“La gran revolución aquí es que, entre los cristianos, nos saludamos y nos abrazamos”
(José M. Vidal, enviado especial a Tierra Santa).- Vino a Tierra Santa hace 43 años y aquí se quedó «enamorado de esta tierra». El franciscano Artemio Vítores es toda una institución en Jerusalén, desde donde vivió 7 guerras y dos intifadas. Y, sin embargo, en el balance asegura que «hubo más rosas que espinas». Ante la ya inminente visita del Papa, se siente un privilegiado, porque va a poder verlo y estar cerca de él en el Santo Sepulcro, pero reconoce que ése no será el caso de miles de fieles. «Hay tristeza, porque la mayoría de los cristianos no podrán ver al Papa». Y pide a Francisco que impulse las peregrinaciones, única forma de salvar la presencia cristiana en los santos lugares.
«Es como si viene a verte tu padre o tu madre y tú no lo puedes acoger ni abrazar ni siquiera saludar ni verlo de lejos». Y es que, a juicio de Vítores, los espacios habilitados para la visita son demasiado pequeños (incluso en Belén sólo podrán entrar unas 10.000 personas) y, además, la agenda está «demasiado cargada de actos protocolarios y políticos».
Aún así, espera que este «Papa maravilloso y carismático» consiga «transmitir que podemos ser amigos y hermanos». Es decir, que «nos contagie esperanza». Y, para eso, le pide al obispo de Roma algo muy concreto y real: «Que anime a los cristianos a peregrinar a Tierra Santa», porque es la única forma de garantizar la presencia de los creyentes aquí.
«Los cristianos estamos desapareciendo. Hoy contando los inmigrantes sólo somos un 2% y hemos llegado a ser el 20%. Tierra Santa se queda sin cristianos». Para invertir esta tendencia, el padre Artemio pide al Papa que «movilice al mundo cristiano, para que venga en peregrinación. Sólo así, los cristianos podrán trabajar, comer y ganarse la vida, y no se verán obligados a irse». Si el Papa viene a Tierra Santa es, según el franciscano, «a traer pan a sus hijos, que tanto lo necesitan».
El padre Vítores también espera que, tras la visita, se consiga un mayor acercamiento entre las diversas confesiones cristianas, que, en Jerusalén, conforman un auténtico mosaico no siempre bien avenido. No espera milagros en este sentido. Ni que el Papa renuncie a ser Papa ni que los ortodoxos le reconozcan como autoridad suprema. Pero sí, al menos, que las relaciones sean mucho más fluidas.
Un pequeño paso más en el camino ecuménico que trnascurrió por distintas etapas. Desde la incomprensión, al deshielo, pasando por el comienzo del diálogo, para concluir, en los últimos 25 años, en el «ecumenismo del café o de la amistad». «La gran revolución aquí es que, entre los cristianos nos saludamos y nos abrazamos».
En la relación del catolicismo con el Estado de Israel, el padre Vítores espera que se den pasos en las negociaciones. Algunos concretos, como el del Cenáculo. Respecto a este lugar emblemático de la fe cristiana y «raíz del cristianismo», el franciscano asegura que se está negociando, desde hace ya algún tiempo, para que «se devuelva el uso del Cenáculo para celebrar eucaristías por las mañanas, para que no interrumpa el flujo de los turistas, y en alguna festividad especial, como Jueves Santo o Pentecostés».
A este respecto, el padre Vítores asegura que no es de recibo que «un grupo de radicales judíos condicione la vida de todo el orbe cristiano». Y no sólo en el Cenáculo, sino también en los demás lugares santos. A su juicio, «Jerusalén tiene que ser la madre de todos, no la amante de uno solo. Y los cristianos queremos que se nos considere ciudadanos con todos los derechos».
Porque, ahora, por ejemplo, como cuenta el franciscano, «tenemos que renovar el permiso de residencia cada dos años, no tenemos seguridad social ni derechos de ningún tipo. No somos ciudadanos y, además, vivimos con la espada de Damocles de que en cualquier momento pueden dejar de renovarte y te tienes que ir».