Giordano Caccia, subió al aparato para recibir al papa, cuya visita al Líbano ha sido calificada de «histórica» ya que se espera que contribuya a asentar la paz en el país y en la región, que pasa por momentos tumultuosos.

Cuando Joseph Ratzinger descendió del avión fue saludado con veintiún salvas de cañón y, a pie de la escalerilla, fue recibido por el presidente del Líbano, Michel Suleiman, el único jefe de Estado de la región de credo cristiano.

Al aeropuerto también han acudido el primer ministro, Nayib Mikati, y varios miembros de su Ejecutivo, además del jefe del Parlamento, Nabib Berri, y otras personalidades políticas y religiosas, tanto cristianas como musulmanas.

Poco después, en un estrado, el papa Benedicto XVI y Suleiman, escucharon los himnos del Líbano y del Vaticano.

Es la primera visita al Líbano del papa Ratzinger en los siete años de su pontificado y el cuarto a Oriente Medio.

Durante su estancia, el obispo de Roma entregará la Exhortación Postsinodal (documento final) del Sínodo de Obispos para Oriente Medio celebrado en 2010.

Con el saludo de Cristo, vengo al Líbano como peregrino de paz, amigo de Dios y de los habitantes de toda región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia, hizo hincapié Benedicto XVI en la ceremonia de bienvenida, en el aeropuerto Rafiq Hariri de Beirut. Una vez más, el Obispo de Roma, aseguró que lleva en su corazón las penas y las esperanzas de todos los que sufren en esta amada región:

«Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. «Salàmi ō-tīkum»: «La paz les dejo», dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más allá de su país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «Salàmi ō-tīkum» – Les doy mi paz. Sus gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que les acompañe y alivie. Les puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me recuerda lo que viven y soportan».

Después de poco más de tres horas de vuelo, en el avión que le llevó desde Roma, el Santo Padre llegó a la capital libanesa donde fue recibido con grandes honores, por el presidente de la República Michel Sleiman y su esposa, por el Patriarca Maronita, Su Beatitud Béchara Boutros Rai, y otras autoridades, así como por una multitudinaria y calurosa bienvenida, de numerosas personas que lo esperaban desde unas horas antes de que el avión aterrizara a la hora prevista, las 13 y 45 hora libanesa.

Dirigiéndose a las máximas autoridades civiles y religiosas, Benedicto XVI expresó su gran alegría de responder a la invitación del presidente libanés a visitar el país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano. Doble invitación que manifiesta la doble finalidad de su visita: las excelentes relaciones existentes desde siempre entre el Líbano y la Santa Sede y la firma y entrega de la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos.

Tras evocar la bendición de la majestuosa imagen de san Marón, cuya «presencia silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado el apóstol Pedro», Benedicto XVI destacó que «manifiesta una herencia espiritual de siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles y sus sucesores». Así como resulta agradable ver que san Marón, ‘desde el santuario petrino, intercede continuamente por su país y por todo Oriente Medio’.

En lo que respecta a la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio Oriente – que calificó como importante acontecimiento eclesial – el Papa agradeció a todos los patriarcas y obispos católicos del Líbano y de otros países, llegados para rezar con él y recibir este documento de sus manos

«La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de su país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes de su querido país».

Y saludando también con gran deferencia a los patriarcas y obispos ortodoxos, así como a los representantes de las diversas comunidades religiosas del Líbano, el Santo Padre se dirigió a estos «queridos amigos», cuya «presencia, demuestra la estima y la colaboración que desean promover entre todos en el respeto mutuo». Con su gratitud, Benedicto XVI expresó su aliento a perseverar en la búsqueda de «caminos de unidad y concordia»:

«No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a su hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Saben – tan bien como yo – que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos».

Exhortación que el Sucesor de Pedro afianzó en la importancia de rogar la ayuda de Dios para vivir como hermanos, confirmando la buena voluntad de todos los libaneses:

«Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar su país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación».

Texto completo del primer discurso de Benedicto XVI en Beirut:

Ceremonia de bienvenida

Aeropuerto Rafiq Hariri -Beirut
Viernes, 14 septiembre 2012

Señor Presidente de la República,
señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de Ministros,
queridas Beatitudes, miembros del Cuerpo diplomático,
autoridades civiles y religiosas,
queridos amigos

Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación a visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano. Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad de mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde siempre entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas. Esta visita es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en noviembre del 2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que ha seguido nueve meses más tarde la del Señor Primer Ministro.
Fue entonces, durante nuestro segundo encuentro, cuando se bendijo la majestuosa imagen de san Marón. Su presencia silenciosa en la cabecera de la Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar en el que fue sepultado el apóstol Pedro. Manifiesta una herencia espiritual de siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles y sus sucesores. Los patriarcas maronitas, para remarcar su gran devoción a Simón Pedro, añaden a su nombre el de Boutros. Resulta agradable ver que san Marón, desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro país y por todo el Oriente Medio. Señor Presidente, le agradezco desde ahora todos los esfuerzos realizados para el buen éxito de mi estancia entre ustedes.
Otro motivo de mi visita es la firma y entrega de la Exhortación apostólica postsinodal de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de Obispos, Ecclesia in Medio Oriente. Se trata de un importante acontecimiento eclesial. Agradezco a todos los patriarcas católicos que se han desplazado, y de modo especial al Patriarca emérito, el querido Cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y a su sucesor, el Patriarca Bechara Boutros Raî. Saludo fraternalmente a todos los obispos del Líbano, así como a los que han viajado hasta aquí para rezar conmigo y recibir este documento de las manos del Papa. Por vuestro medio, saludo paternalmente a todos los cristianos de Oriente Medio. La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar durante estos días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de vuestro país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes de vuestro querido país.
Me complace saludar también con gran deferencia a los patriarcas y obispos ortodoxos que han venido a recibirme, así como a los representantes de las diversas comunidades religiosas del Líbano. Queridos amigos, vuestra presencia, demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre todos en el respeto mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos, y estoy seguro de que continuaréis buscando caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a vuestro hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos. El gran rey Salomón, que conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso no tenía a la sabiduría como la virtud suprema? Por eso se la pidió a Dios insistentemente, y Dios le dio un corazón sabio e inteligente (1 R 3,9-12).
Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación.
Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. «Salàmi ō-tīkum»: «La paz os dejo», dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «Salàmi ō-tīkum». Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me recuerda lo que vivís y soportáis.
Señor Presidente, sé que vuestro país me prepara una hermosa acogida, una acogida calurosa, la que se reserva a un hermano al que se ama y se respeta. Sé que vuestro país quiere ser digno de «l’Ahlan wa Sahlan» libanés. Lo es ya, y lo será más de ahora en adelante. Me siento feliz de estar con todos vosotros. Que Dios os bendiga a todos. (Lè yo barèk al-Rab jami’a kôm!). Gracias.

 

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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